Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, de Mercedes Monmany (Galaxia Gutenberg) | por Juan Jiménez García

Mercedes Monmany | Por las fronteras de Europa

Escribir sobre cien años de escritura europea (e incluso algo más allá), como si fuera poca cosa, algo ligero. No es posible. Nuestro siglo XX no es que fuera pródigo en sucesos, si no que a todos nos afectó de algún modo. Aunque llegáramos tarde a él, no pudimos escapar de su historia. Fuimos contemporáneos a todo aun si haber estado allí. Las guerras mundiales, el periodo de entreguerras, la guerra fría (cuántas veces se repite la palabra guerra, como hecho, como referencia). Y fuimos contemporáneos y nada nos fue ajeno, porque estaba la escritura. Todos nuestros extravíos, todas nuestras dudas, todos aquellos caminos que no llevaban a ninguna parte o todos aquellos descubrimientos estaban en aquellas palabras de tantos otros. Aquel fue un siglo pródigo en escrituras y nuestra vida pródiga en lecturas. Demasiadas preguntas en busca de respuesta.

A través de las fronteras de Europa Mercedes Monmany escribe un libro que es imposible de leer como leeríamos cualquier otro. Y es ilegible porque, como diría Jaroslav Seifert, contiene toda la belleza del mundo. Y tanta belleza no puede ser digerida fácilmente sin caer agotados. Su libro debe ser abierto al azar y rebuscar en ese baúl lleno de cosas. Sacar esos objetos-escritores y dejarse llevar por sus vidas y obras, que se entrecruzan en los textos de la escritura como una sola cosa. Es un libro que es toda una vida. Una vida de lecturas y de sensaciones encontradas.

Nuestro siglo veinte fue un siglo de escrituras fronterizas porque las fronteras se movían sin descanso. O no y solo cambian los regímenes (pero entonces también otras fronteras, más interiores, cambiaban). Uno nacía en un país, pasaba por otro y acaba en el de más allá. Fuimos de un lado a otro y a eso se le llamaba destino. No, no ha sido fácil. Incluso esa poca certeza que podíamos tener, la del hombre como continente en sí mismo, se nos cayó de las manos cuando dejó de pertenecerse hasta en lo más mínimo, en los campos de concentración o bajo el estalinismo y los excesos del comunismo.

Mercedes Monmany divide Europa en algunos trozos, y cada uno de ellos contiene alguna verdad y no pocas derrotas. Los países nórdicos, con esos escritores de resonancias antiguas y que siempre nos quedaron lejanos. Bien, no siempre a veces. Alguna vez llegaba algo. Ahora, algo más. Y todo nos permite mejor entender aquellas excepciones que no eran tales. Ingmar Bergman, por ejemplo. Rusia, que aún era más lejana, sin embargo, por esos espejos deformantes de nuestra historia literaria estaba aquí al lado. Librando sus propias batallas, combatiendo sus propios demonios. Irlanda fue ese pequeño reducto insolente, aunque nunca supiera retener muy bien a sus genios (o demonios). Otra cosa diferente a esa literatura británica de la que nos llegaban y llegan cosas como botellas lanzadas desde un barco anclado. Alemania, sin embargo, siempre estuvo anclada a nosotros, siempre estuvo sobre nuestras cabezas, dentro, alrededor. Más allá de las épocas y de sus traumas, como si las pesadillas de aquellos las viviéramos nosotros poco después. Pero de pesadillas germánicas y dolores de cabeza soviéticos entendió esa región a la que la escritora dedica una extensa parte: Centroeuropa, los Balcanes. Espacios llenos de escritores que huían de todo, empezando por sí mismos. De escritores sin patria o sin patria demasiado clara o con esa sensación permanente de no poder estar ahí. Es imposible entender que fue de aquel siglo sin los libros de aquel lado, desde el momento que fueron primero el corazón enfermo y luego la herida sangrante.

Francia e Italia también ocuparán un lugar especial en este libro sobre los espacios de la escritura, sobre sus líneas, siempre en movimiento. Los escritores franceses y también aquellos que llegaron huyendo de infinitos rincones del mundo. O aquellos que habitaban sus colonias. El mundo es tan grande… y nosotros tan pequeños. Italia estuvo siempre ahí. Francia ponía esa moda de escritores e Italia creaba esa literatura tras la cual nada podía ser igual. Tal vez más discretamente, pero con la constancia que da estar contra algo o buscando siempre otra cosa. Recorrer los nombres, leer sobre ellos, solo puede producirnos esa conmoción de cuánto les debemos y de cuánto nos queda aún por leer. Varias vidas. Más.

La literatura en lengua portuguesa, aquella turca o israelí, tendrán sus espacio porque Europa siempre fue permeable y voraz, abierta a todos esos mundos, esas palabras, que nunca nos fueron lejanas. El sueño de Europa está poblado de gente que pensó que otras vidas eran posibles. De todos hemos recibido y a todos hemos entregado algo. ¡Qué enorme diferencia entre esa Europa de gobiernos e imposiciones y esta libre de la escritura! Tal vez porque una se hace contra nosotros, contra nuestras esperanzas, mientras que la otra es siempre una cuestión personal. Sí, hemos leído tanto y nos queda tanto por leer. Y sí, no quedan países y nos horrorizan esas fronteras que nunca fueron nada.

Por las fronteras de Europa es un libro que no puede ser leído de una vez, cierto, pero es un libro que debe ser leído sin cesar. Es un libro que tiene que estar ahí, junto a nosotros, entre otros muchos libros. Como un corazón que late, como testigo y testimonio de todos aquellos que necesitaron las escritura como la necesitamos nosotros. Para ser, para huir, para construir. Todo.


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