A tumba abierta, de Raúl Argemí (Navona) | por Juan Jiménez García
No había leído nada de Raúl Argemí. Ahora puedo decir: desgraciadamente. A tumba abierta, publicada ahora por Navona (que además piensa reeditar su obra), es la última novela del escritor argentino, que pasó por España. Y se quedó. Doce años. Una novela que es pura literatura negra. Porque hay muertos, unos cuantos. Hay política. Mucha. En Argentina, algo en España. Hay una sociedad, varias, que se descomponen y no vuelven a recomponerse. Lo de descomponerse es un decir. Igual aquello ocurrió en el Medioevo o en la edad de Cristo, y desde entonces andamos pensando en cambiar. A tumba abierta, con todo esto, es una novela sobre el dinero. Y la mentira. Y los viejos rencores. Y los viejos.
Los viejos. Porque su protagonista es viejo ahora. Y tiene varios nombres, tantos como batallas y heridas. Enrique, que es el suyo, Carlos, que se lo robó a un amigo de la infancia, paralítico e incapaz de nada. Carlos (cogeremos el nombre que eligió) formó parte de un grupo de extrema izquierda resistente bajo la dictadura argentina (una). Hicieron muchas cosas y muchos de ellos desaparecieron, destrozados, destruidos, lanzados al vacío o convertidos en ese vacío. Antes de disolverse, de escapar como buenamente pueden, deciden abrir una cuenta en Suiza con el dinero que consiguieron para financiarse y que ahora ya no necesitan para nada. Para recuperar el dinero serán necesarias tres firmas o que solo quede uno. En aquellos tiempos, es más fácil lo último que lo primero. Carlos se irá a España. Cambiará de aires, de propósitos, de todo.
Será obrero de la construcción y luego publicista inventado que acaba por ser cierto. Y asesor político. Y escritor de éxito. También nada, una mierda. Y aparecerá una mujer, para destrozarlo. Esto no es contar nada. Son datos, hechos. La vida está en los pliegues, en los detalles, y esta novela está llena de todo: de detalles, de vida y también de escritura. Aun con todo, irse lejos no te libra de nada o apenas. Nada se detiene con tu marcha y la historia, la grande y la pequeña sigue su curso. La grande es la llegada de algo parecido a la democracia en España y luego también en Argentina, tras pasar la guerra de las Malvinas. La pequeña son todos aquellos camaradas que firmaron aquel papel para aquella cuenta suiza. De repente, un día vuelven a saber de ti y entonces tienes que volver. Y uno se va con ese olor a muerte por todos los sitios y vuelve con ese olor a muerte por todos los sitios.
Raúl Argemí no solo ha escrito una novela negra en la que los policías son asesinos (eso fue la dictadura, añadiendo militares y gente varia), sino un libro sobre algunas décadas que cambiaron nuestro paisaje, la jaula en la que vivimos. Todo fue deprisa para quedar igual. Con todo, en esa carrera, no se ha ido muy lejos ni se ha huido de nada. El pasado está ahí clavado en el presente, como una estaca. Para su protagonista no es ni tan siquiera un pasado glorioso ni quiere reivindicarse ni ser un héroe. Es y siempre lo será un superviviente. Ya no solo de la dictadura, de los desaparecidos, sino de todo en general. No tiene nada que perder porque no le da importancia ni a lo que tuvo y ni a lo que tiene. Quizás solo así sea capaz de enfrentar esta historia negra de fantasmas. Y su regreso a esa historia, una manera de enfrentarse a los restos del naufragio y a los cadáveres, vivos y muertos.
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