El equipo de natación sincronizada, de Cristina Sandu (Tres Hermanas) | por Gema Monlleó

Cristina Sandu | El equipo de natación sincronizada

“Grulla, marsopa, flamenco, delfín, seres que viven en o cerca del agua. También son nombres de posiciones en natación sincronizada, llevados a cabo sin esfuerzo aparente, en el límite entre flotar y hundirse.” 

El equipo de natación sincronizada, Cristina Sardu 

En El Lado Cercano del Río hay un río, un río fangoso, de aguas oscuras, en el que se bañan los cerdos, con un tractor amarillo en la orilla y gallinas poniendo huevos detrás de sus ruedas. En El Lado Cercano del Río hay una Tabacalera en la que trabajan las mujeres (“mantenían la vida en funcionamiento. Trabajaban la tierra, alimentaban y mataban a los animales, criaban a los niños”). En El Lado Cercano del Río los hombres están ausentes la mayor parte del año (“aceptaban cualquier trabajo que pudiesen conseguir en un país vecino. Enviaban cartas y paquetes a casa, y cuando tenían suficiente dinero o su nostalgia era demasiado grande, iban de visita”). En El Lado Cercano del Río todavía hay estatuas de Lenin “que habían escapado de la demolición después de la caída de la República”. En El Lado Cercano del Río los objetos “de lujo” (deportivas Adidas o Nike, novelas censuradas, la píldora del día después, una infusión para perder peso o un rifle Winchester) vienen del otro lado de la frontera. En El Lado Cercano del Río no hay nombre para la ciudad que no pertenece a ningún país y sobre la tierra, la tierra alrededor del río, reina el silencio.  

En El Lado Cercano del Río vivían un grupo de chicas, trabajadoras de la Tabacalera, que una tarde cambiaron los melodramas de la televisión de “sexo, lágrimas, asesinatos” por un documental sobre natación sincronizada. La hipnótica belleza de movimientos calculados que cortaban el agua y “el azul de la piscina en la que se hundían hasta formar un solo cuerpo que se sumergía en la profundidad y empezaba a rotar, lentamente, sin necesidad de respirar” prendieron en ellas el deseo de la imitación. En El Lado Cercano del Río hay un río helado, pero a las chicas el frío cortante no las asustaba cuando iban a nadar. Les gustaba hundirse en el agua, emerger de ella “rompiendo la superficie con las manos”, hacer el pino mientras sus pies aleteaban contra las ramas de los árboles de la orilla y jugaban a “meterse la cabeza en el agua unas a otras, como si fuera un bautizo”. Las chicas se convirtieron en las inseparables del río, tanto como los juncos o las piedras, tanto como las algas que les subían por las piernas. 

“Quizás imaginaban que eran estrellas, o ángeles, o pájaros locos. A veces se agarraban de las manos y las piernas con tanta fuerza que era un milagro que no se rompiesen nada”. 

Las chicas de la tabacalera se convirtieron en las chicas del río, las ondinas sumergidas, las garzas que tragaban un agua que sabía a barro y peces, las amigas de los nenúfares y el olor a estiercol condensado. Las chicas de la tabacalera de El Lado Cercano del Río acostumbraban su cuerpo al medio acuático y pasaban cada vez más tiempo sumergidas (“los no iniciados creían que estaban intentando ahogarse. Cuando se hundían y solo dejaban las manos fuera, parecía que se estaban ahogando”). Las chicas de la tabacalera del no-país donde nada se puede comprar o vender intercambiaban “blancos baratos” (los cigarrillos de la tabacalera, “tan populares en los países vecinos como las huevas de pescado y el brandy”) por bañadores negros, gafas, gorros y pintalabios resistentes al agua, con los hombres que cruzaban la frontera escondiendo el estraperlo en los bajos del coche. Las chicas de la tabacalera de El Lado Cercano del Río colgaban sus bañadores negros en las ramas de los árboles de la orilla, paisaje de cuervos semi ahorcados, en un augurio que a la postre, para algunos, parecería catastrófico. Después, por la tarde, terminados sus autodidactas entrenamientos, vagaban por las calles de la ciudad con sus toallas colgadas como una capa, como un paseo reservoir dogsiano de un grupo de heroínas de Marvel. Ante el juego, obsesivo pero infantil, de los movimientos de sus cuerpos en el agua los lugareños terminarían considerándolas “quizás un poco desequilibradas” pero inofensivas. 

En El Lado Cercano del Río, el no-lugar del no-país, el deporte era el vestigio último del glorioso espíritu nacional y en el polideportivo del Capitán (el magnate, terrateniente, capataz, el que se aseguraba que las tiendas tuvieran comida y ropa, el propietario de las tabacaleras) había una piscina. Para las chicas de la tabacalera de El Lado Cercano del Río el agua mansa y azul, los azulejos partidos, el sabor a cloro, devinieron promesas liberadoras ante un futuro que sólo ofrecía trabajo precario, hijos y con suerte un marido no-violento. La gloria del polideportivo en el trozo de tierra de El Lado Cercano del Río (un punto negro en el mapa) pareció entonces una posibilidad al alcance del agua, el agua donde entrenaban las chicas de la tabacalera: las pinzas de la nariz aplastando los orificios nasales, la purpurina en el pelo aplanado, peinado muy tirante hacia atrás, el “clic de los pasadores, brillantes y grandes como cucharas”, el maquillaje permanente que confundía las caras de unas con las otras. En un periódico local, en un periódico de El Lado Cercano del Río, una foto. Junto a la foto, el titular: “Equipo de natación sincronizada formado por las chicas de la tabacalera”. Las estatuas de piedra de Lenin parecían sonreír ante la posibilidad de la gloria olímpica cuando las chicas en la piscina “lanzaban al aire a la más pequeña de ellas, volando como una bala de cañón, y ella extendía los brazos y las piernas como si fuese una estrella de cinco puntas” mientras una mezcla de música clásica y moderna aderezada con melodías populares (imposible no pensar en Cold War, Paweł Pawlikowski, 2018) retronaba en el polideportivo. 

¿Esta es la historia que cuenta El equipo de natación sincronizada (Cristina Sandu, Helsinki, 1989)? Sí, o tal vez no, o mejor dicho no únicamente.  

El equipo de natación sincronizada es un conjunto de relatos protagonizados por mujeres y unidos por un nexo común, el del pasado, el de la natación en el río, el del futuro impuesto, el del momento que rompe la inevitabilidad del ser al ver un documental en televisión. Ellas, las chicas de la tabacalera, las que nacieron y crecieron en El Lado Cercano del Río, son las protagonistas no sólo del magma de brazos y piernas que danzan entrelazados en el río o la piscina, sino también de las historias del tránsito (su tránsito) por diferentes lugares en una anguileña necesidad de escape nacida antes de sumergirse por primera vez en el agua. Ellas, las chicas de la tabacalera, las de la gran determinación, las de la apuesta a una sola carta, las de la desconfianza y la ingenuidad. Ellas, las chicas de la tabacalera de El Lado Cercano del Río, las integrantes del equipo de natación sincronizada del no-lugar en el no-país. Ellas: Anita, Paulina, Sandra, Betty, Nina y Lidia, Extraños nombres para mujeres de una república soviética, ¿no os parece? Espóiler: ¿esta frase es un anzuelo? sí, lo es. 

Coda: Солнышко: Solnyshka. Luz del sol en ruso. 


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