Banquete fúnebre por Karlovy Vary, de Miloš Urban (Huso) Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García

Jean-Pierre Martinet | Vidorra

Poco a poco, Miloš Urban se ha ido haciendo un hueco en nuestro país, con la aparición en los últimos años de varias de sus novelas. Entre las últimas estaba Llegó del mar, publicada por Huso, y es esta editorial la que repite con Banquete fúnebre para Karlovy Vary, última novela del escritor checo (hace tan solo un año aparecía en su país). Nacido en 1967, paso parte de su juventud en Reino Unido, para acabar volviendo a Checoslovaquia, a Karlovy Vary, antes de marcharse a Praga, lo cual tiene su importancia en esta novela negra (o gris oscuro). Y es que Banquete fúnebre para Karlovy Vary no deja de ser también una evocación de su ciudad de la infancia a través de un escritor interpuesto, un recorrido por una ciudad balneario que busca su lugar en el mundo, como su propio protagonista. Tal vez solo una confusión buscada, un juego más.

Convocado por un viejo conocido (de desagradable recuerdo), ahora jefe de policía, Julián Uřídil, escritor medianamente conocido de novelas policiacas, regresa a su ciudad natal. Una ciudad a la que no volvía desde que se marchó, hace ya muchos años, y en la que ahora ocurren unos extraños sucesos. El policía piensa que, discretamente, puede ayudarles a encontrar el sentido de estos. ¿Y qué es lo que ocurre? Pues que algunas personas de repente les da por lanzarse sobre otras, liarse a terribles y mortales mordiscos, en un estado de enajenación, para acabar suicidándose. Nada en sus cuerpos parece inducirles a ello. Ninguna sustancia en la sangre o restos de cualquier cosa. Ningún estado hipnótico. Tampoco conexión, más allá de que son forasteros, turistas, gente de paso. Además, con las muertes aparecen escondidas imágenes, fotografías de una muchacha, de unos tatuajes. Julián verá como estos actos, poco a poco, se van acercando más y más a él, desde su primer encuentro con una vieja que se le lanza a la carrera para morderle fatalmente. Solo será un temprano comienzo de una larga historia. Una historia que parece jugarse en el pasado y en las dudas del presente, cuando en realidad cada vez se acerca más a la posibilidad de un futuro.

Lo que podría ser una novela negra al uso, acaba transformada por Miloš Urban en otra cosa. Un juego a muchas bandas en la que los personajes alrededor de Julián se multiplican y con ellos una galería de espejos que devuelve dobles y triples imágenes, que se afirman o se niegan. Porque en Banquete fúnebre por Karlovy Vary los detectives son dos o tres, las mujeres son dos o tres, los misterios son dos o tres,… Y cada uno de ellos, detectives, mujeres o misterios, no dejan de ser distintas caras de una misma cosa, algo que está más allá de todo esto. El escritor se niega a escoger fuera de dejar a su colega en el centro de un mundo que afronta con la pereza de un regreso, como esa necesidad de fumar y las arcadas que ello le produce. Como si vivir, que es lo que necesita, le provocara una angustia que llama a otra angustia. Novela de contradicciones, de sentimientos encontrados, como esa sucesión de asesinatos y suicidios, asesinos también de sí mismos. Un escenario más para representar otras inquietudes y temores, para revisar los últimos años de unos y otros entre las fuentes termales de un lugar de otro tiempo.


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