Exposición de primavera, de György Spiró (Acantilado) Traducción de Eszter Orbán y Antonio Manuel Fuentes | por Juan Jiménez García

György Spiró | Exposición de primavera

Qué duda cabe que podríamos llenar alguna que otra estantería con literatura kafkiana, que asimilamos a una literatura del absurdo, aunque yo diría, más bien, a una literatura de las derrotas absurdas. E incluso podríamos hacer clasificaciones y una de esas clasificaciones sería “intentos de acceder a un castillo”. Y ese castillo, esa imposibilidad de acceder, podría aplicarse a una cierta escritura en los tiempos del comunismo o sobre estos tiempos vistos desde una distancia variable. Lo cierto es que los intrincados mecanismos del poder de aquellos años bien podrían compararse a ese lugar al que es imposible entrar y, mucho menos, comprender. Un laberinto trazado en el aire, en el que creemos tener siempre a la vista la salida sin poder alcanzarla nunca. Y todo es simple en extremo: no podemos salir porque en algún lugar, alguien, en algún lugar irreconocible, alguien impreciso, decidió que nunca saldríamos de ahí. La fatalidad no es una cuestión de azar, sino burocrática. Estamos en los tiempos del comunismo (y, ay, mientras miramos ese punto, cuantas veces se nos escapan las similitudes con el capitalismo, con esa supuesta libertad de la que disfrutamos, sin darnos cuenta de la cantidad de caminos que están ya trazados, de los estrechos límites en los que nos movemos). El comunismo húngaro. Concretamente en esos años en los que parecía que todo iba a cambiar, a ser un poco mejor. Otro comunismo de rostro humano. Pero entonces, en unos días, los tanques soviéticos pasaron por encima de ese pensamiento. Y entre las ruinas, más mentales que sólidas, crecieron los frutos amargos. Al otoño del descontento la sucedió un duro invierno, que abarcó varias estaciones. A Imre Nagy, János Kádár.  

Mientras en los partidos comunistas occidentales sufrieron una tremenda indigestión con lo que acababa de ocurrir, en Hungría se pusieron manos a la obra para buscar contrarrevolucionarios. Solo tenían que cumplir una serie de eternas condiciones, pero en caso de dificultad, de especímenes, la creatividad estaba admitida. El héroe (así será llamado) de Exposición de primavera, Gyula Fátray cumple una de ellas: es un judío comunista. Su verdadero apellido es Stein y en su día, como otros tantos, lo cambió. Él quería otro, pero se liaron y hasta le pusieron esa inconveniente i griega que lo ennoblecía (¡en tiempos comunistas!). Es ingeniero y trabaja en una fábrica con otro tipo de proyectos. Le gustaría hacer algo más apropiado, pero está bien. Su mujer se llama Kali y prepara exposiciones (como esa que da título al libro). No le cae muy simpática. Es más, nada simpática, no es ninguna maravilla y ni tiene estudios. Tampoco el único hijo que tienen, al que tiene por lento, atontado. Viven en un piso en el que caben justos y en el que por no entrar no entra ni la luz. No han tenido días mejores, pero los tendrán peores. Un día, su nombre aparece en un periódico de escasa tirada pero que todos parecen haber leído. Se le acusa de participar en una extraña conspiración. Debe ser un error. Solo está su apellido. Igual ni es él. Pero lo cierto es que, a partir de ese momento, en su horizonte empieza a construirse ese castillo kafkiano, y ya no anda en línea recta, sino que camina siguiendo un laberinto, y lo que parece cercano, lógico, obvio, se convierte en algo inalcanzable, ininteligible. ¿Y cómo puede ser? ¡Él debería ser el último acusado posible! Durante aquellos días de otoño, estuvo hospitalizado. Entregó hasta un certificado en la empresa, que ahora lo aparta. Era bien sabido. Pero, y esa es la primera lección de la obra de György Spiró, cuando la trituradora de personas se pone en marcha, cuando los dioses requieren un sacrificio, nada, absolutamente nada, nos permite escapar a ello. Mucho menos que todo, la razón. 

Exposición de primavera es terrible porque es cierta. No es cierta porque está basado en hechos reales, sino porque esa realidad que propone (y que se entrecruza con la Historia) es no solo plausible, sino así. Un ciudadano, otro, el protagonista imaginado, el hombre real. La conversación que mantiene nuestro héroe con el abogado Lali Szász podría formar parte de una antología del laberinto, precisamente. De como el poder (en todas sus ramas) nos atrapa, nos alcanza, de cómo vivimos de prestado, aquí como allí, y que la vida, otra, nos puede golpear en cualquier momento, disfrazada de destino. Exposición de primavera es ese momento en el que, quitada la venda que nos impide ver (pero a la vez nos ayuda a vivir), nos damos cuenta de que estamos al borde de un abismo, y que los abismos son muchos y de altura variable, pero abismos. Como leí en un sobrecito de azúcar, ese espacio para que el pueblo acceda a las máximas de la vida, Agatha Christie decía que no hay vuelta atrás, y vivir solo se puede hacer en línea recta y hacia delante. Algo así. 

Nota al pie de página: Leo que en 2020 hicieron una encuesta por la que se conoció que el 56% pensaba que se vivía mejor en la época de János Kádár que en la actualidad.


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