El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani (Lumen) Traducción de Carlos Manzano | por Susana Herman
Giorgio Bassani (1916-2000) nació en Bolonia y pasó su infancia y juventud en Ferrara, ciudad que inspiró su ciclo narrativo La novela de Ferrara, de la que forma parte “El jardín de los Finzi-Contini” (1962). Como miembro de la comunidad judía, Bassani sufrió la discriminación y la represión que siguieron a la promulgación de las llamadas leyes raciales, pero logró escapar a los campos de exterminio y combatió como partisano al final de la Segunda Guerra Mundial. Fue director de la prestigiosa editorial Feltrinelli e impulsó la publicación de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, después de que el manuscrito hubiera sido rechazado por varias editoriales italianas. El jardín de los Finzi-Contini fue adaptada al cine por Vittorio de Sica en 1971.
La diferencia entre un clásico y un libro que no lo es radica en que se puede explicar el final del primero sin que te acusen de ser un spoiler y te odien por ello. El jardín de los Finzi-Contini acaba trágicamente, lo adelanta el narrador en las primeras páginas. Han pasado dos décadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la visita a una necrópolis etrusca cerca de Roma le recuerda al cementerio judío de Ferrara, su ciudad natal. Allí reposan los miembros de la familia Finzi-Contini, pero no todos, porque si alguna señal dejan las tragedias históricas son la muerte a destiempo y la ausencia de los muertos allí donde deberían haber descansado en paz.
El narrador -de quien nunca conocemos el nombre y que algunos identifican con el propio Giorgio Bassani- está dispuesto a insuflarles vida a través de las palabras que un día pronunciaron. Escuchadas, registradas en el recuerdo y volcadas ahora por él, el único superviviente de un grupo de jóvenes a quien la Historia dio aleatoriamente permiso para envejecer.
El jardín de los Finzi-Contini es un homenaje a los muertos que ya no tienen a nadie que los recuerde. Giorgio Bassani se erige en la memoria de un grupo de amigos a los que ni siquiera los muros de ese jardín que da título a la novela, un jardín infranqueable, el mismo paraíso en la tierra, es capaz de proteger de la sinrazón de la muerte y la barbarie. Pero esta novela es, sobre todo, una historia de amor. El narrador se enamora perdidamente de Micòl Finzi-Contini en el peor de los tiempos, el de la juventud, cuando casi todos los amores están condenados al fracaso porque todavía no se conoce la medida ni el verdadero rostro de los sentimientos. Y se trata también del peor momento histórico, pues son los años treinta del siglo pasado, y tanto él como Micòl forman parte de la comunidad judía de Ferrara, que sufre un aislamiento paulatino del que es imposible prever el terrible desenlace.
El hecho de conocer el final desde el comienzo no resta emoción a la novela, sino todo contrario: el lector sabe en todo momento lo que los personajes ignoran, que la guerra acecha, y cuáles serán sus consecuencias para los judíos de Europa; conoce el final prematuro de Micòl y de su hermano Alberto; que la historia de amor entre Micòl y el narrador no tendrá segundas oportunidades, que la Historia ya ha escrito el final.
Ante los finales inapelables siempre queda reescribir, revivir los comienzos, revisitar los escenarios, reapropiarse del momento y conjugarlo de nuevo en presente, como solo pueden hacerlo el arte y la literatura. Y eso es lo que hace Bassani cuando vuelve a dar voz al narrador y a Micòl, al grupo de amigos, al padre del protagonista en un diálogo memorable al final de la novela. Todos hablan, ríen, se mueven, vuelven a caminar por las calles de Ferrara. Y viven. Y sueñan con un futuro que no existe. ¿Pero acaso no es siempre así?
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