Grimmish, de Michael Winkler (Mutatis Mutandis) Traducción de Eduardo Iriarte | por Óscar Brox

Michael Winkler | Grimmish

He aquí un libro extraño. Una novela que empieza con su propia crítica, sin esconder una de tantas piruetas metaficcionales presentes en el texto. Sabemos, por boca de Michael Winkler, que el manuscrito original de Grimmish recibió unas cuantas negativas, varios años de silencio, hasta encontrar un sello editorial interesado en publicarlo. Y lo cierto es que, podría decirse, la obra no existiría como tal sin esas negativas. Es más: la novela solo puede entenderse como un ejercicio de resistencia frente a esa negativa. Volvamos por un momento sobre nuestros pasos. 

Winkler arranca el texto con su propia crítica de la novela, sin aclarar si es una forma de poner negro sobre blanco los temas que la componen o un guiño cómplice a la naturaleza posmoderna del libro -o sea, o te lo tomas como una broma o como una provocación. Entonces, ¿qué es Grimmish? En primera instancia, una suerte de novela a propósito de Joe Grim y sus peripecias como boxeador en Australia. O, mejor dicho, como el púgil que convirtió el boxeo en una especie de performance artística en la que, más que la victoria, lo que buscaba era ver cuántos golpes podía encajar en un combate sin llegar a besar la lona del cuadrilátero. De ahí, por cierto, esa curiosa deformación del título; en lugar de ser el nombre del protagonista, Grim, su autor lo convierte en un adjetivo, una marca para contagiarnos de esa atmósfera, a ratos ominosa, en la que se mueve el relato de las desventuras de su personaje. 

Un boxeador convertido en performer. La literatura nos ha acostumbrado a hacer del luchador el epítome de los tiempos recios y las épocas de carencia; no hay figura que describa mejor las décadas perdidas que la del boxeador que se parte la crisma para traer un poco de comida a la mesa. En Grimmish, sin embargo, eso no existe. Su protagonista es tan outsider como esas figuras de la literatura popular, solo que Winkler lo vacía de cualquier idea de épica, de cualquier código moral; es, nunca mejor dicho, un cuerpo que resiste golpes y más golpes; carne apaleada, deformada y transformada en otra cosa. Puro horror corporal que su autor describe en sus infinitos matices. He aquí la reflexión: de esta aventura no parece posible sacar nada en claro, ni lectura ni moralina, solo una descripción inacabable de un cuerpo que se nos muestra como una atracción de feria o una pieza de museo. 

Winkler arma su novela en forma de relato oral, del tipo que va enganchado anécdotas y crónicas para construir una historia. Pero una cosa es el armazón que elige y otra lo que pretende evocar a través de esa elección. ¿Se puede seguir creyendo en las narraciones de ese tipo? ¿Qué poder alberga lo oral que siempre lo revestimos de un aura de culto? Como si, al tirar de memoria, de confesión o de palabra, invocásemos algo más. Una idea perdida del relato, de la literatura o de la forma en que contamos las cosas. Grimmish es una novela tan meta que apunta con descaro todas esas cuestiones, a veces con la intención de parodiarlas y, a veces también, con la curiosidad de saber si todavía pueden dar un poco más de sí. Por eso, al leer su novela, uno tiene la sensación de que no importa tanto el itinerario de Grim, su viaje por Australia, como la forma de explicarlo, de encapsularlo entre golpes, de reducirlo a un amasijo de carne palpitante. En definitiva, de capturarlo a partir de otros registros. 

La novela podría hablar de nuestra fascinación por la violencia, que Winkler explora con verdadera devoción. Pero, en el fondo, lo justo es señalar que bajo todo eso late un curioso autorretrato; el del autor frente a las adversidades editoriales, encajando golpes, fintando y combinando el juego de piernas con su habilidad con los puños. El de la novela entendida como performance de una (otra) novela que no existe. O, por qué no, como test de resistencia para una etiqueta, la de narrativa posmoderna, atrofiada después de múltiples intentos y experimentos literarios. Lo hermoso del libro radica, precisamente, en esa ambigüedad, en no saber hasta qué punto se trata de un retrato, una autopsia a un género literario, una broma o un intento por recuperar el encanto perdido de la narración. Y es justo señalar que el mayor éxito de Michael Winkler consiste en haber acuñado su propio adjetivo para describirlo.      


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