Jacobo Reloaded, de Mario Bellatín (Sexto Piso) Ilustraciones de Zsu Szkurka | por Héctor Tarancón Royo
Cuando Eduardo Jordá explica, a propósito de Una vuelta de tuerca en su último ensayo Lo que tiene alas, que hay cierto tipo de literatura que se erige como una serie de cajas chinas cuyo contenido, o al menos su sentido último, siempre se escapa o diluye en una maraña de detalles y sentidos cruzados habríamos de decir, sin lugar a dudas, que no le falta razón. En efecto, existe una serie de autores como Agustín Fernández Mallo, Manuel Vilas o, como ocurre en este caso, Mario Bellatin que, pese a ser dispares en sus estéticas y propuestas, sí se relacionan por contar una historia de manera indirecta, digamos, de una manera fragmentaria, difusa, no-lineal que hace que, al final, la historia adquiera una potencia mayor, in crescendo, sin que nada esté, aunque, contra todo pronóstico, la historia y los personajes, y ciertos hilos temáticos, permanezcan en el pensamiento y el interés del lector.
Jacobo reloaded (2014), reescritura y ampliación de Jacobo el Mutante (2004), nos ubica, en un principio, en una de las obras inacabadas de Joseph Roth, La frontera, de la cual sólo se conocen fragmentos e inicios dispares. A partir de este inicio falso, como luego se irá viendo, Bellatin introduce, poco a poco y con un bisturí extremadamente sutil, variaciones y diálogos entre sus propios personajes, los de Roth y los de otros tiempos en una manera que recuerda a la inclusión de El Quijote en Ciudad de cristal, de Paul Auster, Martillo, de Alejandro Hermosilla, e incluso las leves modificaciones de “Doble”, uno de los relatos de Modelos animales, de Aixa de la Cruz. Por decirlo de otra manera, cada acontecimiento tiene su “reflejo”, su perspectiva complementaria que enreda y complica la trama con el avance de los capítulos. Por ejemplo, y desde el principio, Bellatin introduce dudas sobre Jacobo Pliniak, su principal protagonista: «A veces se cuestiona, también, las razones por las que nunca ha sido visto como un rabino genuino» (p. 18).
Las religiones (catolicismo, judaísmo e Islam), de hecho, se incluyen dentro de la carnavalización, la mentira y la ficción para mostrar, según cuenta la novela, cómo las religiones monoteístas tienen más puntos en común de lo que pensamos, lo que incide en su carácter ficcional, inventado, como excusa de otras cuestiones más políticas (el trabajo, la invasión del capital y la homogeneización reflejadas en la proliferación de escuelas de baile). El lector, testigo de las constantes transformaciones, adquiere entonces un estado de oración perpetuo, que recuerda mucho a la novela de Hermosilla, dentro de los afluentes, con tintes orientales, que la obra propone: «Teoría Mariótica, según el Maestro Espín: Suceso que ocurre cada vez que un hecho mínimo y aislado rompe un orden establecido, surgiendo luego una cadena de caos incontrolable y acciones cada vez más absurdas» (pp. 172-173).
Aún más, Bellatin suscita cuestiones fundamentales de nuestro siglo como es el transcurrir incesante del tiempo: «Las figuras quedaron en suspenso. La piel de los hombres perpetuamente mojada» (p. 13). Los personajes, como refleja la cita, se ubican en una serie de espacios en los que los cambios son incesantes sin que, al contrario, ellos deseen transformarse más. Llega el momento en que cada uno de los protagonistas rememora un instante de su vida, pasada o presente, con igual resultado: el deseo de dejar el presente en suspenso, el presente en el presente. Así, la novela, que destila en cada página el “arte de la transformación”, la idea de que vamos atravesando numerosas fronteras en nuestra vida, lucha directamente contra la “espera” de los personajes, dejando momentos bellos («ella, le decía Jacobo mientras le acariciaba el cabello real, como ser humano estaba dividida en miembros, a manera de escalones, que a su vez eran un reflejo de otros tiempos», p. 134) a la par que dolorosos («irían por la vida cargando heridas tanto del cuerpo como del alma», p. 140).
Todo ello, además, acompañado de las abundantes ilustraciones que la dibujante húngara Szu Szkurka reparte por toda la novela. Sus dibujos complementan y ahondan en la historia y permiten ver, en un estilo dibujado y expresionista, de fuertes contrastes, los escenarios, la mirada sombría de los personajes o la violencia, en ocasiones inadvertida, de los hechos, como ocurre en Serie de abluciones 1-5. Sus inversiones de color, la sencillez del trazo y, sobre todo, la adaptación (transformación) de cada ilustración según la intensidad y el momento de la obra hacen que la novela cobre un sentido nuevo, en negativo, en el que las imágenes ofrecen descanso para meditar y, a la vez, nuevas cuestiones en las que profundizar.
En definitiva, Bellatin vuelve a demostrar su genio, su capacidad natural para atrapar al lector y llevarlo por la senda de lo inexplicable, de lo terroríficamente humano, haciendo, en uno de los mejores planteamientos literarios de las últimas décadas, una historia compuesta por transformaciones, variaciones desde distintas perspectivas, que hacen que el lector se pregunte por la literatura en sí, por si no son las transformaciones, los detalles, los que merecen verdaderamente la pena.
«Quedarse siempre como lector en mutación continua» (p. 216), y no tenemos más remedio que, a todos los niveles, afirmar y rezar para que el futuro tenga piedad.