Oso, de Marian Engel (Impedimenta) Traducción de Magdalena Palmer | por Inés Martínez García
Marian Engel nació en Canadá en 1933 envuelta en una manta de oso. Sus ojos lanzaban destellos de naturaleza salvaje, su llanto hacía caer la lluvia y con ella nacía de nuevo.
Oso es una novela sincera y al mismo tiempo indescifrable. Un episodio mágico, sombrío y extraño. Hablar de Oso es hablar de lo que uno siente al leer la obra: pudor, calor, incomodidad, alegría, tempestad, ganas de viajar y mudar de piel; reencontrarnos con nuestros ancestros, ser salvaje.
Marian Engel cuenta la historia de una bibliotecaria estancada en su propio tiempo que viaja a una remota isla canadiense por orden de su superior, para investigar una propiedad que se ha dejado a cargo de la Biblioteca. La autora nos presenta una historia donde la protagonista, Lou, traba una gran amistad con un oso, una amistad que traspasa las barreras de la lógica y el tiempo.
Oso es un libro sobre reconquistas, sobre el poder de la intimidad y el deseo. La naturaleza salvaje que une a los humanos con los animales; la soledad y el apetito carnal e intelectual. El mismo libro es un manifiesto trascendental del acto y el pensamiento.
A pesar de ser considerado un escándalo, la novela consiguió el premio nacional literario de Canadá, Governor General’s Literary Award, en 1976. Marian Engel, apasionada activista por los derechos de los escritores de todo el mundo, es considerada una gloria nacional en Canadá, siendo alabada por autores como Robertson Davies, Alice Munro o Margaret Atwood, quien presentaba Oso como un libro extraño y maravilloso; tan real como una cocina, pero construido con los elementos de los relatos tradicionales y con sus mismas perturbadoras resonancias.
La protagonista, Lou, asentada en la casa victoriana y octogonal, en una de las remotas islas de Canadá, emprende un camino de autodescubrimiento. Acude a pasear con el animal que aguarda en la cuadra vecina, se zambulle con él en las aguas del río y se tumba sobre su mullido pelaje junto al fuego mientras habla del coronel Cary, la persona a la que había pertenecido la casa y que había compartido sus días con otro oso, provocando desde ese momento una tradición extraña e irremediable.
“Era la noche de las perseidas. Se llevó al oso al río. Nadaron en las aguas quietas y negras. No jugaron. Estaban serios, esa noche. Nadaron en círculos con gran solemnidad.”
La obra se desarrolla de forma tranquila, simula el acto de desnudarse sin prisa; de avivar el fuego de la pasión poco a poco, desabotonando una camisa como si el tiempo no avanzara, como si la propia humanidad nos impidiera yacer con nosotros mismos y lamernos las heridas.
Engel ha escrito un libro que mantiene al lector despierto provocando tanto reflexiones como sensaciones. Presenta el sexo como un arma desahogada, la masturbación como un acto de naturalidad suprema y placentera; el libro fluye, con claridad, como las barcas que transportan a Lou y al oso por la Isla de Cary hacia un nuevo destino. La autora conduce a la protagonista por un proceso de fundamental humanización, a través del cual aprehende el sentido de vivir y de la vida humana.
“Lou sabía que debía esconderse, pero no había ninguna cavidad, ningún oso. Se refrescó en el río; se ovilló, y desovilló, se dobló y se desdobló, porque sabía que ella venía del agua […]”.
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