Paul Verhoeven, de Jordi Revert (Cátedra) | por Óscar Brox

Jordi Revert | Paul Verhoeven

Pocos cineastas han suscitado, en el seno del blockbuster y también en su periferia, mayor grado de incomprensión que el vivido por el holandés Paul Verhoeven durante su carrera. Y es que su capacidad para remover, cuando no agitar con toda la mala baba posible, la conciencia del espectador nunca fue aceptada completamente. O, mejor dicho, reconocida en sus matices y en un discurso con profundidad y enjundia. Es cierto que al pensar en su cine acuden, casi en primera instancia, algunas de las imágenes más turbulentas paridas en la coyuntura de Hollywood, ya sean a través de la violencia grotesca de Robocop y Desafío total o del erotismo procaz de Showgirls o de la ya más tardía El hombre sin sombra. Y como tantos otros directores, a los que siempre se les colocó en la incómoda zona gris entre la autoría y el artesanado, la fortuna crítica de Verhoeven no ha hecho más que aumentar conforme el tiempo ha puesto un poco más de distancia, la justa, con sus películas. Hasta el punto de transformar visiones como la de la mentada Robocop en clarividentes reflexiones del futuro que el capitalismo avanzaba ya a finales de los 80. Visto así, la obra de Paul Verhoeven exigía un estudio completo de sus elementos, estilemas, lugares comunes e intuiciones, nada prejuicioso y, fundamentalmente, entregado a analizar cada película con la misma mezcla de entusiasmo y pasión con la que el cineasta holandés parió cada uno de sus proyectos. Y si ese trabajo tuvo, a comienzos de siglo, una brillante primera entrega con la monografía que Tomás Fernández Valentí escribió sobre el realizador de Starship Troopers, Jordi Revert ha tomado el testigo de aquella para, a la luz de esta última etapa en el cine de Verhoeven, articular un esforzado análisis de su cine.

Organizado en torno a un estudio preliminar y un bloque dedicado a analizar cada uno de sus filmes, Paul Verhoeven se estructura a partir de aquello que Revert detecta como los núcleos del discurso verhoeveniano: la violencia, el sexo y la religión, ejes a través de los cuales el cineasta holandés atraviesa la mirada del espectador, destruyendo la realidad para sacar aquello que, por visceral y primitivo, salvaje e instintivo, nos devuelve a nuestra naturaleza animal. Pulsión. Fisicidad. Carne. Sangre. De ahí, en definitiva, que el trayecto cinematográfico de Verhoeven plantee una serie de reflexiones en crudo de la moral de la sociedad contemporánea, las modulaciones de la naturaleza humana y el acomodo que las reglas y normas han encontrado en los discursos sobre la sexualidad o la violencia. Y es que pocos cineastas han explorado su tiempo con tanta crudeza, a tumba abierta, sin dejarse amedrentar por cortapisas moralistas o discursos bienintencionados; ahí queda el devastador retrato juvenil de Vivir a tope o la voracidad con la que refleja la vida conyugal en Delicias turcas; el estimulante juego con los tiempos y tropos hitchcockianos de Instinto básico o la inconformista y brutal lectura de la Europa sometida al yugo nazi en El libro negro.

Revert desgrana pacientemente cada una de las películas de Verhoeven sin que sus textos se limiten al análisis cinematográfico, concediéndoles el suficiente aire como para que Showgirls contenga unas notas sobre lo camp y Robocop una reflexión sobre la orientación socioeconómica que generó burbujas y fallidas como la vivida por Detroit y cuajó, pues, el imaginario cyberpunk para criaturas como Robocop y ciudades del futuro como Delta City. Notas en las que la escritura de DeLillo convive con los lúcidos análisis de Linda M. Williams; la crítica cultural de Susan Sontag con la posmodernidad de Baudrillard y los textos canónicos de Laura Mulvey. En este sentido, resulta justo destacar el extenso repaso a Showgirls, no tanto porque se dedique a buscar petróleo en una película tontamente vituperada durante años, sino por las interesantes ramificaciones que establece entre filme y ciudad; entre los motivos de cartón piedra que Verhoeven satiriza en su obra y la propia idiosincrasia de una urbe nacida como sueño húmedo de todos aquellos tabúes y anhelos sociales que necesitaban de un entorno artificial en el que echar raíces. O dicho de otra manera, son textos que, ante todo, capturan la finura con la que el cineasta ha satirizado a su tiempo. No en vano, la atención al detalle es máxima y no son pocas las veces que se repasan los juegos visuales de Verhoeven, las dobles lecturas y el sentido que concede al más insignificante elemento en pantalla como metonimia perfecta para destacar un estado de ánimo, un rasgo secreto o un atributo oculto de alguno de sus personajes. Todo ello, por cierto, sin ceder al buenismo o pasar por alto los tropezones o los trabajos menores dentro del cine del director de Los señores del acero, tanto en la coda hollywoodiense que supuso El hombre sin sombra (perjudicada en posproducción) como en la experiencia en el crowdsourcing de Tricker.

Paul Verhoeven pertenece a esa estirpe de cineastas reconocibles con una sola imagen, feroces, apasionados, preocupados por provocar un auténtico shock estético sobre un público que necesita que alguien le zarandee. O le atice. O le obligue a ver ese lado grotesco, pero también tierno (y Verhoeven lo tiene en películas tan cruentas como Starship Troopers o Vivir a tope), sin el cual no se puede entender la naturaleza humana. A través de su monográfico, Jordi Revert ha escrito un estupendo tratado de anatomía de la obra de este holandés errante. Una invitación a dejarse llevar por un cine siempre convulso, áspero e incómodo, divertido y procaz, que atraviesa la mirada del espectador para liberarle de moralismos y vicios sociales enquistados en la visión del mundo. Para, en definitiva, conectarle con lo humano. Lo carnal. Lo puramente visceral. La violencia, el sexo y las pasiones desatadas, fuerzas creativas mediante las cuales construir un discurso cinematográfico.

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