Ver, oír y callar. Un año con la Mara Salvatrucha 13, de Juan José Martínez D’aubuisson (Pepitas de calabaza) | por Juan Jiménez García

Juan José Martínez D’aubuisson | Ver, oír y callar. Un año con la Mara Salvatrucha 13

El fenómeno de la violencia organizada ha dado para infinidad de libros (y los que quedan) sin que por ello sea fácil escribir sobre él. Los enfoques siempre han sido múltiples e incluso contradictorios, lo cual solo viene a incidir en esa dificultad. Si ya es complicado escribir sobre organizaciones perfectamente estructuradas, como pueden ser las italianas o las mexicanas y algo más complicado sobre algunas más horizontales, como las asiáticas, acercarse a un fenómeno como el de las maras, tan desconocido, tan inaprensible, es todo un reto. Cualquier cosa. Desde su origen hasta su actualidad. Sí, nos llega la violencia, porque eso siempre llega, de un modo u otro, pero no tenemos nada para entenderla. Por eso un libro como el que ahora edita Pepitas de calabaza, escrito por Juan José Martínez D’aubuisson es importante. No porque trate el fenómeno en sí, sino por cómo se acerca a él.

Las maras podrían resumirse toscamente como pandillas callejeras que nacieron en Estados Unidos a partir de inmigrantes latinoamericanos que veían en ello una forma de sobrevivir, tal vez, y más tarde de vivir, a costa de la delincuencia.  Expulsados del país muchos de ellos, lo único que se consiguió es extender (que no trasladar) el problema a sus países de origen, como por ejemplo El Salvador. Nacidos como pandillas, mantienen ese sistema a través de las clicas, que vendrían a ser grupos pequeños, franquicias de algo mucho más grande, pero sin que esa afinidad se concrete en una estructura de poder. Eso los hace inaprensibles, no pocas veces ininteligibles y, a menudo, indestructibles.

En Ver, oír y callar, Martínez D’aubuisson no intenta explicar el fenómeno, sino que intenta convivir con él. Durante un año se encontrará con una clica perteneciente a la Mara Salvatrucha 13, una de las más importantes del país. Los Guanacos Criminals Salvatrucha ocupan la parte alta de una colina, mientras el resto pertenece a sus eternos enemigos, Barrio 18. Durante un año cogerá su agonizante motocicleta china e irá subiendo y bajando, no para ver desde dentro el funcionamiento de estos grupos (cosa imposible), sino para verlos desde fuera. Cerca, pero lejos, espectador privilegiado si se quiere, pero no por eso aceptado. No pretende tampoco un estudio etnográfico o sociológico exhaustivo y lo que tendremos será una narración de sus días, que son los días de aquellos otros, desde una literatura del desaliento, que es la única posible allá.

En ese tiempo podrá asistir a los cambios de poder en la clica, por los que el Destino, su jefe, irá dejando paso a gente más sanguinaria que él (que ya es decir), como Little Down. Los tiempos reclaman no nuevas maneras (al fin y al cabo siempre han matado igual, aquí no hay tradiciones, ni honor, ni cosas así) sino nuevas energías para mantener la sangre derramándose. Cualquier asesinato de unos conllevará la venganza de los otros. Todo tiene que ser más sanguinario, ni tan siquiera igual. Perdidos en sus símbolos, en sus gestos, en una infancia apenas abandonada, en rituales, el tiempo irá pasando hasta que deje de pasar. Porque te han acribillado a balazos, te han abierto la cabeza, te han pegado fuego. La imaginación que no se tiene para afrontar los problemas se tiene para acabar con el contrario. ¿Y el resto? Policía, civiles. Solo les queda formar parte de algún modo o morir de algún otro.

El epílogo final nos dirá algo que ya sabemos. Nada ha cambiado, nada va a cambiar. La mano de obra de estos grupos es interminable, porque se nutre de la miseria y esta es igualmente interminable en estos países. Ver, oír y callar es pues el retrato de esas continuas derrotas por las que uno no puede estar en otro lado, solo ahí, con ellos, contra ellos. Un relato que huye de efectismos y moralinas porque ninguna de las dos cosas revela nada más allá de lo que revela la vida cotidiana, si es que eso se puede llamar vida. Escribir no nos salvará de nada ni los salvará a ellos, pero servirá para arrojar si acaso un poco de luz sobre una de esas innumerables zonas oscuras de las que estamos rodeados y que no valen ni unos segundos de telediario, mucho menos de reflexión. Un libro necesario para entenderlos o, tal vez, para entendernos.


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