Zona y otros poemas de la Ciudad y el Corazón, de Guillaume Apollinaire (Bartleby) Traducción de Xoán Abeleira | por Juan Jiménez García

Guillaume Apollinaire | Zona y otros poemas de la Ciudad y el Corazón

Mi primer poeta por adopción fue Guillaume Apollinaire. Me costó llegar a la poesía. Yo no pretendí ser un poeta adolescente y ni tan siquiera fui un lector de poesía adolescente. Sin embargo, para mí se convirtió en mi poeta del azar. Cogía sus libros y los abría por cualquier lado, y ahí surgían, como destellos, como obuses que atravesaban la noche, sus versos, sus imágenes, sus palabras, sus derrotas. Nunca un libro de poesía entero, rara vez varios poemas, a menudo fragmentos de algunos de ellos. Esa lectura trasversal de su obra, esa sucesión de revelaciones, me llevó a entender la poesía como iluminaciones (pienso: ensoñaciones). Pero no solo la poesía entró en mí de la mano de Apollinaire. También lo hizo la modernidad con aquel, todo hay que decirlo, perdedor. Un vigilante melancólico de su tiempo (y de su vida). El poeta estuvo allí donde había que estar e incluso dónde no debía. Todo fue atravesado por él. Escribió ensayos sobre arte, relatos, novelas pornográficas, obras de teatro, inventó caligramas y perdió amores y guerras. Atrás quedaba ese mundo antiguo, y también aquellos poetas de los que se convirtió en bisagra, en prolongación natural hacia un tiempo que sería surrealista. ¿Entonces? Quiero decir, en estos tiempos en los que los poetas no son dos o tres sino centenares, tal vez miles, ¿dónde queda el escritor francés? En ningún sitio. Si vivió su vida como una sucesión de derrotas que debían llevarle a la victoria, esas derrotas se prolongan hasta nuestros días. Escasamente publicado (menos aún su poesía), afortunadamente encontramos Zona y otros poemas de la ciudad y el corazón. Y con él, la traducción de otro poeta, Xoán Abeleira, que nos entrega esa poesía, llena de juegos y encuentros, reconstruida, que no trasladada. Interiorizar la obra del poeta francés para devolverla por asimilación, lejos, muy lejos, necesariamente lejos, de la literalidad. 

Zona es el poema que vertebra el libro, un poemario entendido como reunión, no de lo mejor (sin que sepamos muy bien qué sería eso, quien otorga estos innecesarios títulos) sino de aquello que, por alguna razón, tal vez unos versos, unas líneas, unas palabras, Abeleira ha considerado. Y su elección es incontestable, porque, como escribía, para mí también fue un poeta fragmentado y fragmentario. El mundo es un lugar para maravillarse e incluso en la desolación de las guerras se puede encontrar la belleza de los obuses que surcan el cielo, de las explosiones. No es una exaltación de la guerra, sino la capacidad para encontrar algo donde no hay nada. Me resisto a escribir “sucesión de imágenes” porque no entiendo la poesía como esto, ni pienso que tampoco lo hiciera él. En este mundo hipervisualizado, es precisamente la palabra la que cobra valor en sus versos, la que aspira y logra ser un elemento constituyente de un mundo que avanza desde el pasado más remoto hasta un futuro impreciso, unidos ambos por un rabioso tiempo presente, abierto a todas las probabilidades. Solo escribo para exaltar mis sentidos queridos sentidos. Embriagados, abandonamos mundos antiguos, recorremos cuerpos y bestiarios, miramos la noche y sus estallidos, seguimos el serpenteo de los caligramas. ¿Veis? Hasta las imágenes están construidas con el barro, con la arcilla de las palabras. Como un vigía melancólico contemplo la noche y la muerte. Sentir. Sentir el vértigo, dejarse llevar por las caídas y por las corrientes subterráneas que atraviesan nuestro cuerpo, por las descargas eléctricas que iluminan los rincones de nuestro pensamiento. Nombrar todo esto. Encontrar el aliento, el buen viento, mientras se esperaba a sí mismo. Se van los días y yo me quedo. Pero los días siguieron, mientras él ya no. Demasiado pronto. El corazón sigue latiendo. Abandonado, de nuevo abandonado, no por nosotros. La modernidad quedó atrás y, tal vez, nosotros con ella. Ahora somos también parte de otro mundo antiguo. Días bellos, ratas del tiempo, poco a poco roéis mi vida.


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