Las andanzas del agente secreto Shípov, de Bulat Okudzhava (Automática). Traducción de Ricardo San Vicente | por Juan Jiménez García
Algo extraño sucede en Yásnaya Poliana. El conde Lev Nikoláievich Tolstói, escritor a ratos pero conde a tiempo completo, parece estar reuniendo profesores de dudosa reputación para alimentar en sus escuelas populares quién sabe qué extraños pensamientos revolucionarios. Esto no puede pasar desapercibido a los ojos de los innumerables servidores de la ley, cargos y responsables varios de la colosal y laberíntica estructura zarista, pero tratándose después de todo de un noble, uno no puede ir por ahí montando escándalo y poniendo a la provincia de Tula patas arriba. Se impone enviar a un agente secreto, alguien de confianza, que ponga negro sobre blanco las cosas. Digamos a Mijaíl Ivánich Shípov.
Shípov es un tipo menudo y despierto, un antiguo siervo del príncipe Dolgorúkov que guarda un buen recuerdo de él. También hay que decir que tiene una cierta afición al vodka. Y también a las mujeres, porque su Matriona no está mal, pero todas tienen algo más que no tiene ella. Para ayudarle le encomiendan a un tipo aún más extraño que él, Amadéi Gyros, un griego que podría ser italiano o vete a saber qué, y del que la única cosa cierta parece ser su enorme nariz, en consonancia con su enorme rostro. Así pues, allí, alejados del mundo moscovita, perdidos en Tula, se dedican a su misión. Pero dedicarse a su misión también es un decir, porque realmente no hacen nada. Nada de nada, más que intentar conseguir algo de dinero del laberinto de instancias y personalidades que andan tras esas misión.
Y como es bien sabido que con la verdad uno no va a ninguna parte y también que trabajar cansa, uno por el otro acaban por dar a su público lo que su público esperaba: una bonita conspiración a lo Dostoyevski allá donde solo había relatos chejovianos. Y para eso ni hace falta verle la cara a Tolstói ni pisar su casa, está claro.
Bulat Okudzhava, escritor, tuvo una vida intensa. Cantante, en las fotografías al respecto tiene una aire a lo Georges Brassens, y algo de eso debió haber. Llegó a ser tan conocido que un pequeño planeta lleva su nombre, y también un sello de correos. Aquí en España, en palabras de su traductor y prologuista, Ricardo San Vicente, algo se tradujo, y, cómo no, Automática nos lo ha devuelto. Y digo cómo no porque hay mucho en Bulat Okudzhava que nos remite a otros autores de esta editorial (pongamos Vladímir Voinóvich o Yordán Radíchkov), o simplemente a ese humor punzante que toma la realidad para llevarla a un punto en el que el absurdo es lo normal, y las cosas no pueden haber sido de otra manera, por muy locas que estas parezcan. Okudzhava de hecho escribió varias novelas más partiendo de hechos históricos (aquí la investigación sobre Tolstoi) para crear sus propias ficciones. Eso y su construcción del héroe, no entendido como alguien admirable por sus hazañas, sino más bien como hombre con recursos entregado a su propia salvación.
Las andanzas del agente secreto Shípov se convierte así en un libro trepidante, entregado a un personaje inaudito, un personaje que vive su vida con tanta convicción (frente a las dudas, dimes y diretes de los demás), que acaba por ser, en su más completa falsedad, lo único auténtico que puebla aquellos años rusos. Es un hombre justo porque lo justo es sobrevivir y es un idiota porque solos los idiotas pueden enfrentarse, ciegamente, a la idiotez que nos gobierna y mueve nuestros destinos. Shípov es la vida. O vivir. Es lo mismo. Tal vez.