La última frase, de Camila Cañeque (La uña rota) | por Gema Monlleó

Camila Cañeque | La última frase

“Mientras que el libro está ahí y grita que exige ser terminado, uno escribe. Es imposible soltar un libro para siempre antes de que esté completamente escrito; es decir: solo y libre de ti, que lo has escrito. Es tan insoportable como un crimen” 

Escribir, Marguerite Duras 

No es lo mismo hablar del final, de los finales, desde la vida que desde la muerte. No es lo mismo leer sobre el final, los finales, desde la vida y sabiendo que quien escribió el texto que tengo entre manos ya no está, sorpresivamente, en este mundo mortal. Leo La última frase, el ensayo-investigación poética-collage de la artista y filósofa Camila Cañeque (Barcelona, 1984-2024), obsesionada por los finales, aquí literarios aunque no por ello menos “universiexistenciales”, y me es imposible eludir de la lectura su temprana y súbita muerte a los 39 años de edad.  

“No recuerdo cuando empezó mi atracción por las últimas frases. En un ejercicio de fetichización inconsciente, abrir un libro significaba ir directamente al final, buscar su cierre.” 

En los últimos años hay un hilo que tira de mí hacia los artistas performativos, y el punto de encuentro, el descubrimiento, siempre llega a través de la literatura. Así me sucedió con Abel Azcona y su Volver al padre (Pepitas de calabaza, 2022), con Sophie Calle y sus vínculos vilamatianos, y así ha sido en estas últimas semanas con Camila Cañeque y su La última frase que se expande, dadas las circunstancias, en toda su polisemia.  

“Una cosa es el final, más vinculado al desenlace de la trama, y otra muy distinta es la última frase, la última unidad gramatical antes de que el texto desaparezca por completo.” 

La última frase parte de la obsesión de la artista por las últimas frases de los libros, sobre todo de las novelas. La última frase como el momento en que el autor nos deja ir, cuando la ficción termina y la vida, la vida del que lee, es de nuevo sólo vida vivida a solas, no vida acompañada-de. La última frase como celebración del final que es también la celebración de la existencia. La última frase como el susurro de Lost in traslation (Sofia Coppola, 2003), interpretativo, ¿performativo?. La última frase como el punto y final, como la frontera entre lo escrito por otros y, en el caso de Cañeque, la (su) escritura. 

“Soy adicta. Soy adicta al final. Estoy enganchada al final. Reconozco mi fascinación por ese instante, mi empeño por habitarlo. Mi incapacidad de dejar que lo que acaba se acabe. Mi necesidad de vivir en la prórroga, en el un poco más, cinco minutos más. Mi no aceptar lo que viene después, mi sólo querer estar aquí. En el borde del barranco.” 

Libro puzle, libro abanico, libro constelación, contiene La última frase 452 últimas frases trenzadas por fragmentos ensayísticos de autoría propia con una extensión, según indica el texto, similar al monólogo de Molly Bloom en el Ulises de James Joyce. Leído como un diario fractal, como un monólogo especulativo de los finales que va de las frases de otros a la vida de la autora, de los textos de otros al discurso existencial de Cañeque. Ella se interroga por la vida, por el sentido de la vida, saltando de una sentencia final a otra, componiendo un peculiar camino de baldosas amarillas (finales): algunas lluviosas (muchas obras se cierran lloviendo), otras acuosas (el mar, las lágrimas, la nieve –“el gran sexo freudiano”-); algunas in itinere (“la partida es en sí un incio hacia algo nuevo” y/o el regreso a Ítaca), otras finalizando en “el rectángulo blando que sirve de tumba provisional”: la cama; unas silenciosas con el final de los finales: los muertos, la muerte, y otras estruendosas entre el silencio o el ruido apoteósico. 

“Tengo que acabar con esto, le escribí a una amiga. Acábalo. Me respondió. Al cabo de un tiempo, exactamente lo mismo. Tengo que acabar esto.” 

Atrás quedaron las dudas sobre qué hacer con la colección de últimas frases, atrás quedaron los mapas conceptuales, los diagramas, la ordenación y reordenación, las tablas de índices, los archivos con últimas/last/ending, el casting para “purgar el empacho”. La última frase es el momento de la epifanía: cuando las últimas frases cobran un nuevo sentido poniéndolas a bailar, librándolas de su genealogía, descolgándolas de la obra madre, exiliándolas de su contexto, deslocalizándolas en una orgía final de encuentros inimaginables. Cañeque construye su texto desde el pensamiento pausado, exponiendo dudas, filias y fobias, en una bella escritura conceptual a partir de la descontextualización. Ella, habitante habitual de/en finales (como el verano que pasó en la terminal de salidas del aeropuerto de El Prat observando las despedidas, o su presencia recurrente en los entierros del cementerio Père-Lachaise en París y del de la Chacarita en Buenos Aires) ensaya lo antes inacabado y ahora acabable con La última frase. 

“Este paisaje no deja de impresionarme. Me asusta y me colma de una manera extraña, me intimida. Es la representación topográfica de mi obsesión. Aquí, cada día es el final.” 

Cañeque escoge finales como dispositivos con los que anclarse al universo, los adopta como comunión y pertenencia de un mundo que tiende al colapso, de un cataclismo del que seremos indefectiblemente parte pero del  que queremos ser también espectadores (en mi mente la colisión de Melancholia -Lars von Trier, 2011- se repite una y otra vez), de un “advenimiento” que induce a una serenidad terapéutica ante la posibilidad de contemplarlo (“el epílogo de epílogos, el espectáculo de espectáculos, el circo de circos. El chute insuperable”) por más que de tanto imaginarlo lo hayamos convertido en una recurrente falsa alarma (“Hemos pasado del apocalipsis al poliapocalipsis. Ya no identificamos el gran final con el único fin del mundo”). Algo así como un gatopardismo de blockbuster (“la dopamina del multifinissage”) con la oscuridad y la devastación de La carretera (Cormac McCarthy, 2006).  

“La necesidad de un final sobrevive a cualquier giro ontológico y la ficción sigue siendo nuestra fiel aliada, la principal fuerza renovable para dotar de finales las cosas.” 

Desde un nomadismo tanto vital como literario, aunando sentido del humor e inteligencia, fascinación por lo efímero y combativa resistencia, Cañeque se muestra tanto en los textos propios como en la selección y disposición en su texto de los finales ajenos. Especialmente acertado es que la lista de títulos a los que corresponden los finales esté al final del libro y no como citas a pie de página, permitiendo así al lector una inmersión más profunda en este nuevo mundo creado por la autora a partir de unas frases que no dicen por lo que dicen cuando lo dijeron (en la obra original) sino por lo que trazan en esta (su) nueva vida. Del final a la continuidad. Del sentido primigenio a una nueva enunciación. Del ser estático a una cartografía personal que renueva la habitabilidad en/desde la ficción (“La ficción nos ofrece la seguridad de su propia muerte. Es la mayor fabricante de finales. Y la mejor”). De lo literal al hipertexto. De la línea a la autopsia frankensteniana. 

“Me siento en el borde. Miro hacia abajo, recorro con la mirada el camino vertical hacia el agua ennegrecida y sus manchas de espuma blanca. El abismo.” 

Al igual que otros artistas que rompen la barrera entre literatura y arte (la Speculative Intimacy de Alicia Kopf, el Gotham Handbook de la mencionada Sophie Calle y Paul Auster, Mario Bellatín y su congreso de dobles de escritores, el Spoken Word de Eloy Fernández Porta y Agustín Fernández Mallo…), Camila Cañeque dota al texto de su experiencia performativa convirtiendo, al igual que en sus performances, una acumulación en una nueva realidad: una instalación impresa.  

“La última frase es lo que sucede después de haberme alojado durante años en una prisión hecha de puertas de salida.” 

La última frase es, objeto material, la última frase de la artista, su dejar ir, la separación tras “la adrenalina y la frustración”, la “caída sin recuperación”, la no-continuación (“Este momento tiene una dimensión cadavérica, los rasgos de lo que está, simultáneamente, todavía aquí pero ya allá, de lo todavía tibio pero ya muerto, de lo que ya no existe pero puede, todavía, verse y tocarse”). Una exhumación literaria de finales ajenos tristemente convertida en una performance post mortem.  

“Me he agarrado con fuerza a mi purgatorio, como quien decide detenerse bajo la luz mórbida de una sala de espera sin tener nada que esperar. Nada me ha impedido acceder a ese después, pero yo sigo quieta. Sin dar un paso más porque ese paso es un abismo, la caída. Irme.” 

Coda: Bellísima la edición de La última frase con grandes espacios en blanco entre los que el texto reposa, coge aire, y se eleva de nuevo. 


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