Los Maia, de Eça de Queirós (Pre-Textos). Traducción de Jorge Gimeno | por Juan Jiménez García

Eça de Queirós | Los Maia

A Eça de Queirós lo recuerdo desde siempre sin haberlo leído nunca. Pienso que demasiadas veces podría decir esto, pero también que está todo bien. Mi biblioteca, como tantas, no deja de ser una reunión de proyectos de pasado, como diría Ana Blandiana. Así, por ahí están El mandarín, El misterio de la carretera de Sintra o un extraño Diccionario de milagros que, como libro, tenía la particularidad de que, por algún error de edición, le faltaban páginas entre medias, haciendo desaparecer alguno de estos milagros. No es difícil encontrarse con Eça de Queirós; otra cosa es leerlo. Y sin embargo, pocos escritores frecuentaron tantos géneros como él, y en todos dejó algún clásico. Volviendo: la literatura fantástica de El mandarín, la policiaca de El misterio de la carretera de Sintra o el realismo, de otras tantas. Entre ellas, Los Maia. Esa saga familiar sin familia. O con una familia bien pequeña. Porque Los Maia, después de todo es la historia de Carlos de Maia y su abuelo, Afonso de Maia. Y ahí se acaba la familia, sin que a Eça de Queirós le importe mucho ni el pasado ni el futuro, porque sus personajes, para bien o para mal, están en el presente. Bien sufriéndolo dignamente, como el viejo, bien transitándolo con intensidad, como el joven. Entre uno y otro, Pedro de Maia, hijo y padre, estrella fugaz y suicida del árbol familiar, apenas un fantasma.

Así pues no debemos dejarnos confundir mucho por el título e incluso por el subtítulo: Escenas de una vida romántica. Digamos que todo es cierto, pero no de forma absoluta. Los Maia, en realidad, es un enorme fresco de la vida social portuguesa de aquel periodo que caminaba perezosamente hacia el fin de siglo y hacia el fin de un tiempo. Un tiempo en el que la estética era más importante que la política o la política una cuestión estética. Al menos para esa clase social ociosa que retrata (con sus grietas), una clase social que se pensaba inglesa, viajaba por Italia y soñaba con la vida social francesa. Y que, por lo tanto, no dejaba de ser una confusión de nacionalidades, en la que todo lo de fuera era mejor salvo algunas pocas cosas, y vivía de ideas prestadas. Apariencia, dinero, relaciones sociales y el amor, el amor intenso, entendido como una enfermedad mortal, acotada en el tiempo, pero a la que no dejaban de encontrar cura, llegado el caso.

Afonso de Maia deja su retiro de Santa Olávia para volver a Lisboa, a la Casa del Ramalhete recién reformada para la ocasión. Le acompaña su nieto, Carlos, acabada la carrera de medicina y con un montón de proyectos, que acabarán sepultados al poco tiempo. Carlos pasa su tiempo con Ega, su más íntimo amigo, y los sueños de escritor de este. Por supuesto, de escritor reformador de las letras de su tiempo, porque, a ciertas edades, nadie aspira a ser más de lo mismo. Ega, ese contrapunto necesario a los Maia, escribe una novela que no acabará nunca, como Carlos aspira a una vida que no llevará nunca. Sobre esta base, Eça de Queirós irá hilando toda su novela, e hilar es una palabra seguramente justa. La galería de personajes es abrumadora, todos con una vida propia que llevar (pero íntimamente ligada a los otros, seres sociales), sin que se pierda en ningún momento esa historia que lo atraviesa todo. Es decir, la relación de Carlos con Maria. Una relación que viene a destruir los últimos restos de ese mundo que hacia su final.

Pero lejos de limitarse a un argumento, Los Maia es, decía, el retrato de aquel Portugal. Y también del Portugal del escritor, que no deja de interrogarse sobre todo, vida, obra y sociedad, desde los otros, desde todos esos personajes tan propensos a la conversación, seguramente la única cosa que les queda. Desfilan escritores, como Ega (bueno, es un decir… digamos que él es un polemista sin obra, el bufón amargo de la corte) o Alencar, representante de la vieja y glorificada poesía, pero también seres grotescos, como Dámaso, que no deja de ser los demás llevados al extremo. Pienso que se califica a Los Maia como el gran clásico de la literatura portuguesa. Y eso me lleva a pensar un poco en otros grandes clásicos y que extraña línea puede unirlos con aquellos pueblos que los produjeron. El Quijote, en España, Gargantúa y Pantagruel en Francia, el soldado Svejk checo, el Rey Mono chino, el Fausto alemán,… Más, mucho más. Creo que todos, de algún modo, reflejaban los miedos y esperanzas del tiempo en el que fueron escritos, siempre desde la sensación de final y rara vez de principio. Tal vez esté equivocado, aunque Los Maia no deje de estar, también él, ahí.


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