Ya son varias las reseñas y artículos que en Détour hemos dedicado a John Berger y siempre que vemos un libro nuevo editado suyo no queremos, ni debemos, dejarlo escapar. Aunque Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, ya se editó anteriormente, Nórdica no ha querido dejarlo pasar y ha sacado una edición preciosa e ilustrada, gracias a Leticia Ruifernández, que nos acerca la obra del autor como si quisiéramos darle de comer migas de pan a los pájaros mientras estamos en el parque.
Como dice Manuel Rivas en el prólogo, toda la obra de John Beger es un laborioso avance por la incerterza, merodeando, sin pisar, y eso le permite ver lo imprevisible. De este modo, Berger siempre deja una entrada al misterio, a pesar de mirar y explicar la realidad. En este libro encontramos rastros de poesía y de ideas, de evocaciones y pensamientos. Todo ello de manera tenue, calma y breve. Breve como las fotos, como dice el libro y como son los instantes y momentos.
El mundo doméstico y cotidiano se ve aquí reflejado. Vemos otro aspecto de Berger en las letras, aunque no ande muy lejos de sus ensayos o sus dibujos. Sus cuentos son imaginación y son semillas de pequeños mundos sumergidos bajo lo cotidiano, entre el tiempo y la conciencia. Entre el día a día y la paciencia. «Lo que nos asombra / no puede ser el vestigio / de lo que ha sido. / El mañana aún ciego / avanza lentamente. / La luz y la visión / corren a encontrarse / y de su abrazo / nace el día / con los ojos abiertos, / alto como un potro.»
Fragmentos lúcidos y perennes que tienen cobijo en el corazón y que son elocuentes. Es destacable la lucidez que atraviesa el libro, como si de un rayo de luz a través de una cortina que se mueve entrara en nuestra habitación que es nuestra mente.
Berger recoge la realidad con las manos. La mirada y el tacto aquí lo son todo, aunque las ideas estén sobre las cosas. «Lo visible siempre ha sido y sigue siendo la principal fuente humana de información sobre el mundo. Uno se orienta a través de lo visible.» El autor además ahonda en la muerte y la bordea sin llegar al abismo. Corre y camina, camina y corre por los senderos dolorosos que la muerte tiene.
El libro es un tratado emocional sobre el tiempo y el lugar, el cual se divide en estas dos partes y ofrece al lector un pequeño acondicionamiento para que observemos desde la mirada de Berger. Este utiliza la poesía como búsqueda. Búsqueda del amor y de lo que es ser humano. E incluso utiliza la naturaleza para hallarse a sí mismo. Al igual que la pintura, de la cual expone sus preferencias, dedicando una gran parte a Caravaggio, su pintor favorito.
De este modo, estamos ante un libro poético y narrativo, ilustrado y bellísimo, sobre la forma de ver de John Berger. Un libro que no puede faltar en nuestra biblioteca si estamos interesados en su pensamiento, su poesía y su dialéctica.
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