Mogens, de Jens Peter Jacobsen (Ardicia) Traducción de Blanca Ortiz Ostalé | por Juan Jiménez García
Entonces estaba la fugacidad de los días. Pero no tan solo. No es una cuestión de tiempo sino una cuestión de que todo se desvanece. Esos días, los paisajes atravesados por esos días y las personas que se encuentran en esos paisajes, como algo más, inseparable, indisoluble. Tampoco es una cuestión de naturalismo, un movimiento al que pertenecía Jens Peter Jacobsen, sino más bien de integridad. Todo es uno. Jacobsen se retiró pronto de este mundo y, como suele ocurrir, su escritura es el anticipo de esa brevedad, de esa suma de instantes que hacen una vida, una vida breve. En Mogens está todo esto a través de tres relatos en los que las ganas de vivir se enfrentan con la fatalidad o las costumbres, con lo incierto o su época.
Rainer Maria Rilke hablaba sobre la inconcebible grandiosidad de Mogens, relato. Y poco hay de atrevido en esa afirmación. El personaje que le da título es un ser que desconoce todo porque no necesita saber de nada (como Holmes desconocía la existencia de la luna porque no le era útil). Piensa que puede vivir con lo justo y que, si necesita algo, ya lo aprenderá. Tiene sus sueños, pero sus sueños son banales, prosaicos, cualquier cosa. Sin embargo, un día se encuentra con una muchacha, Kamilla, y con su padre, magistrado. Y de la misma manera que la naturaleza se enreda entre las líneas del relato, el amor se enreda en su vida como ese misterio que estaba lejos de intuir. Un algo desconocido, acogedor, cálido, tras el que solo puede quedar un abismo. Y Mogens, que vivía alejado de cualquier sentimiento, se encuentra con todos. Desde lo sublime a lo abyecto, desde la entrega a la indiferencia. Desde la inconsciencia a ese ser demasiado consciente.
Con La señora Fønss, Jacobsen volverá a entregarnos una historia de reencuentros y amor pese a todo. Una amarga (pero libre) reflexión sobre las limitaciones de una época y de unas relaciones sociales que no hacen más que ocultar la precariedad de unos sentimientos construidos sobre convenciones. Hasta que el pasado vuelve a hacerse presente y el presente no sea más que un espacio sin futuro, una vía muerta, un lugar en el que enterrarse en vida. La señora Fønss tiene la oportunidad, rara, de volver atrás en su vida, aunque cualquier elección entrañe una pérdida.
La peste en Bérgamo es otra cosa. De lo individual a lo colectivo sin perder esa necesidad de imponerse a lo trágico para alcanzar algo así como la felicidad. La peste no es algo puntual propio de tiempos remotos, lejanos, entregados a la literatura o el cine. La peste puede ser cualquier cosa y adoptar cualquier forma, como estamos viendo en nuestros días. Es ver el fin de los tiempos en todo y combatirlo desde una supuesta integridad que se tambalea frente a unos tipos salidos de la taberna, cargados de un gusto por la vida destructor con de lo que nos quieren imponer.
La escritura de Jens Peter Jacobsen se instala en ese lugar donde nada está llamado a permanecer y, cuando todo parece perdido, entregado a lo anodino, nos llega una nueva oportunidad. Una oportunidad que nos llevará a ese puente, del que escribía Bohumil Hrabal, que cruza de un lugar a otro de nosotros mismos, atravesados por el frío más intenso.
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