La excelencia de las mujeres, de Plutarco (Mármara). Traducción de Marta González González | por Óscar Brox
Como señala en la presentación la traductora Marta González, una lectura contemporánea de La excelencia de las mujeres puede inspirar la atribución a Plutarco y, por ende, también a su época, de un aire de feminismo que en verdad no encaja en los esquemas mentales de aquel mundo. Sin embargo, eso no es obstáculo para redactar una historia de gestas, pequeñas y grandes, que dibuje en el imaginario de la cultura clásica otro espacio para los héroes; en el que la astucia de Ulises, por remontar las aguas de la tradición homérica, convive con la de Telesila, que congregó a las mujeres de Argos para hacer frente a las huestes espartanas de Cleómenes.
Dada su brevedad, el tratado de Plutarco podría ser una enumeración de todas aquellas figuras femeninas, individuales y de conjunto, cuya trayectoria compone una historia paralela a la que los libros de gestas nos han acostumbrado. Y, como tal, podríamos ver en él un mundo en el que la presencia de los oráculos y los viejos mitos ceden paulatinamente su espacio a ese otro en el que los hombres y mujeres emancipados del influjo de los dioses forjan un nuevo relato. Relato del que, a la postre, beberá nuestro acervo cultural: véase cómo describe Plutarco el origen, desde las mujeres de Troya, de la costumbre de saludar con besos a los familiares. Pero no hay que olvidar que el texto nace de una conversación con una mujer y se dirige, asimismo, a una mujer. De que, tras el recuento de hazañas, lo que se trata es de explicar en qué consiste la excelencia (que es otra manera de expresar la virtud) y, sobre todo, si hay un tono menor cuando se confronta entre hombres y mujeres.
Para Plutarco, tal vez, es un problema de magnitud. No en vano, la corriente de interpretaciones que arrancarán los textos de Grecia y Roma potenciará hasta la náusea una historia mientras, en paralelo, opacará la otra. Oiremos muchas historias de persas, pero quizá no la de aquellas mujeres que plantaron cara a los hombres reprochándoles que huyesen en la víspera de la batalla. O la de aquella Pieria cuyo amor restableció la paz en Mileto. Son, pues, demostraciones. De la excelencia, pero también de esa separación imaginaria que divide a hombres y mujeres, cuando, según Plutarco, ese asunto no es una cuestión de sexos. Tan solo, de ese ejercicio de memoria en el que escarbamos en la Historia para encontrar todas aquellas narraciones olvidadas en el tiempo.
En una cultura tan misógina como la griega, el texto de Plutarco destaca por su mirada limpia a un mundo cortado por el patrón de Dioses y hombres. También, porque sus narraciones no rehúyen la violencia o las muertes que, como afirma Marta González, no siempre terminan con la cabeza del enemigo rodando por el suelo. Antes bien, no se elude la carne, la sangre, los prejuicios, la violencia para ofrecer una panorámica de ese mundo. De ahí, como decíamos, la magnitud de lo que se explica, las hazañas de aquellas mujeres, los momentos visados por la Historia, que han amamantado nuestro acervo cultural. Y la posibilidad de, desde una mirada contemporánea, observar una visión desprejuiciada sobre las diferentes maneras en las que se manifiesta la excelencia.