Madrid:frontera, de David Llorente (Alrevés) | por Juan Jiménez García
Las distopías de unos son las utopías de otros. Pensar que existe un mundo ideal es de una ingenuidad que no se corresponde con estos tiempos, que pueden ser abyectos pero no improvisados. Unos tiempos, todo sea dicho, en los que nos hemos convencido de que un hombre gris, mediocre y asustadizo, puede haber destruido buena parte del país como por azar, sin atribuirle ningún mérito, lo cual arroja una luz reveladora sobre el bando en el que se encuentran los idiotas (o nos encontramos). La última novela de David Llorente es precisamente el relato de todo eso: de las distopías (porque es una de ellas), de las utopías de los otros (siempre tan acogedoras) e incluso de los peligros de tomar por mediocridad la voluntad de destruir. También de que la pérdida de la identidad está en el origen de las desgracias. Cuánta razón…
Estamos en un futuro próximo. Igi W. Manchester tiene treinta años, siempre llueve en Madrid, Madrid tiene mar, un mar negro, y ese negro, esa oscuridad, está en realidad en todas partes. La vida está regida por el Cubo, estructura político-administrativa dedicada a la anulación de toda voluntad que no sea la de los habitantes de sus últimas plantas, empezando por la séptima, donde se encuentra el omnipresente (pantallas en cada terraza) Ezequiel Caballo. Entre el Cubo y la calle, entre el poder y los comebasuras bajo los cartones, está ese punto intermedio que es la policía. Pero la policía ya son, fundamentalmente, los antidisturbios, porque cuando se tienen las cosas claras, hay poco que preguntar y menos que investigar. Es mejor pasar a los hechos.
Igi W. Manchester es uno de esos comebasuras. Los libros arden, los animales son robots, las universidades se derrumban o son derrumbadas, la sanidad es para quien la merece y el país se ha llenado de aventureros que abandonan incesantemente el país en avión, quién sabe si con destino a Laponia, esa tierra de oportunidades. Manchester era un brillante investigador, pero ya no hay nada que investigar. Solo se precisan trabajos útiles, enseñanzas útiles, y lo útil es aquello que deciden los demás. Se puede ser corrupto, como ahora, pero ya no es necesario perder el tiempo en juicios o disculpas. Mucho menos en la cárcel. Una ciudad de muertos vivientes para unos pocos vivos. Unos muertos cuyos gritos aún se pueden escuchar en las cunetas de la M-30 (pero no importa: es suficiente con subir el volumen de la radio. El ruido como alfombra bajo la que esconder las cosas). Y sin embargo, hay gente que resiste. Manchester es uno de ellos.
David Llorente construye en Madrid:frontera una novela sin género (¿y por qué debería tenerlo?). La forma, como ocurría en Te quiero porque me das de comer, ocupa un lugar importante, central, como transmisora de la historia. Un personaje más en una coralidad de personajes (esa voz interior, que parece querernos decir algo… pero ¿qué?). Cada personaje es una parte de un todo y cada uno debe ser nombrado, para poder ocupar, como corresponde, su papel en un lugar deshumanizado en el que todo es intercambiable. Cada uno tiene su historia y cada historia nos lleva hasta la de otro, en un mundo lleno de voces y silencios. Su protagonista irá creciendo y con él todo lo demás. También la novela. Y como él, esta también cambiará de identidad. Se dirigirá hacia los cantos de sirena. Hacia ese lugar en el que nos dicen lo que queríamos oír. Y toda la violencia, que hasta ese momento era algo colectivo, impersonal, una mera formalidad en un mundo que vive de ella, empezará a cristalizar en un solo punto y un solo cuerpo. En un solo hombre y en un solo objetivo. Y frente a eso ya no habrá nada, mucho menos esperanza. Porque Madrid:frontera, después de todo, no es la historia de una distopía, sino el punto final de la cobardía y el triunfo de la voluntad sobre la indiferencia. Es decir, un libro político sobre nuestro tiempo.
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