Cuentos de demencia y muerte, de Edgar Allan Poe (Nórdica) Traducción de Íñigo Jáuregui. Ilustraciones de Gris Grimly| por Almudena Muñoz

Edgar Allan Poe| Cuentos de demencia y muerte

Seguramente haya contado esta historia en otra (o más de una) ocasión y ya no lo recuerde, bien por que comiencen a mordisquear los achaques, como a Poe, bien porque una empiece a perder el seso, como sus personajes.

La primera vez que leí a Edgar Allan Poe tenía diez años. Tal vez no es una edad tan descabellada para iniciarse en el mundo del escritor bostoniano, o en el imaginario gótico de Nueva Inglaterra en general. Tampoco iban a desplegarse escenarios tan distintos a los que me habían acompañado a diario durante toda la infancia: un paisaje áspero y frío, edificios antiguos cerrados a cal y canto, aún señoriales, que parecían supurar leyendas doradas y sangrientas por cada ladrillo. Mientras otros cuentan con orgullo cómo se introdujeron en las novelas o los cuentos de este o aquel complejo escritor ya muerto, tal que si nada más coger el libro por vez primera sintieron hundirse en algo tan mullido como un sillón de orejas, en mi caso no voy a mentir ni sublimar el asunto: Poe no era para mí por aquel entonces.

Cada semana (o era cada mes, o cada quince días, los tiempos son tapiados por otro material del recuerdo), nuestra profesora de primaria nos llevaba a la biblioteca del colegio en hilera, y allí nos desparramábamos para escoger un libro de lectura obligada. La biblioteca era el lugar de independencia, donde se relajaba caminar en fila y la imposición se basaba en una elección propia. Se mantiene vívida la imagen del ejemplar de una vieja colección Anaya que escogí de entre todos los lomos blancos: la portada era una oda al kitsch, con una ilustración horrorosa, tipografía Hammer y un gato negro que guiñaba su ojo escarlata. «¿Podría leer esto?», pregunté ante la profesora cuando llegó mi turno para tomar nota del libro; la pregunta contenía más dudas sobre la posible carga terrorífica que una petición de permiso; a fin de cuentas, ya había leído antes libros fuera de la edad recomendada. La profesora levantó la vista sobre el borde de sus diminutas gafas redondas y contestó que sí, por supuesto.

Nunca sabré si lo dijo porque de verdad pensaba aquello como buena maestra, o porque en el fondo nunca se lo había leído y no tenía ni idea de quién era ese hombre de apellidos montados uno sobre otro como alas de cuervo. La anarquía bibliotecaria se extendió también a la forma de leer aquel libro de cuentos, y empecé al azar por El corazón delator, arropada por muchas mantas, en el ático de una casa de campo.

Con un tragaluz en noche despejada, por el que entraba luz suficiente para distinguir los enormes tablones de madera del suelo.

Tablones huecos que Poe comenzó a rellenar con algodones sucios y terribles que no abandonarían jamás mi cabeza; pero, sobre todo, por aquella ilustración a tinta negra del viejo de un solo ojo, detallista hasta el punto de no poder apartar la mirada del amasijo de nervios, venillas y protuberancias casi supurantes.

Lo primero que hago al coger Cuentos de muerte y demencia (en realidad, una costumbre con cada edición de Poe que cae en mis manos), es buscar la ilustración central de El corazón delator. Nunca falta, porque ha debido atormentar a tantas almas como yo, empezando por el mismo autor. Ahí está el anciano, mucho más pequeño. En parte por el formato, en parte porque ya no le tengo miedo. Su ojo es sencillamente blanco, y hace más justicia a la descripción de Poe. El rostro está entintado, pero con mucho más arte: de ahí, salto a todas las demás viñetas, circunferencias, retablos y marcos de Gris Grimly, un ilustrador que vive entre las sombras, pero que alza el universo de Poe a un plano mucho más… divertido y luminoso.

Quién se lo hubiera dicho a una niña de diez años aterrorizada durante una noche. Entre la monomanía extrema de Poe y las blandas alteraciones sobre el gótico de Tim Burton o Guillermo del Toro (que ha colaborado con Grimly), es posible un término medio para lectores jóvenes o que necesiten una vuelta de tuerca sobre la prosa coagulada de Poe. Cuatro cuentos que bastan para degustar las ideas fijas en la pluma (quién sabe cómo era su mente) del autor, o para recordar con qué facilidad enterramos y desenterramos imágenes que nos espantan y enamoran al mismo tiempo. Un corazón, una ola, un gato, un ojo que brilla.

 

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