El pan de los años mozos, de Heinrich Böll (RBA) Traducción de Feliu Formosa | por Juan Jiménez García

Heinrich Böll | El pan de los años mozos

Hay escritores que no deberían abandonarnos nunca. Unos pocos y cada cual los suyos. Tal vez no sean los más evidentes y a menudo estén en un rincón de nuestra biblioteca, olvidados y no demasiado presentes. Pasan los años y un día vuelven. Teníamos buenos recuerdos de ellos y vuelven. Heinrich Böll sería uno. Aunque ahora no esté muy de moda, porque no es lo último y porque hablaba de cosas que nos parecen lejanas (cuando nada más cercano). Y entonces no puede decir nada, dar titulares, levantar estúpidas indignaciones (como hizo su alumno aventajado, Günter Grass). Para saber de él tenemos que leer sus libros. Sus novelas, sus relatos, sus ensayos, sus entrevistas, sus diarios de viaje. Demasiado. No, no deberíamos dejar de leer nunca a Heinrich Böll.

El pan de los años mozos es una obra breve. La obra de un día. Un día en la vida del joven Walter Fendrich. Un lunes. Walter Fendrich es electricista. Repara lavadoras y esas cosas y no le va mal. Pero todo cambiará con la llegada de Hedwig, la hija de un profesor colega de su padre. Ella será su revelación. Su amor será algo tan evidente, inmediato, que no necesitará mucho más para descubrir otros mundos posibles (aunque inciertos). El suyo se derrumbará, construido de forma demasiado precaria. Tras siete años en la ciudad y cuándo todo podría ir bien piensa que nada de lo que hace vale realmente la pena y que odia su trabajo y aquello que le rodea.

Hace siete años tenía a su padre (y aún está, lejos, siempre pendiente de venir a verle) y hambre. Del hambre le ha quedado una fijación con el pan. El pan es su unidad, la unidad con la que medir sus años jóvenes y la distancia con ellos. Para él lo es todo. Ya no solo aquello capaz de acabar con aquella hambre de entonces, sino la llave de sus recuerdos, desde que iban juntos, su padre y él, a recoger esa barra de pan aún caliente, como un ser vivo. Su padre. Tal vez la única persona honrada que conoce. Frágil, aún fue capaz de pasar más hambre que él en aquella posguerra que el joven Fendrich no olvida.

Heinrich Böll (se ha repetido muchas veces) fue la conciencia de una Alemania que solo pretendía olvidar sin sacar demasiadas conclusiones. Podríamos pensar que vivían atormentados por sus errores, pero no, vivían atormentados por su hambre, mientras que aquellos que nunca estuvieron atormentados por nada, ni antes, ni durante, ni después de la guerra, seguían haciendo dinero. Mirar hacia otro lado no fue lo suyo. Su escritura es el testimonio de una mirada penetrante, y su electricista, como aquel payaso, solo pueden esperar que llegue ese momento en el que las cosas caerán por su propio peso en unas vidas en las que no han decidido nada o bien poco.

El pan de los años mozos tiene la belleza de las cosas que se despiden (Walter de su juventud, Hedwig del pueblo) y la melancolía de la incertidumbre de lo que llegará (un misterio, rotas todas las cadenas invisibles, esos hilos tejidos alrededor del cuerpo del protagonista). Después de todo el método es muy sencillo. Mirar las manos de las personas y pensar si estas nos hubieran entregado una barra de pan cuando la necesitábamos. Cuando nuestro hambre era mayor que nosotros mismos y el pan valía tanto como más preciado. Y el tiempo no pasó ni cambió. Nuestro hambre se llamó de otra forma y nuestro pan era otra cosa.


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