A la izquierda, donde el corazón, de Leonhard Frank (Errata naturae) Traducción de Esther Cruz | por Almudena Muñoz
El corazón fue sin duda el territorio más explorado por los escritores alemanes hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Tal vez porque intuían sus roturas, o por acabar de reunir unos pedazos insalvables desde que el imperio germano comenzó a tambalearse. Quizá por este motivo fue también un territorio físico, no un estado sentimental. El corazón se estudiaba en los sanatorios, detrás de placas de rayos X llenas de nebulosas negras y azules; en las muchachas en sillas de ruedas que tosen sangre y en las buhardillas donde los muchachos sueñan con el cabaret del sótano, mientras acumulan maletas roñosas y pasaportes al Nuevo Mundo.
Leonhard Frank (o Michael Vierkant) llega entre medias de los actos más grandes. Un poquito después de Thomas Mann, un poco antes de Stefan Zweig; como los hermanos medianos, con el tiempo acaba pasando más desapercibido. La dolencia de Frank como escritor fue la misma que la que hace de Michael Vierkant un protagonista borroso: los dos sentían, y por tanto actuaban, con demasiado pasión o flojera. Se les dispara el corazón y la mano que escribe, o pinta, o pide la vez para opinar en un círculo de intelectuales psicoanalistas y expresionistas. Al final de esta traducción de A la izquierda, donde el corazón, el estudioso Armin Strohmeyr se cuestiona si realmente podemos considerarla una novela autobiográfica, o si Frank está disfrazándose tras Vierkant con un traje abarrotado de luces o de agujeros, según le conviene mejorar o afear sus recuerdos.
Leonhard/Michael es un joven con una infancia más pobre e inculta que una rata, pero con un par de pulmones sanos que le permiten respirar hondo los aromas de principios del siglo XX, esos que son bellos como locomotoras y más tarde marchitan el corazón. La enfermedad de Michael es un profesor abusivo que le acaba causando el dolor de la egolatría: para compensar tanto despecho, tiene que pensar en sí mismo como un genio. Michael lo recorre todo: el submundo de los cafés y las artes de Berlín, las esposas y novias que se marchitan (también físicamente) en todos los tropos imaginables, los oradores pacifistas y los científicos revolucionarios, París y el puerto de Nueva York, donde no lo recibe un chequeo a tiza, sino un cheque de 200 dólares de la Warner Brother’s.
¿Cómo es posible que se le rompa el corazón a Michael y que el de Leonhard deje de latir con el tiempo? Como apunta Strohmeyr, algo en A la izquierda, donde el corazón parece demasiado estudiado, el viaje lleno de esperanzas y sabañones perfecto. Mientras a La montaña mágica se le muere el pulso por momentos y a La impaciencia del corazón se le desboca, la obra de Leonhard palpita con un aura muy novelística, como si estudiase el corazón a través de uno de los dibujos de Michael y no del natural, del pecho desgarrado. Sin embargo, es notable el retrato de un periodo tan convulso, entre 1910 y la posguerra en Alemania, sobre el que Frank demuestra una actitud escéptica, desilusionada, de mirada feroz. Sólo entonces se revela cuál era el verdadero anhelo del escritor al emprender una autobiografía tan moldeada y cuál es realmente el territorio a la izquierda del corazón: no una zona del pecho, ni una emoción perdida, ni una parte de la vida o de la patria, sino una posición política.
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