La versión de Nelly, de Eva Figes (Jekyll y Jill). Traducción de Jessica Aliaga | por Óscar Brox
La escritura, ya sea pública o privada, nos ha acostumbrado a la confesión, a la recapitulación de sucesos que sirve, o al menos lo intenta, para poner en orden las cosas. Para recuperar una confianza perdida o para proporcionárnosla. Una escritura que, bajo su carácter íntimo, busca incesantemente nuestra complicidad; la comprensión e, incluso, la conmiseración del lector. Esa identificación un poco más profunda que invita a pensar con calma algunos lugares comunes de nuestra moral; lugares que dibujan una realidad aparentemente normal en sus destellos de cotidianidad, bajo cuyo manto late, sin embargo, una preocupación para la que nos cuesta encontrar las palabras adecuadas. Un desorden, un dolor o una herida, que volcamos sobre la página en blanco con una escritura apretada, en busca de ese lector que separe el grano de la paja y halle entre la ficción el rastro de ese malestar que refleja nuestra realidad.
Nelly, la protagonista de esta novela de Eva Figes, es una mujer atrapada en sus tribulaciones. Amnésica, en fuga de un pasado, sobre el que no deja de dar vueltas en una anónima habitación de hotel, cuyo camino de regreso reconstruye poco a poco. A través de dos cuadernos manuscritos que hacen las veces de diario personal y capítulos de su investigación detectivesca. La versión de Nelly es, en cierto modo, una novela a caballo entre el suspense y la vindicación feminista, en la que el misterio principal reside en la imposibilidad de su protagonista para construir una nueva identidad, un nuevo Yo, a salvo de su claustrofóbico entorno. Como la Jeanne Dielman de Chantal Akerman, la mujer sin piano de la película de Javier Rebollo o una heroína de un kitchen-sink drama. Abismada en unos pensamientos interiores a los que solo puede dar la forma de una angustia, de un misterio sin resolver.
Figes estructura su novela en dos líneas bien diferenciadas. En la primera, Nelly se mueve entre la habitación del hotel, la barra del restaurante y los aledaños, como una detective despistada que recaba pruebas para averiguar cómo ha llegado hasta allí. Figes, sin embargo, dibuja a su criatura con una soltura insólita, que generalmente choca con las reacciones del resto de personajes; cuando flirtea, o simplemente se muestra más desenvuelta, en el bar del hotel con un hombre, o cuando encuentra a la mujer de la papelería con la que entabla una extraña amistad. Por así decirlo, es en esos intentos de ser otra persona, como cuando estampa su firma en la hoja del registro del hotel, donde su autora detecta el anhelo de abrir su mundo interior más allá del familiar paisaje devastado. En esa trama de misterio, Figes encuentra las piezas para construir otro Yo, para cuestionar lo que ha sido y lo que han querido que fuese, también lo que no ha podido ser, que Nelly explorará a través de su escritura cada vez que se tope con alguno de los personajes.
La segunda línea, que abarca el otro cuaderno, plantea el regreso de su protagonista al hogar, a medida que la trama del hotel se deshace y el hijo de Nelly la devuelve a su entorno natural. Es ahí donde la escritura de Figes más se esfuerza, donde la propia protagonista se describe como una extraña a la que observa, escindida en dos cuerpos distintos, mientras su familia trata de ponerla en vereda. Todo lo que la primera parte tenía de irónico y desconcertante, la segunda lo vuelve del revés. Los paisajes mortecinos de los alrededores invocan ese tedio existencial que Nelly no puede disimular; la falta de salidas y asideros, de retos y metas que la lleven a no poder pensar y decidir por sí misma. Sometida a la rutina, al polvo que encuentra en las estanterías de su vieja casa o a las miradas cansadas con las que divisa un hogar del que necesita huir, que ni siquiera puede observar con nuevos ojos.
Intento de fuga, La versión de Nelly describe esa realidad acotada, de pocas palabras y escaso movimiento, en la que vive atrapada su protagonista. Su angustia y su neurosis, la escapada imposible a otro lugar y la necesidad de construir con nuevos cimientos otro Yo. Todo lo que, a medida que pasan las hojas, descubrimos a través de sus pesquisas, de esos personajes sin nombre que, poco a poco, habitan el viejo hogar: el marido y su cálido aliento de Brandy, el hijo y su nuera, sus nietos y su vecina. El fracaso de una investigación en la que Nelly percibe que no puede hacer otra cosa que ser Nelly, la esposa/madre/abuela que la visión de los demás le ha impuesto al precio de enloquecerla. El fracaso que solo permite una fuga a través de la neurosis o de la escritura confesional. En esa escritura en la que sentimos cómo parpadea la voluntad de ser ella misma mientras la realidad pelea por apagarla. En esa escritura que nos enseña que la identidad, femenina, personal o emocional, es un objeto perdido, y nos exhorta a hacer todo lo posible para encontrarlo. Antes de que el pasado nos devore, una vez más.