Retrofuturismos. Antología Steampunk, de VV.AA. (Nevsky ediciones) | por Juan Francisco Gordo López
La endiabladamente rápida evolución social del mundo casi no nos deja ni ahogarnos con nuestras propias enfermedades mentales, trastornos psicológicos y patologías de nombres impronunciables. ¡Consumid, consumid, consumid! Abarrotados de productos que pretenden ser frescos, novedosos, sin el moho que estropea las buenas ideas, pocas cosas quedan que realmente merezcan la apreciación de un paladar exquisito.
Para regocijo de fenómenos sociológicos consolidados, algunos movimientos literarios, estéticos, éticos y demás valores que ya no se llevan, son capaces de mantenerse con brío en una productividad más que aceptable en el panorama cultural de nuestro país y mucho más extenso en el panorama internacional. El movimiento steampunk no está, para nada, desfasado, a pesar de que sus inicios queden ya muy atrás en esta modernita sociedad líquida de liquidación.
Cuando la película Wild Wild West salió al terreno de juego de la oferta y la demanda, nos reímos. Y no nos reímos porque fuera buena. De hecho, incluso al hilo del steampunk, tiene más bien poco de steam, pero aún menos de punk. El género, en el cine, ha gozado de poca fama, ciertamente. El fiasco de la adaptación de la Liga de los Hombres Extraordinarios provocó un fuerte rechazo de toda la estética en general para el gran público, la gran masa. El steampunk pudo haber sido una gran corriente mainstream, pero tuvo que esperar un tiempo, hasta la explotación de su estética, sobre todo, por la animación japonesa: el Castillo en el cielo de Miyazaki representa la brillantez a la que se puede llegar con un movimiento que es mucho más potente de lo que hasta entonces se había explotado.
El cómic, desde luego, ha sido el que mejor ha explotado el género debido a su condición a medio camino entre lo visual y lo literario. Si AlanMoore ha sido uno de los máximos referentes del steampunk, nuestro HumbertoRamos no se quedó atrás a la hora de confeccionar una serie homónima para la factoría Cliffangher. Hoy estamos de suerte, ya que NevskyProspects, con su colección FábulasdeAlbión, nos ofrece una creciente oferta de obras del género.
Marian Womack se ha encargado de reunir, en Retrofuturismos, a varios de los autores más representativos del género steampunk en castellano, consiguiendo una magnífica compilación de cuentos cuya delicia se saborea desde la primera página. Y es que el steampunk no es solamente la bomba estética que todos conocemos. En estos cuentos podemos encontrar la dura crítica punk por el progreso encaminado a una desvalorización de la sentimentalidad humana, engorro para la mecanización de la tecnología aplicada a los campos que una ética desfasada no deja de intentar salvar. El predominio de la razón genera un decaimiento del humanismo que estos autores tratan de evitar que se hunda en el olvido de las páginas que en estos futuros alternativos se han transformado en planchas de metal, engranajes y tuercas.
Con diferentes ubicaciones geográficas, los cuentos recorren el panorama general de la dicotomía humana sita entre la más pura racionalización de la realidad y la experimentación fantástica y personal de la misma. El futuro del progreso, tanto si es el de un mundo alternativo bajo la rúbrica de la rugiente máquina de vapor como bajo los infinitos recovecos de la era informática, tiene un escandaloso precio que esta literatura trata de advertir, a saber, la despersonalización del ser humano. Lejos de quedarse en el imaginario estético característico del steampunk y sus dirigibles, autómatas y articulaciones biónicas, los autores reunidos por Womack diseñan unas historias que remiten a las obras clásicas de H. G. Wells o Tim Powers. Además de un acertado postfacio de la coordinadora del libro.
Dejando a un lado la forma, el contenido de Retrofuturismos es tan brillante como los engranajes que han logrado darle vida pieza a pieza. Una auténtica joya de la corona victoriana que recoge, historia por historia, lo más granado de un futuro que no podríamos conocer, ¡oh, imperfectos humanos de carne sin metal!, sin las palabras que componen sus páginas.