14, de Jean Echenoz (Raig verd) (edición en catalán) | por Óscar Brox
En todo escritor hay periodos, derivas y cambios donde el estilo apura su escritura y ambiciona otros horizontes creativos. Con el cambio de siglo, la obra de Jean Echenoz pasó del sarcasmo como herramienta para describir una realidad cada vez más perdida e impracticable -la del mundo del arte contemporáneo que refleja en Me voy– a la construcción de pequeños retratos históricos. Relatos en los que cada línea es un relámpago, un ejercicio de condensación narrativa tan preciso como evocador. De ahí esa bellísima novela que dedica a Emil Zátopek en Correr, donde Echenoz consagra sus páginas a contar cómo el atleta checoslovaco deviene mito deportivo mientras se extiende el impacto político y social de la primavera de Praga. Una obra que, lejos del esplendor biográfico, comparte la intensidad de cada paso, de cada trayecto por el bosque, del entrenamiento, el éxtasis físico y la decadencia moral, la posición de brazos y piernas para ganar impulso y el ímpetu brutal que despierta en cada carrera.
Tras Zátopek, Ravel o Tesla -los otros dos nombres convocados en su obra-, Echenoz ha fijado su mirada sobre el impacto provocado por la Primera Guerra Mundial. Así, 14, más que un repaso detallado de la escalada de acontecimientos, es un informe de la magnitud -como asegura el mismo autor- de aquellos acontecimientos. Como hiciera Pierre Bergounioux en B-17G, el relato de Echenoz encuentra toda su potencia en el retrato impresionista de aquel periodo de meses, entre el adiestramiento militar y las primeras campañas bélicas, que comprime la experiencia de sus protagonistas. Un periodo que transcurre entre parpadeos, como una exhalación, atropellado por la implacable lógica destructiva de la contienda. Si la primera imagen nos lleva hasta una plácida visión dominguera que Anthime, uno de los personajes, captura durante su paseo, la maquinaria narrativa de Echenoz no tarda en trasladarnos del espacio bucólico del campo a las primeras trincheras. Sin solución de continuidad, como una herida traumática que pulveriza nuestros recuerdos familiares.
Con 14, Echenoz construye una novela preocupada por los olores, la putridez del campo de batalla repleto de cadáveres, fango y terror; por la tensión de las espaldas de los soldados, que nunca consiguen acostumbrarse al peso de sus petates; por las ausencias, separaciones y reencuentros, cuando los supervivientes se ven en la obligación de meterse en los zapatos de los que perecieron durante la guerra. Todo ello a partir de frases relampagueantes e impresiones que capturan el aire corrompido y el miedo que lo invade todo. Los jóvenes, apenas instalados en la madurez, sacrifican un presente para morir por un futuro; cambian los trabajos modestos por los complejos diagramas y códigos de navegación de los primeros modelos de aviación que sucumbirán a los disparos enemigos envueltos en llamas. En un parpadeo, casi sin quererlo, esa imagen familiar del pueblo pequeño se transforma en la visión del cementerio de aviones derribados sobre la cuenca del Ródano.
Anthime, Charles, Arcenel, Bossis o Padioleau, héroes y muertos anónimos, componen el núcleo emocional de 14, donde Echenoz muestra el destino de cada uno de ellos con la misma terrorífica precisión con la que el fragor de la batalla se cobraba a sus víctimas. En una página, Charles aún mantiene viva la llama de regresar al hogar junto a Blanche, en la siguiente observa, incapaz, cómo su avión está a punto de colisionar contra el suelo; en una página, Anthime conserva ese vago sabor del terruño al que espera volver en breve, en la siguiente ve cumplido su objetivo bajo la horrible herida de una amputación. La deserción, la locura, lo irracional son sentimientos que se arremolinan sobre la historia a medida que las pocas páginas de la novela ceden su paso a los meses de la Primera Guerra Mundial. Echenoz, preocupado por el peso de cada episodio, deja que seamos nosotros quienes nos dejemos llevar por la magnitud de lo narrado, como si también fuésemos copilotos de la carlinga incendiada por la ráfaga de ametralladoras o desertores que deambulan por el bosque intentando encontrar el rastro de migas de pan que les devuelva a casa.
Lo hermoso de 14 es que condensa toda esa violencia y, al mismo tiempo, toda esa humanidad en una prosa que parece deshacerse a medida que pasamos de hoja. Si en Correr Echenoz era capaz de transmitir hasta la última mueca que Zátopek exhibía en su salvaje entrenamiento bosque a través, en 14 el hiperdetallismo se alía con el terror moral y la pérdida definitiva de la inocencia que marcan el comienzo de la guerra. Ese sentimiento, tan visceral como emocional, que advierte que puede que al echar la vista atrás no encontramos nada de lo que recordábamos como familiar. Solo la magnitud del horror. Por eso, hay que agradecer a Raig Verd la cuidada traducción del libro que ha hecho Anna Casassas, atenta al detalle y a la reproducción de cada una de las sensaciones que se enroscan sobre este relato de la Primera Guerra Mundial; preocupada por captar el sentimiento fugaz de las reflexiones y el aire de muerte y transformación que sobrevuela a sus protagonistas. Una novela que confirma que Echenoz es, junto a Bergounioux y Michon, uno de los mejores prosistas franceses contemporáneos en formato breve.
(*) 14 ha sido publicada en castellano por Anagrama.