La katana del lamento. Las aventuras de Tange Sazen 1, de Fubo Hayashi (Satori) Traducción de Akihiro Yano y Twiggy Hirota | por Juan Jiménez García

Fubo Hayashi | La katana del lamento. Las aventuras de Tange Sazen 1

Tal vez una de las características más peculiares del imaginario japonés (digamos asiático, porque deberíamos incluir China, Hong Kong) en lo relativo a sus héroes es toda esa vertiente de luchadores discapacitados pero de un increíble poder. A diferencia de Occidente, que entiende a los superhéroes como personajes perfectos (si acaso con algún punto débil), en oriente podemos encontrar desde espadachines ciegos (el icónico Zatoichi) hasta heroínas sordomudas, pasando por espadachines mancos (un clásico del género). Entre estos últimos Japón aportó su granito de arena con Tange Sazen, personaje creado por un joven Fubo Hayashi, que era manco y tuerto. Y precisamente lo que nos trae Satori es la primera de sus aventuras novelescas, La katana del lamento.

Conocido hasta ahora por las numerosas adaptaciones cinematográficas que ha tenido (con directores como Sadao Yamanaka, Hideo Gosha o el primero, Daisuke Ito, que ya lo adaptó en 1933), Tange Sazen apareció publicado por entregas entre 1927 y 1928, y tras el nombre de Hayashi se ocultaba en realidad Kaitaro Hasegawa, un escritor popular por aquel entonces. El éxito le llevaría a una segunda serie de aventuras (entre 1933 y 1934) y poco más, porque un año después moriría. Pero ¿quién era Tange Sazen? En realidad aquí la historia también tiene un punto muy interesante: Tange Sazen era no solo en su inicio un protagonista secundario, sino que además era el malo. Pero su aceptación por parte de los lectores fue tal que acabarían ocurriendo dos cosas: una, que ya no fue tan malo; dos, que ya no fue tan secundario.

La katana del lamento es la historia de dos espadas: la Kenunmaru y la Konryumaru. Forjadas por el maestro Seki Magoroku, dice la leyenda que no pueden estar separadas, y que en caso de que esto ocurriera, una buscaría a la otra vertiendo toda la sangre necesaria para ese reencuentro. Las dos están bajo la custodia Onozuka Tessai, maestro de un dojo que todos los años organiza una competición en el que ellas son el premio: una para el ganador, otra para el segundo. Pero conocedores de la leyenda a nadie se le ocurre reivindicar ese premio, claro está. El mejor alumno de Tessai es Eizaburo. En una idea no muy brillante, decide ofrecer al vencedor de ese año no solo la katana sino la mano de su hija, saber que solo puede ganar este último, sin pensar que Eizaburo pueda tener otros planes amorosos. Y ahí aparecerá Tange Sazen, al que nadie ha llamado pero que tiene la secreta misión de hacerse con esas katanas. Y eso hace. O casi: se hará con una de ellas. Y buscará la otra, en manos del alumno díscolo.

Tange Sazen es todo un personaje. Ya no es que sea tuerto y manco, es que también es una suerte de nihilista con un marcado gusto por la destrucción y el asesinato, no exento de humor. Decidido a hacerse con la segunda katana, motivado por los lamentos de la primera (si es que necesitaba más motivación), no reparará en medios. Para ello, contará con la ayuda Suzukawa Genzyuro, un samurái de gustos criminales, banda incluida, más conocido como Yoriki. Y Eizaburo, a su vez, se encontrará bajo la protección de un ronin aficionado al sake, Gamo Taiken. Y con eso lo tendríamos casi todo, a excepción del que parecía que iba a ser el protagonista principal de todo esto: Oka Tadasuki, famoso juez de Edo (en aquel entonces los jueces eran también policías, de modo que debemos verlo como la parte del orden o, si se quiera, la del investigador que irá en busca de un misterioso asesino nocturno, que no es difícil imaginar quién es).

Una de las características del arte japonés seguramente es la repetición. En el cine hemos visto una y otra vez películas de género o sagas enteras (por ejemplo, por acercarnos a Tange Sazen, en el chambara o el cine de yakuzas), que repiten personajes, estructuras, desarrollo o finales, con ligeras variaciones que llegan a resultar imperceptibles. Sin embargo, el verdadero milagro es que siempre parecen algo completamente diferente y el placer sigue siendo el mismo, sino mayor. En La katana del lamento los amantes del género encontrarán muchas de esas cosas, formando un cóctel trepidante con un toque de la novela de aventuras occidental, de la que Hayashi no era desconocedor. Y como a esas dos katanas, al lector solo le queda esperar un nuevo encuentro, un segunda entrega, tercera. Mil.


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