Puertadeluz, de Luis Bustos (Astiberri) | por Juan Jiménez García
El futuro, como muy bien nos enseñó la ciencia ficción europea (en especial Andrei Tarkovski) es igual que el presente pero sin apenas nadie. Lo verdaderamente terrible de los años que vendrán es que estaremos solos. En los mismos lugares, pero solos. Últimos habitantes de unos mundos agotados, como tierras mil veces sembradas y recogidas. Entre todo, tal vez el paisaje español posterior al boom y, más tarde, a la crisis, es un lugar perfecto para nuestras peores pesadillas a años vista. Luis Bustos debió entenderlo también así, y Puertadeluz se instala ese presente deshumanizado que es el futuro para contarnos una historia negra por una multiplicidad de razones: género, tinta, historia.
Un día los padres de Alicia se trasladan a una urbanización digna de nuestra burbuja inmobiliaria. Está lejos de todo, en ninguna parte, y tiene su correspondiente centro comercial, ese lugar de ocio al que aspira nuestra clase media, ahora tirando a baja, que se creyó alta. Unos años después solo quedan carteles de “en venta”, un mundo destruido y unos vecinos que malviven, pensando aún así que peor se estaría en otro lado. Los brillantes edificios, todos iguales, todos geométricamente bien dispuesto, son ahora estructuras fantasmas. Y, entre todas esas estructuras fantasmas, destaca ese centro comercial abandonado.
Nada parece ya funcionar. La madre se marchó y Alicia tiene ahora un hermano y un par más de críos que son sus amigos, y un montón de tiempo libre para aburrirse. El mundo que ha quedado es un peligro constante, con bandas nómadas de oscuras intenciones, y la única aspiración que puede uno puede tener es vegetar de cualquier manera. Pero esa no es la aspiración de una adolescente ni de unos críos, siempre necesitados de aventuras. Y el centro comercial es su lugar. Un fortuito y aparatoso descubrimiento precipitará las cosas y los llevará a un punto de no retorno.
Con un tono entre la novela negra y la novela social (tantas veces coincidentes), Luis Bustos traza una historia de un mundo posible, a través de unos paisajes reconocibles. Si ha tenido que desplazarla unos pocos años hacia adelante no es precisamente por falta de escenarios posibles. Ese mundo en ruinas, pero no antiguo, ese mundo construido, hecho de ladrillos y aire, se convierte el mismo en un protagonista más de la historia. El dibujo de Bustos nos entrega esos inmensos espacios de la nada para que los habiten, compulsivamente, seres sin esperanza, y solo los niños y los jóvenes son capaces de pensar que hay algo más. Como en aquellas películas de Zatoichi en las que el espadachín ciego abandonaba pueblos tras los que tan solo había quedado muerte y desolación, solo quedan las carreteras desiertas hacia ningún lado.
No, no hay mucha esperanza en Puertadeluz. Solo oscuridad y fantasmas. Las utopías capitalistas del presente, las especulaciones de nuestros días, son las pesadillas del futuro. Luis Bustos traza un contundente retrato de todo ello, que no por desolador deja de ser menos justo. Y además vuelve a instalar el género en el lugar que le corresponde, como revelador de mecanismos y retrato implacable.
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