De la vida mía, de Miquel Barceló (Galaxia Gutenberg) Traducción de Nicole d’Amonville Alegría | por Juan Jiménez García

Miquel Barceló | De la vida mía

Llegué tarde a Miquel Barceló como llegué tarde, como llegaré tarde, como no llegaré nunca, a tantas cosas. Descubrí a Barceló antes por aquello que decía, por aquello que hacía, por su pintura, su escultura, su cerámica. Primero, entonces, fue la palabra. También ahora después de todo, está la palabra. Es la misma relación que mantengo, este sí desde hace muchos años, con Francis Bacon, precedida por la fascinación de escucharle hablar sobre su obra. Creo que los dos comparten una idea de la creación, aunque Barceló no lo cite entre sus referentes (sin embargo). Barceló habla de pulsión, Bacon de accidente. En los dos está presente que solo se puede llegar a dónde han llegado trabajando. Le preguntaban a Francis Bacon: ¿cómo se llega a ser el artista más importante de la segunda mitad del siglo XX? Trabajando. Tal vez por eso, De la vida mía no sea solo una autobiografía, ni tan siquiera un cuaderno de notas o un diario. Es todo eso confundido con los trabajos y los días. Todo se mueve a un mismo nivel. Persona, artista. Los lugares, los amigos, los encuentros, sus creaciones, las creaciones de los otros, la literatura, las ideas, familia, infancia, juventud, madurez, la propia obra, el artista en el trabajo. De la vida mía aporta una dimensión más a sus palabras: su propia obra (Barceló, hay que decirlo, es un excelente narrador de sí mismo, con tendencia a los puntos suspensivos). El libro está ilustrado en profundidad, pero no como un mero acompañamiento visual, sino como un todo. En él, está la propia escritura de Barceló, su narración, pero también páginas arrancadas a sus cuadernos de notas, cuadros, fotografías, fotografías de sus obras más grandes, como la catedral de Palma o la cúpula de las Naciones Unidas. Todo se amalgama. Como en sus obras, conviven distintos materiales para obtener un único resultado, que es una obra que se abre hacia otras obras y que viene de otras obras, sin ocultad (al contrario) referencias o influencias. Si hay algo conmovedor escuchando a Barceló, es esa manera suya de entender que salir a bucear, su madre bordando, su estancia en el país Dogón, una iglesia abandonada en París convertida en estudio, sus lecturas, la técnica, los artesanos, los viajes, las idas y las vueltas, la luz, los colores, él mismo, sus hijos o su pareja, el azar, en fin, todo, está en cada obra. Es el origen y es el fin. Crear es vivir. Vivir es dejar que todo fluya o choque contra cosas, que supere obstáculos, se estanque, caiga o se eleve. Un movimiento. Crear es un movimiento, un lugar en ese movimiento. Barceló lo compara con bucear, con sumergirse en el agua. El artista habla de todo lo que le influyó su estancia en Mali. Pienso en el animismo. De la vida mía, es un libro como su arte. Colorista, táctil. En la búsqueda de la luz, luminoso. También está ese sentido del humor de Barceló, esa habilidad de narrador que sabe contarse y contar historias, perfectamente conocedor de que en esas historias está también su arte, porque está todo aquello que le atravesó, todo aquello con lo que se cruzó, como aquella calle en la que ponían a secar animales y que veía, quizás, cuando su madre lo enviaba a comprar el pan. La pintura, que piensa ligada a la infancia, una infancia en la que todo lo que seremos está recogido en esos diez primeros años. Igual la pintura. La pintura, que en algún lugar dice que, como la lectura como el amor, requiere tiempo. Sí, sin duda. Todas las cosas que apreciamos requieren tiempo. Ni tan siquiera el tiempo del presente. Vienen de muy lejos y se irán más lejos aún. Somos apenas un instante, pero en ese instante, como en grano de arroz, pueden quedar grabadas algunas cosas. De la vida mía deja testimonio de un gusto por vivir, por crear, porque algo quede. Y por esos puntos suspensivos, que nos hablan de espacios en blanco, de líneas de fuga, de horizontes por alcanzar.


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