Boy erased (Identidad borrada), de Garrard Conley (Dos bigotes)  Traducción de Bruno Álvarez Herrero y José Monserrat Vicent | por Dara Scully

Garrard Conley | Boy erased (Identidad borrada)

¿Puede destruirnos quien nos ama? ¿Puede destruirnos Dios, el mensaje de Dios, su palabra redentora? Un muchacho crece en una familia bautista. Aprende el lenguaje de la Biblia, su literalidad, el sometimiento. Aprende a señalar al otro, a sofocar el pecado, una marca roja sobre la frente. Su cuerpo como un templo. El alma pura, inquebrantable. Así crece el muchacho, todos los muchachos, cada niño criado en una religión fundamentalista. Témeme para que te ame. Témeme para que te salve. Para que mi gracia te mantenga a flote. Dios habla a través del hombre. El predicador extendiendo sus manos blancas, su pureza sobre la congregación. Pronto, su propio padre, el padre del muchacho, llamado a la elevación: ser el guía de Dios en la Tierra. Un salvador de almas. ¿Podrás salvarme, padre? ¿Me salvarás cuando me revele como lo que más desprecias?

Garrard es homosexual. Un muchacho de diecinueve años que siente un temblor ante los hombres. Una caricia leve y sofocada. Un secreto que le devora: la culpa firme del pecado. Porque es la palabra de Dios: la homosexualidad es un pecado. Mira el signo en tu frente, la marca roja como una herida infectada. Una manzana podrida. El infierno abierto ante tus ojos, a punto de devorarte, de lamer brutalmente tus temblores. Cierra los ojos. Calla. Traga.

Pero lo que somos se abre paso. Le abren paso. Garrard se encierra, se aísla, aniquila su carne para desaparecer. Huye de lo que es conocido para que no le delate. La muchacha que acompaña sus pasos. El hogar. En la universidad, el mundo parece querer poseerlo. La tentación: un hombre que corre. Una media sonrisa. El deseo que apremia y se vuelve en contra. Dios diría: tu castigo. Y Garrad queda expuesto ante sus padres, ante el hombre a punto de ser nombrado pastor, ante todo lo que conoce. El pecado como un golpe seco. Un tajo que le cercena la garganta. Mirad, esta es mi sangre. La sangre infectada por la culpa. Dios, ayúdame a ser puro.

Y es entonces cuando aparece la palabra. Delante de un centro de terapia de conversión. Los hombres no aman a otros hombres, y tras el deseo anómalo, tras la abominación, existe la estela de un pecado que asciende hasta alcanzar al primero de los hombres. Dónde se torció el renglón. Cuándo llegó la enfermedad, le dicen. Porque estás enfermo, Garrad. Eres una enfermedad. Lo que eres, como amas, es abominable. Aquí te curaremos, Garrad; aunque te lleve años, extirparemos a Satanás de tu cuerpo. Serás lo que tienes que ser. Lo que tienes que ser, se pregunta Garrard, sin hallar respuesta a su pregunta.

Lo que hiere, por encima de todo, en Boy Erased, es su demoledora realidad. Una realidad cercana en el tiempo y el espacio: la de un chico homosexual que nace en el seno de un fundamentalismo religioso que lo rechaza brutalmente. Que lo prefiere muerto a gay. Que lo destruye, golpe a golpe, palabra a palabra, hasta reducirlo a la nada. Una no existencia, un no ser: hueso y piel colgante. Y sobre todo, hiere que sea el padre, que sea aquel quien debería protegernos, quien asimila como natural la destrucción. Quien conduce al hijo a la terapia. Quien lo considera un enfermo simplemente por amar. Por desear como deseamos todos. Y nos duele la voz de Garrard, una voz que tiembla, que aún hoy, tantos años después, parece atragantada de culpa. De duda ante su propia existencia. Una voz que fue oprimida por otras voces, palabras multiplicadas, afiladas como aguijones horadando su carne aún adolescente. Su fragilidad de criatura en desarrollo. Y cuántas voces más, nos preguntamos, cuantos niños y niñas silenciados, heridos por el filo cruel de la palabra, despojados de su propia naturaleza, de su propio ser, en nombre de Dios y del pecado. A cuántos habrán destruido aquellos que dicen amarlos. Que dicen conocer la senda de la pureza. El camino de Dios, un Dios que, de existir, sólo puede ser un tirano.


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