Huérfanos de Dios, de Marc Biancarelli (Armaenia) Traducción de Antonio Roales Ruiz | por Juan Jiménez García
No es seguramente ningún azar que la literatura corsa se nos aparezca a menudo bajo la forma de la novela negra o, ya directamente, del bandidaje. Al menos aquella que está llegando hasta nosotros, lo cual es siempre una simplificación (de otra simplificación algo más grande, como lugar dentro de la literatura francesa). En todo caso no es aventurado decir que Córcega ocupa en el imaginario francés el espacio de Sicilia, isla también, en el italiano. Es decir, un territorio marcado por una violencia ancestral que encuentra sus raíces en movimientos de liberación o como respuesta del pueblo frente a la ocupación y despotismo (en cuya degeneración reemplazan). Huérfanos de Dios, de Marc Biancarelli, es una buena muestra de todo ello, también en su propia construcción.
Vénérande es una joven campesina perdida en un remoto rincón de la montañas, rincón que decide abandonar para encontrar la justicia, que es otra manera de llamar a la venganza. Su hermano, a raíz de un encuentro con unos bandidos, ha perdido la lengua y la razón. Enfrentarse a esa tarea ella sola es un imposible. Por eso ha reunido el dinero suficiente para pagar los servicios de alguien capaz de encontrarlos y acabar con ellos. Y ese alguien será L’Infernu, un viejo bandido como aquellos, que afronta el final de sus días entregado a la bebida y a la muerte. Porque morirse, en su caso, es una tarea más. Una tarea a la que se entrega sin pasión.
Ange Colomba, llamado L’Infernu, lo ha sido todo (algo necesario para no ser nada). Ha formado parte de la banda de Théodore Poli, y con él ha pasado de las grandes ideas al gran bandidaje (en estos tiempos todo se era confuso y todo se confundía). Tras la retirada de Poli, le queda una calabaza seca tallada de recuerdo y buscarse la vida. Hacerse un nombre, unirse a otras bandas, ver la muerte alrededor y formar parte de esa misma muerte. Mientras se construye la venganza de Vénérande, se deconstruye su propia historia. Va al encuentro de su muerte a través de su propio pasado, esquivando el presente.
Marc Biancarelli se instala en el western. En su estética y en su ética. Si bien es cierto que tendemos a atribuirle al western algo que forma parte de la cultura y la literatura popular de terrenos completamente alejados (e incluso aislados) entre sí, como pueden ser el wuxia chino o el chambara japonés. En realidad, la búsqueda de la justicia a través de la desolación, tanto paisajística como anímica. Y la necesidad del héroe. Huérfanos de Dios pero también de los hombres.
Entre lo épico de ese pasado lejano (con personajes que existieron de fondo e historias orales) y lo violento del presente, la novela se mueve con soltura entre la evocación (casi ensoñadora) y la brusquedad, la sequedad, de la violencia, que es algo inseparable de ese tiempo, construyendo dos mundos que confluyen en ese infierno que se apaga, no sin antes arrasarlo todo. Hasta que solo quede el silencio, único momento en el que tal vez podamos entender algo. Aunque solo sea a nosotros mismos. Un poco.
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