Lo que la mano da, de Marcela Rivera (Mundana) | Breve ensayo sobre la carta, de Laía Argüelles Folch (Temporal) | por Gema Monlleó

Marcela Rivera | Lo que la mano da

“La mano que escribe es una mano que hurga en el lenguaje que falta” 

Pascal Quignard 

A veces se da un momento mágico en el que el azar junta dos lecturas que entre sí se hablan. Esto es lo que me ha sucedido cuando tras leer Lo que la mano da (Marcela Rivera, Ediciones Mundana, 2022) he leído Breve ensayo sobre la carta (Laía Argüelles, Temporal, 2021). Dos libros de temática distinta, editados en momentos diferentes pero que con su concatenación han entablado un diálogo entre ellos y un triálogo conmigo. 

La mano, hacedora de cartas, bordadora de palabras, médium del tacto. La carta, mano mediante, nefanda o inefable, lengua escrita del amor, amor palpable.  

“La mano inquieta al pensamiento. Una y otra vez, seres que inquieren y actúan sobre el mundo (…) vuelcan la mirada hacia el mapa impreciso que se tiende entre su palma extendida y las yemas de sus dedos” 

Laía Argüelles Folch | Breve ensayo sobre la carta

“Cuando no hay alternativa, cuando es resquicio, último recurso entre todo aquello que da voz, queda la carta. La forma de carta se torna necesaria, única opción posible cuando no puede decirse la palabra de otro modo. Dar voz a su manera, y cederla así a su través” 

Rivera analiza y reflexiona sobre la relación de la mano con la materia que toca: el tacto nos pone en contacto con el mundo y experimenta la resistencia tanto de las cosas como de los otros (“vivimos como quien extiende sus dedos en la noche, palpando lo desconocido: la mano roza lo imprevisto”). Consciente de la infinitud de su tarea (el tratado exhaustivo de la mano es una tarea quimérica que nunca se consuma) centra el libro en la relevancia de la mano tanto en la tradición filosófica como en el pensamiento del arte y la literatura (Paul Valéry, Henri Focillon, Hannah Arendt, Alberto Giacometti, Leonardo Da Vinci, John Berger, Borges, Hokusai, Montaigne, Chillida -“tengo las manos de ayer. Me faltan las de mañana”-, Edmond Jabés, Marguerite Duras, Hélène Cixous, Clarice Lispector…). 

Paul Valéry en sus Cuadernos, anotaciones sin linealidad aparente, dibuja su mano una y otra vez (“estoy en esa mano y no estoy en ella. La mano es yo y no yo”) y, consciente de que “el pensamiento se abre paso entre materia y manera”, sostiene que “en cada mano hay un filósofo, un pensamiento en gestación”. La mano es entonces aquel “órgano de la certeza positiva: un filósofo escéptico que no puede recusar la evidencia de la resistencia de los cuerpos que toca”. El grafismo valeryano podría ser heredero de los Carnets de Leonardo Da Vinci, su tratado inacabado del cuerpo, pero así como las palmas unidas “albergan un hueco que se presiente jamás colmado”, el estudio de la mano es ilimitable: “¿existirá la mano capaz de asir el laberinto inacabable que surca?”. 

En La memoria y la mano, libro a cuatro manos entre poemas breves de Edmond Jabés y bocetos del artista Eduardo Chillida, ambos exploran “el modo en que las manos detentan un saber, la manera en que ellas están atravesadas por intensidades, fuerzas y potencias”. Su lectura provoca preguntas en Rivera “¿y si las manos de Jabés y las de Chillida se cruzasen en esta obra para rozar una misma evidencia, la de que es en y por las manos que la experiencia del vacío se desliza en el mundo?” que a mí me llevan de nuevo al ensayo de Argüelles: ¿no será esta evidencia del vacío la misma que produce la ausencia de respuesta en una carta?: “Acto performativo, la carta es acontecimiento; al decirse (al leerse), se hace acontecimiento. Como la confesión (¿qué digo, que la carta es confesión?), decir la carta provoca en sí un cambio en el mundo”.   

Valéry no es el único punto concordante entre ambos ensayos, también Marguerite Duras está presente en los dos: “soy el que llama, esta mano es mi testimonio, estuve aquí, pero esta mano que digo mía está partida, no me pertenece, necesita del gesto de la tuya que la reciba. Lo que aquí expongo tiene lugar entre tu mano y la mía” versus la encarnación epistolar del cuerpo ausente cuando la llegada de Y. (Yann Andréa) reemplaza el envío y recepción de cartas entre ambos (“la sustitución de la equivalencia cuerpo-carta”).  

La carta es la mano que desafía al tiempo, el lugar de intimidad (también de vulnerabilidad) que nadie puede destruir por ser contenedora-de: “una carta lleva integrada su parte de generosidad: en su acercamiento, entrega el testigo de la gestión del tiempo. Quien escribe encarna su propia vulnerabilidad al colocarse en el lugar de la espera”. La carta, la mano y el tiempo entre su redacción y su lectura, una tríada indisoluble: “el trabajo de la carta no es el de su escritura, sino el de su espera”. 

En el libro de Rivera hay una larga lista escrita por Michel de Montaigne sobre las posibilidades de la mano, con ella “prometemos, pedimos, interrogamos, admiramos, contamos, confesamos, nos arrepentimos, tememos, dudamos, incitamos, animamos, desafiamos, adulamos, humillamos, celebramos, nos compadecemos, nos entristecemos, nos desconsolamos (…) con una variación y multiplicación que rivaliza con la lengua”. ¿No es este también un listado de las posibilidades de una carta? Argüelles tangibiliza: “El lenguaje de la carta no es la gramática, es el gramaje. Palabra escrita, su trazo es hendidura; la carta es grieta, la carta es ese lugar en que la botella al caer se hace pedazos”. Y añade, sobre la materialidad de la misma: “una carta llega, y llega de forma tangible precisamente por su intención (su deseo) de quedarse”. Papel escrito por una mano, papel doblado a mano, papel enviado, papel recogido, papel sostenido. La carta y la mano, la mano y la carta. 

Argüelles, artista visual, ensaya (prueba vs error) desde la subjetividad, a veces desde el diario, escribiendo a un tú elíptico, haciendo de lo autobiográfico el eje del análisis. “Cómo vivir, me preguntó por carta alguien / a quien yo pensaba formular / la misma pregunta” (Wislawa Szymborska), estos versos impresos en postales para familiares y amigos fueron la probatura, el test, el sujeto interrogante que Argüelles envió en un intento bidireccional tanto por romper como por mantener la distancia, ya que la respuesta debía llegar también por correo postal.  

Breve ensayo sobre la carta es un título feliz que contiene en sí mismo los cuatro capítulos del libro: Breve (“la carta más breve sería la carta pensada y no escrita: carta vacía, carta-membrete”), Ensayo (“lo es en tanto género y, a su vez, en tanto ejercicio. Estoy, por así decirlo, ensayando. Estoy intentando discernir el lenguaje de la carta, su práctica, su motivación, su necesidad”), Sobre (“el hecho de que un sobre pueda cerrarse sin ningún instrumento adicional, únicamente con la secreción salival, confiere un carácter mágico a la carta”), La carta (“La tarea de escritura y la tarea de lectura. ¿Qué tenemos entre manos? El acento, la voz, el encuentro. ¿Y decías que una carta no se ruboriza?”).  La mise en abyme a la que Argüelles se refiere en la recepción de un sobre con sobres con hojas prensadas para un herbario en su interior (imposible no pensar en Emily Dickinson), está presente en todo el libro: desde el título con títulos, hasta la matrioshka última de las variaciones que la polisemia permite página a página. 

Ciceron, Victor Hugo, María Zambrano, Walter Benjamin, Goethe, Anne Carson, Gloria Fuertes, Roland Barthes, o los ya mencionados Cuadernos de Valéry Marguerite Duras, están presentes en el texto para apoyar o desestimar conceptos, para sugerir caminos, para levantar interrogantes. No deja de ser otra intersección entre estas tentativas de tratados que, pese a su brevedad (53 y 73 páginas respectivamente), las referencias a altri tengan tanto peso específico. 

El pensamiento sobre la mano (explícito en Rodin), la reflexión sobre las cartas, el argumento yuxtapuesto de ambos libros construye un entramado fragmentario en el que podemos saltar de uno a otro como si de una rayuela se tratase. Dos libros de pequeño formato para contener un pedazo mínimo del infinito: “una mujer abre su mano, vacila, pero finalmente decide entrar en ella (…) entonces escribe. Su mano temblorosa comienza a trazar sus peculiares huellas, despertando a la hoja de su neutra blancura. El pensamiento va detrás”. 


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