Tokio goodbye, de Ōji Suzuki (Gallo Nero) Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés | por Juan Jiménez García
Hay algo en la obra de Ōji Suzuki que llama poderosamente la atención: los sonidos. Sus historias están llenos de ellos y esa tristeza que las recorre, de una u otra forma, acaba punteada por ellos, formando, en su oscuridad, un verdadero submundo de emociones, tan importante como las palabras, a las que el mangaka no parece especialmente aficionado (o lo es de una forma contenida, más cercana a la poesía que a la narrativa). Esa apelación continua a un mundo sensorial, desde la intimidad de sus historias, llenas de silencios declarados o por elipsis, hace de su obra algo completamente particular, una obra de la que me es difícil encontrar referentes. Sí, enseguida nos pueden venir a la cabeza otros autores de la revista Garo, que compartían universos, por así decirlo, existenciales, pero me cuesta vincularlos a esta búsqueda de dar una forma táctil a las historias. Suzuki me parece un autor que busca el contacto físico con el lector.
En las historias de Tokio goodbye el tiempo es una incógnita, pura abstracción, construido con materiales de la memoria, esa zona imprecisa, incierta, de nosotros mismos. Una sucesión de destellos, seguida de lapsus, de zonas de vacío. Es como su propio dibujo, tan atrapado por la intensidad del negro, o encerrado en tramas profundas, casi desesperadas. Sus imágenes parecen construirse desde unos planos cinematográficos, pero su uso del contraluz hace pensar en la fotografía. Al final, como ocurre con los sonidos, lo que percibimos en la variedad, el amplio catálogo de técnicas que utiliza para transmitir aquello que quiere transmitir, es que no son solo importantes las historias, sino las sensaciones ligadas a esas historias. Solo hay que coger La caja de las gaseosas (Al otro lado), para percibir en su plenitud esa flexibilidad de su manera de contar ligada a lo que quiere transmitir, aquí una sucesión de imágenes estáticas cargadas de significados. Y contraponer a ella, otras como Lluvia de llanto, imbuida de ese espíritu alcoholizado y errante de su protagonista, llena de desesperación ya no solo en cómo lo cuenta sino en cómo lo dibuja.
Podríamos hacer este ejercicio de relacionar contenido y forma prácticamente con todas las historias que recoge esta obra, porque todas están atravesadas por la misma urgencia de reflejar, con todos los recursos a su alcance, algo profundo. Que él propio autor haya escrito unos textos introductorios a cada una de ellas para esta edición, también abundan en esa necesidad de contar, de expresar. Porque esa abundancia de recursos podrían llevar a clasificar su obra, sin apenas margen de error, de expresionista. Una obra que solo responde a sí misma y sus necesidades plásticas y poéticas, para sacar a flote, desde lo más profundo, el mundo interior de su autor. Y por eso no sorprende demasiado saber que también se dedicó a la narrativa o a la realización de cortometrajes, porque después de todo, su manera de afrontar el manga tiene esa riqueza de recursos en el que podemos encontrar, como decía, tantas otras disciplinas, permeable a todas ellas. En definitiva, un nuevo encuentro deslumbrante, otro hito en esa conjunción Garo – Gallo Nero, desde aquel El hombre sin talento, de Yoshiharu Tsuge, tan lejos, tan cerca.