Acerca del robo de historias y otros relatos, de Gueorgui Gospodínov (Impedimenta) Traducción de María Vútova | por Juan Jiménez García
Tenía un cuaderno de notas junto a mí, junto al libro. Gospodínov tiene su aquel y es fácil perderse. Dejar miguitas de pan, pequeños pensamientos por los que poder luego regresar a este Acerca del robo de historias y otros relatos. Entonces, empecé a leer. Al rato, llegó un viejo conocido, Gaustín, y todo había acabado. Como un soplo de aire, que trae historias, pequeñas historias, personajes, pequeños personajes, un soplo de aire que atraviesa el pasado y el presente, rozándose ligeramente entre sí, como esa niña que con un ojo ve lo que fue y con otro lo que será, sin solución. Contar, contar historias. Una solución de continuidad. Estas parten de algún modo de Historia natural, Gaustín nos lleva, por otra parte, hasta Las tempestálidas. Atrás, adelante, durante. El escritor búlgaro está, desde un primer momento, de ese primer momento que también son estos relatos, instalado no en una ausencia de tiempo, si no en una reunión de todos ellos hasta ser una sola cosa. Por eso Gaustín es solo medianamente raro, con ese vivir en otra época sin abandonar la presente. Convertir la aparente impostura en una realidad incierta pero veraz, color del tiempo, pero vivida. Miraba las frases dichas sobre el escritor y podrían estar hablando de un mago, pero pienso que tan solo es eso: un escritor. En ese “tan solo” está recogido el universo, en infinidad de escalas. Uno de los relatos acaba con una confesión: ninguna historia es inofensiva. En otros lugares se pregunta sobre la lengua y recuerda un relato de Dezső Kosztolányi, en el que un revisor búlgaro habla incansablemente sin que le entiendan (y da igual). El gusto del escritor búlgaro por el lenguaje, el gusto por contar acaba por dejarnos ahí, de página en página, sin tiempo para nada más que seguirle, allá donde vaya. En Acerca del robo de historias, relato, reconoce unas pocas, pero se ha quedado con otra muchas más. En realidad, cuando le leemos, cierto o no, parece estar contándonos las conversaciones de los otros y el ruido del mundo. Avanzamos. En otro lugar, hablar del verdadero rostro de la historia, de sus paños menores, y después de leerle sobre moscas y lavabos, no deja de tener razón. Pero ¿qué historias? Aquí son cuanto menos veintiuna. Podríamos hacer inventario de ellas. Aquí dice qué, allá dice… Este va sobre esto y aquel sobre aquello otro, pero hay un misterio en todo ello. No solo la libreta para tomar notas se quedó ahí, olvidada, sino que, leído de un tirón en esta tarde de luz apagada por la calima, todo lo contado acaba por ser una sola cosa. Piensas que no: lo contado en unas y otras no tiene nada que ver. Pero sí, hay puntos en los que convergen las historias, podrías sacar comunes denominadores y personajes singulares. Nada es suficiente para quitarte de la cabeza que has leído una sola cosa y no veintiuna; que ese “otras historias” es una sola, siendo esa sola inaprensible. No me gusta desentrañar misterios. Es más, no quiero desentrañar misterios, sino vivir en ellos. Caer atravesado por ellos. No he tomado notas, pero he ido marcando pasajes. Ahora mismo, una de esas marcas acaba de caerse, como la hoja de un árbol llegado el otoño, esas manos cortadas de las que hablaba Apollinaire. Ya no sabré que había ahí, pero de algún modo eso es también Gospodínov. Esa escritura que desaparece una vez leída y deja espacio a sensaciones, a impresiones, a ser reconstruida. En otro momento del libro, señala de un personaje, el memorable Gaustín, que le pareció solitario e imperteneciente. Y la Real Academia, que tantas palabras y palabrejas ha añadido en los últimos años, intentando estar a la moda, con gruesas capas de maquillaje, entiende que se puede pertenecer a algo, pero que no se puede tener la sensación de no pertenecer a algo o a nada. Es decir, que todo nos sea ajeno. Tal vez esa sea la palabra que se esconda entre cada una de las páginas de este libro, esa sensación o certeza de que no pertenecemos. Gaudín ha decidido vivir en un tiempo que ya fue y que hace suyo, despreciando aquel que le corresponde. Gueorgui Gospodínov ha decidido escribir en un tiempo que nunca fue, que pudo haber sido y ahora es el suyo y, por tanto, el nuestro. La literatura era eso…