El diario de Géza Csáth, de Géza Csáth (El Nadir) Traducción de Éva Cserháti y Antonio Manuel Fuentes Gaviño | por Juan Jiménez García
Hay en los diarios de Géza Csáth o, al menos, en su edición por El Nadir, algo de movimiento fatal de una vida entregada a lo fugaz. Movimiento fatal porque su vida, como lo aquí recogido de ella, se mueve entre un entrega digna de Casanova (a quien admiraba) a las mujeres y al placer y una muerte segura y terrible. Y entre todo, la certeza de que todo forma parte de una misma cosa y que vivió por las mismas razones que murió. Toda aquella felicidad no era más que infelicidad, su mujer, Olga, fue la causa de su vida y de su muerte, y desde siempre estuvieron las drogas y ese engancharse para desengancharse y volverse a enganchar.
En una página Csáth se imagina viviendo hasta los sesenta años (se suicidó a los treinta y dos, tras matar a su esposa) y se emociona pensando en todos esos placeres que llegarán, en todas las cosas buenas que le esperan, todos los libros que leerá, todos los hijos que tendrá, el dinero, las ideas, la vida, la vida, mucha vida por delante. Al volver la página, nos encontramos con la droga. El asco profundo, dice. Ni tan siquiera ha cambiado el día. Sigue siendo 31 de enero.
Csáth conoció un cierto reconocimiento pronto. Pronto también empezó su carrera de médico y, con ella, su encuentro con las drogas. Escribía minuciosamente todas las dosis que tomaba y también su idea, siempre presente, de dejarlas. Y una y otra vez volvía a ellas. También a las mujeres. La primera parte de su diario es digna de su admirado veneciano: una sucesión de actos sexuales rigurosamente documentados en sus posturas y contados los coitos y hasta los orgasmos. Balance del año 1912: alrededor de 360-380 coitos, 7390 coronas ingresadas, edición de un libro, publicación de otro en Alemania,… Propósitos para el nuevo año: conseguir diez mujeres diferentes, dos de ellas vírgenes. Ninguna ironía y poco espacio para el humor. Una vida seria, incluso rigurosa.
Él «quería ser feliz». Un propósito que se formula rápidamente, que incluso es comprensible y, a veces, hasta alcanzable. En su caso podríamos pensar que tenía muchas cosas y le sobraba alguna, pero aquellas que tenía y aquellas que le sobraban respondían a una misma carrera hacia la destrucción. Una destrucción íntima, personal, construida sin grandes gestos pero sí con tenacidad, con rigor. Para Dezső Kosztolányi, uno de esos escritores húngaros que alcanzaron la posteridad y que era primo de nuestro Casanova, el morfinismo no es nunca una causa, sino una consecuencia, y con eso, en el texto que cierra el libro y en el que habla de la muerte del otro, nos evita las conclusiones rápidas y fáciles.
El diario de Géza Csáth es un recorrido conocido al que Alberto Savinio (y con respecto a Guy de Maupassant) supo definir como un viaje hacia “el otro”. Hasta poder decir “yo soy el otro”. Y ese viaje en lo literario es una travesía hasta el último aliento que va desde un ingenuo hedonismo hasta la reinterpretación de aquellos días bajo una luz grave, trágica. Todo desde una escritura que, como su vida, corría hacia todos aquellos placeres que llenarían aquellos sesenta años y que se perdieron a mitad de camino. Bellos días, ratones de tiempo.
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