Hay libros que no pueden ser contados. Error: pueden ser contados pero necesitaríamos escribir otro libro y no diríamos nada más (y seguro que peor) de lo que dice el propio libro en sí mismo. Son libros táctiles. Uno toca las palabras y es tocado por estas mismas palabras. Mientras algunos piensan que es necesario agitar los sillones, ponerte gafas y lanzarte agua por la cabeza para que te sientas dentro de la película, la literatura siempre supo que para conseguir eso bastan unos cuantos cientos de palabras bien dispuestas, como un tren arrojado a toda velocidad sobre unas vías enjabonadas. O un tranvía. En Tranvía 83 no hay un tranvía. Están esas vías, sí, pero como están los escombros de otras muchas más cosas. Tranvía 83 es el nombre de un garito donde va a parar lo más granado de una sociedad que no existe (dado que no es más que la suma de un montón de tipos y tipas, que se unen con la misma facilidad que se separan).
Estamos en el corazón de África (ese continente lleno de corazones moribundos que no se deciden a pararse). Está la Ciudad-País. En ella habita lo más granado de lo peor de lo peor, pero es el único sitio donde se puede ser alguien (es decir nadie) sin que te molesten especialmente. Es el reino del jazz, las prostitutas de todas las edades o los aventureros explotadores de minas (y también de los que son explotados y explotan en esas minas). Más allá está en Transpaís. Es decir, el resto. Ocupado en sus cosas. Por encima de todos, el General disidente, que gobierna con las dosis necesarias de precariedad, variabilidad y corrupción necesarias. Y por debajo de él, campan nuestros personajes, aspirantes a personas. Está Requiem, un fulano cuya única vocación es sacar dinero de todas partes para no tener nunca nada. Y ahí vale todo (como buen exmilitar), desde la prostitución a la extorsión, pasando por cualquier cosa. Tiene sus ideas y tener ideas ya te convierte en un intelectual del crimen.
El verdadero intelectual es Lucien, su amigo enemigo, al que quiere destruir de cualquier manera, porque lo ve como el culpable de todo, incluso de lo que tiene que ocurrir. Lucien escribe. Al principio tiene sus aires, luego le da igual el número de personajes e incluso el país. Todo está bien si acaba bien. Acabar bien es comer. Follar más o menos lo tienen cubierto. Potrillas por todas partes. Y no solo. Para eso está el editor, Ferdinand Malingueau, que también le da a las minas de cosas raras pero muy necesarias para el primer mundo. Con todo esto tenemos un dibujo de ese África sin formas precisas, pero llena de colores y matices, que Fiston Mwanza Mujila traza en Tranvía 83. La vida está en todas partes, más en aquellas tan próximas a la muerte. En esa África que se repite, en ciudades más allá de las cuales no hay mucho o nada y por encima de las cuales está el omnipresente dictador del que nadie espera nada más allá del capricho. Hay mundos que no cambian, que están llamados a repetirse. Y en esos mundos que se repiten, los cuerpos exhaustos entregados a la supervivencia y la búsqueda animal, primitiva, del placer. Del placer de vivir. El placer de sobrevivir. Porque nadie se hace demasiadas preguntas. Porque no hay respuestas. Porque en caso de que las haya, no le sirven a nadie realmente. Todo acabará mal. Pero mientras tanto…
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