Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (Pre-Textos) Traducción de Antonio Rivero Taravillo | por Juan Jiménez García
Paradoja. Es más fácil llegar a una primera idea de Jonathan Swift a través de su biografía que a través de lo que creemos saber de su obra. A lo que creemos saber es un decir, porque hablamos de liliputienses, que ya no solo es una pequeña parte de un todo, sino una parte de su obra más conocida (o más desconocida): Los viajes de Gulliver. Como algunos que otros libros, acabó convertido en un libro para niños sin niños o en un cuento sin cuento. Y, si estás en esta ciudad, en una atracción de toboganes a través de un cuerpo gigante. Como después de todo no son lo que se quiere que sean, acaban convertidos en obras reducidas al esqueleto y, en el mayor de los horrores, adaptadas a los tiempos modernos, que, al parecer, alguien sabe lo que son y lo que quieren. Así, el primer y nada pequeño reto al leer un libro como este es abandonarlo todo. Y entre ese todo, algo esencial: no solo no es un libro para niños sino que tampoco es un libro de aventuras. Por no decir que nos costaría entenderlo como una novela si no añadimos un buen número de matices. No es un libro moderno (con sus trescientos años a la espalda, no puede serlo en la manera que se espera de él) sino que es un libro vigente (que no es lo mismo). La pregunta es hasta qué punto somos capaces de enfrentarnos a él con todo ese saco de ideas premeditadas a nuestra espalda. Se puede, se debe.
Los viajes de Gulliver está conformado por cuatro partes. Al parecer, entre el comienzo de su escritura y el final, pasó más de una década. Desde luego, las cuatro partes no están escritas como un todo homogéneo, sino que representan una evolución incluso en su personaje principal. Su estructura es parecida: Gulliver sale de viaje y las circunstancias, en forma de naufragios o abandonos, hacen que acabe en extraños y desconocidos lugares, poblados por seres raros bien formalmente (por su tamaño e incluso aspecto) bien por sus estructuras. En realidad, pienso, Gulliver no encuentra países exóticos, sino formas de gobierno distintas, maneras de pensar diferentes, otras sociedades. Esos son los verdaderos viajes que se producen en este libro. Los otros son el extraordinario envoltorio en el que Swift hay embalado su tratado de usos y costumbres y su opinión no solo sobre el mundo y la condición humana, si no sus ideas sobre el presente y el futuro. No olvidemos que también es el autor de aquel Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país, seguramente no muy lejano a este, empezando porque es una sátira. Igual que Los viajes de Gulliver.
Y es que Jonathan Swift era un escritor satírico y misántropo, según dicen. Aunque lo cierto es que una persona que escribe como él lo hacía, por mucho que escriba contra algo, siempre lo hace desde la íntima esperanza de cambiar ese algo o de que ese algo cambie. En definitiva, un pesimista optimista. Y tal vez por eso, en los viajes se alternan ese positivismo y ese negativismo (empezando por este último, claro, porque el impulso de un escritor satírico siempre debe ser empezar liándose a golpes con lo malo). Los liliputienses y sus míseras inclinaciones bélicas, dejan paso a Brobdingnag, tierra de gigantes, en donde pese a empezar como atracción de feria, acaba con una cierta consideración, el amor de una niña y una casita para él solo. De ahí, vuelta al horror, con Laputa, con esa isla flotante en la que viven «los mejores» y cuyo método de gobierno consiste fundamentalmente en aplastar con su peso (el peso de la isla) a los de abajo (y cuya solución pasa por construir firmes columnas que impidan ese descenso). Hasta llegar a ese lugar que para Lemuel Gulliver es el perfecto: el país de los Houyhnhnms, que podríamos resumir en un mundo en el que los caballos tienen como bestias a los hombres (yahoos). Un país de la razón (la naturaleza) contra la sinrazón (el hombre). Un lugar del que nuestro náufrago tiene que ser expulsado, años después, como se le lanza a uno del paraíso. Tras lo cual, ya no hay viajes posibles porque ya no hay nada que descubrir o que deba ser descubierto.
Todo esto no deja de ser una burda simplificación de la riqueza que esconden Los viajes de Gulliver, como tratado satírico sobre la irrealidad del mundo. En la evolución de las cuatro partes, no deja uno de ver como Jonathan Swift va privilegiando la reflexión sobre la acción, contento de haber encontrado un mecanismo en el que poder engarzar sus ideas, sus pensamientos, sus dudas y anhelos sin que estos se conviertan en una forma pesada o se diluyan convertidos en una simple historia exótica. Y en ese juego de equívocos, Gulliver sigue viajando de acá para allá, y las dudas tal vez no sean muy distintas, prueba de lo cual es que seguimos leyéndole y que su pesimismo no sea muy distinto del nuestro, como tampoco lo es nuestro optimismo.