Durante mis años estudiando, inmerso en la carrera de Filosofía, coincidía con casi todos mis compañeros en una cosa: la mayor parte de la filosofía no es filosofía, tan solo oscurantismo lingüístico.
¿Por qué demonios los autodenominados filósofos no podían mediar palabra de forma clara y distinta? ¿Por qué no hacer las ideas distinguibles para el común de aquellos que, como yo, somos más bien lentos para apercibirnos del sentido oculto de las palabras?
Pero no todo era odio y sudor para interpretar los textos, claro. La tradición humanista ha dado grandes pensadores capaces de desarrollar las ideas más complejas en páginas maravillosas en las que uno se siente de la misma especie animal del pensador que las comparte. Pasó con Aristóteles, pasó con Descartes y pasa ahora también con Hans Magnus Enzensberger.
Él mismo identifica la prosa consoladora de Odo Marquard o la simpatía de los juegos del lenguaje de Wittgenstein con el desarrollo del tan trillado common sense, o sentido común, para las traducciones menos afortunadas en castellano. La reflexión al servicio del ciudadano, el destinatario lógico del desarrollo de las ideas a las que no tiene acceso por sí mismo. ¡Las cosas claras, coño ya!
Hay quien ha dicho de Enzensberger que es el Montaigne alemán. Bueno, tal vez no hayan leído a ambos autores lo suficiente, pero a mí se me parecen exactamente igual que una carpa a un lenguado. Tal vez ambos son autónomos en la crítica y reflexivos escudados en la brevedad, pero nada que ver las ideas de uno con las del otro.
Enzensberger es abanderado de la brevedad y la concisión, pero también del dejar el problema irresoluto. Al menos, no se escuda en el «síntoma de nuestro tiempo», efímero y fugaz, que también critica desde el conocimiento de la liquidez y del simulacro de Baudrillard, lúcidamente visto como una ansiedad del autor por adquirir experiencia a partir de «difuminar» el concepto de «símil».
Malpaso ha tenido el acierto de editar una serie de ensayos del humanista alemán y en este Panóptico, recopilación de veinte breves, hace alarde de una pluma deliciosa, hecha para ser comprendida sea cual sea la formación de uno y que toma el pulso a la sociedad y cultura de la Alemania europeizada que tiene más erupciones en el rostro -mirado de cerca- que las que desde los países «amigos» podemos ver.
Un magnífico compendio que, si bien no deja espacio a ser criticado en profundidad por el mero hecho de no ser profuso en conclusiones, sí resulta un perfecto acicate para el ejercicio del pensamiento, motivado por una precisión en el lenguaje -aunque se echan en falta algunas notas del traductor- y una capacidad de estimulación solo atribuible a muy pocos a día de hoy.
Panóptico es un mandala para el cerebro, un atractivo conjunto de inseguridades de la sociedad alemana -y europea- desnudadas ante el lector, que realmente es capaz de disfrutar de la brillantez de unas ideas claras y distintas.
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