Escapar. Historia de un rehén, de Guy Delisle (Astiberri) Traducción de María Serna | por Juan Jiménez García

Guy Delisle | Escapar. Historia de un rehén

1997. Christophe André se encuentra en Ingusetia trabajando para Médicos sin Fronteras. Una noche, mientras se encuentra solo en un edificio secundario, un grupo armado, que se hace pasar por la milicia, se lo lleva con él. Se dirigen a Grozni, Chechenia. La primera guerra chechena terminó hace un año, la segunda no tardará en llegar. Entre medias, Rusia, el separatismo, los grupos armados que campan a sus anchas. Para André empieza un cautiverio que él piensa de unos pocos días pero que se prolongará durante meses. Una noche interminable.

Guy Delisle es sin duda uno figura esencial del último cómic (o no tan último). Ha sabido contar como pocos las contradicciones de nuestro tiempo a través de unos pocos lugares, colocándose en primera persona a través de un estilo reconocible, de una sencillez tremendamente complicada, de un humor desencantado. Sus viajes a Shenzhen, Pyongyang, Birmania o Jerusalén, han trazado una geografía del absurdo. Un absurdo que se ahoga entre contradicciones y una crueldad muy de aire de nuestro tiempo, escondida tras el costumbrismo. En Escapar le entrega el papel protagonista a André y esos viajes exteriores de antes se convierten en un viaje interior, pero el dibujante canadiense no abandona esa línea de apuntes gráficos sobre los días que pasan.

El álbum se instala en la más completa oscuridad. Los blancos desaparecen o son solo breves instantes. Solo está esa noche interminable en habitaciones a las que nunca llega la luz o carreteras en las que nunca es de día. Entre el gris y el azul, seguimos instalados en esa economía de la viñeta que tan bien maneja, en la que está lo esencial, lo que tiene que ser visto y también lo que tiene que ser intuido. El tiempo es un simple cambio en la disposición de la luz, la monotonía la repetición de los instantes. La narración del secuestrado solo se ve interrumpida por el habla incomprensible de sus secuestradores. A nosotros, lectores distantes, habitantes de otro mundo, nos empieza a invadir esa misma sensación de desasosiego, esa misma necesidad de escapar. Y de saber.

La odisea de Christophe André, que más que buscar su patria busca huir de la de los otros, se convierte con Delisle en una desesperación esperanzada. Ser capaz de determinar el día en que uno se encuentra, en la constatación de que sigue siendo una persona que no ha abandonado el mundo. Esa interminable noche chechena sigue buscando el día, entre recuerdos de otras guerras pasadas, generales napoleónicos y antiguos campos de batallas. Seguir vivo es ser capaz de no abandonarse al destino que los otros nos procuran. El dibujante se convierte en un fiel acompañante, en la mano que traza del diario, lleno de días que pasan, del otro. Y nos viene a demostrar aquello que intuíamos: que en primera o tercera persona, el personaje es el mismo: nosotros. Nosotros enfrentados a un mundo que no comprendemos, ya sea una dictadura coreana en una ciudad fantasma o bajo las piedras ultraortodoxas. Ya sea esposados a un radiador o enfrentados a otros misterios asiáticos.

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