Derivas, de Kate Zambreno (La uña rota) Traducción de Montse Meneses | por Óscar Brox

Scott Spencer | Amor sin fin

Se ha convertido en un tópico comenzar cualquier texto a propósito del ensayo contemporáneo describiéndolo como un permanente banco de pruebas. Un espacio en el que se pueden mezclar géneros, voces, discursos, pasar de la prosa a la poesía, de lo personal a lo público, del cuaderno de notas a lo académico, sin que por ello se resientan sus cimientos; al contrario, todo parece indicar que está vivo. Que palpita. Que hay algo orgánico en esa manera de entender la escritura que nos advierte de la necesidad de renovar, de tanto en tanto, la forma con la que toma cuerpo textual. De entre los nombres que encontramos alineados a esta tendencia, sin duda Kate Zambreno pasa por ser una de sus mejores representantes. Tras publicar la traducción de Mi libro madre, mi libro monstruo llega ahora Derivas. De nuevo, la escritura íntima expuesta en la hoja. Una hoja que, quizá para una generación como la nuestra, podría leerse con la misma escritura rápida que un post o con la rara sensibilidad poética que en algún momento fue distintiva del Myspace. No sé cómo explicarlo, Zambreno se mueve en ese terreno intermedio entre escribir para una misma y escribir con alguien en la cabeza. Anotar, como en un dietario, los pequeños movimientos de la vida para, acto seguido, moldearlos y proporcionarles una forma literaria.

Derivas arranca como un libro por venir. Como la promesa de un libro que se está fraguando mientras lo leemos, atrapado entre los vaivenes literarios de su autora. Así, en ese primer momento, nos topamos con piezas sueltas, pensamientos casi fugaces estallando en la página. Aquí Rilke, allí Walser, más allá Wittgenstein. Nada rara, por cierto, la elección de estos nombres para su ensayo. Zambreno los mezcla, los lee y los anota, pero lo hace con esa extraña sencillez con la que consigue un triple propósito: hacer que hablen, hablar de ellos y hacer que nos hablen. Esto último, como si se tratase de un ejercicio de resurrección literaria. Huelga decir que hay autoras, como ella, con un olfato especial para el comentario de texto, la selección de autores y la facilidad para evocar un ramillete de impresiones estéticas a través de ellos. Fundamentalmente, porque este es, también, un libro de impresiones. De gestos. De detalles. Un libro que empieza, se detiene, cuestiona su dirección, vuelve a comenzar y, poco a poco, nos revela hasta qué punto está cómodo en ese juego de idas y venidas en torno a su objetivo principal: explicarse como un ensayo sobre las numerosas formas de poner en palabras la vida. O el acto de vivir. 

Quizá por ello, resulta tan significativo que la propia autora inscriba su embarazo y  maternidad como una parte importante del libro. El método, en el fondo, es bastante parecido al de su otro libro: Zambreno hace, deshace y rehace (como decía Louise Bourgeois). Expone, medita y recupera. Y consigue que todo lo que en la página se lee como un titubeo creativo, la escritura ante las múltiples direcciones que puede tomar un ensayo, se sienta como el meticuloso trabajo con un material sensible. Porque aparentemente no tiene color ni un peso concreto, parecen pizcas de muchas cosas insignificantes, pero es curioso cómo todo ello nos coloca siempre junto a ella o frente a la pantalla de su ordenador. Cómo sus palabras tienen esa voluntad de ordenar (el mundo, su intimidad, su proyecto de escritura) y, por tanto, de conformar otro mundo, un relato o un ensayo, a partir de todo eso. 

Ante el título del libro, Derivas, uno tiene la sensación de imaginar una serie de olas rompiendo en la orilla de la página. Ideas, intuiciones, comentarios en voz alta que aparecen y desaparecen, pero que inadvertidamente nos colocan, una y otra vez, en el espíritu del texto. Que podría ser un ensayo sobre esa sensación de soledad, sobre esa necesidad de comunidad, que alienta a la literatura, tanto como la búsqueda de una forma que capture esa impresión cambiante que supone el acto de estar vivo. Y todo ello, con su autora hincándole el diente, en toda su profundidad, a colosos y malogrados como Walser o Rilke. A su escritura. A su personaje. A su material sensible. 

Al escribir, hace algo más de un año, a propósito de Mi libro madre, mi libro monstruo, señalé esto: “De ahí que el libro de Zambreno se pueda leer de muchas maneras: en un atracón, devorando sin medida esa escritura a caballo entre el aforismo, la intimidad desnuda y el trallazo teórico; pegado a ciertos fragmentos en los que resuenan experiencias compartidas; o bien, por qué no, como un ejercicio diferente alrededor del comentario sobre arte. Como ampliación del campo semántico de lo íntimo o como grito helado de una hija que se confabula con sus recuerdos para apaciguar el vacío al que, una y otra vez, le remite la ausencia de madre, el paso del tiempo, su transición de hija a madre, la memoria familiar, personal, colectiva, lo insignificante, lo pedestre y casi cualquier cosa que quepa en sus hermosas páginas”. Después de leer Derivas sigo pensando lo mismo. Es en ese trabajo elaborado y meticuloso de la escritura donde Kate Zambreno tiene su mayor baza. El ensayo, quizá más que nunca, no imita a la vida. Es, en verdad, la vida misma. 


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