Anuari Cultural Valencià 2020 (Institució Alfons el Magnànim / Eina cultural) | por Óscar Brox

Anuari Cultural Valencià 2020

Cuando estamos a punto de rozar los dos años tras el inicio de la pandemia parece que la bruma que envolvió aquel momento de excepción mundial todavía no se ha disipado. Permanece enganchada a nuestras estructuras culturales -por tanto, también sociales y económicas- mientras avanzan los planes de vacunación, las desescaladas progresivas y la vuelta a otra clase de normalidad. Algo, efectivamente, ha cambiado. Lo hemos observado en la parálisis en el calendario de estrenos en las salas comerciales y en el intento por hacer del streaming una herramienta para desarrollar la idea del cine en casa -lo estamos viendo ahora mismo con la llegada de HBO Max y su competitivo precio de suscripción, por ejemplo. Y lo hemos observado, asimismo, en las dificultades con las que las salas teatrales se han adaptado a esta realidad, empezando por la reducción de aforo y la necesidad de retomar el contacto con el público en un momento, precisamente, marcado por la falta de contacto. Podríamos hablar de las reuniones por Zoom, el apelotonamiento de eventos, la situación de conciertos y festivales musicales al aire libre o, en una dimensión más modesta, las charlas, clubes de lectura o presentaciones literarias en librerías. Por ponerlo en cifras, 14.000 puestos de trabajo fueron destruidos en el sector cultural, debilitando así el crecimiento del tejido en la Comunitat.

De una u otra manera, cada problema y cada solución posible nos redirigen hacia una realidad palpable: un cambio, casi, obligado en la forma de ver, entender y, por supuesto, consumir la cultura tras la COVID-19. Pero, ¿qué cultura? Desde la Institució Alfons el Magnànim se ha publicado recientemente el Anuari cultural valencià del año 2020, bajo la coordinación de José Manuel Rambla, en el que se lleva a cabo un repaso del estado de la cuestión trazando una panorámica por el sector y sus principales actores. La función social del texto, a la par que informativa, es clara: no solo pone negro sobre blanco las circunstancias de un sector casi siempre desfavorecido, sino que presta su espacio para ejercer de altavoz de cada uno de sus participantes, permitiendo así una reflexión más que necesaria en torno a este año raro. La reflexión, a bote pronto, podría arrancar señalando que, pese a todo, la cultura resiste. Pese a los ERTE, la falta de empatía política hacia los trabajadores autónomos, los cierres intermitentes y la programación de circunstancias. Gracias a iniciativas como, por ejemplo, Sentim les llibreries, el pago por anticipado, ese sentimiento de fidelidad y comunidad en un sector siempre reducido y de minorías. Gracias a ese trabajo de zapa que ha permitido que la vuelta a un momento más o menos normal no suponga habitar un erial cultural. O sea, que la cultura no dependa de grandes corporaciones como Amazon (pensemos en la iniciativa librera de Todos tus libros) ni el cine del multicanal de nuestra SmartTV.

Si atendemos a los contenidos del anuario, nos fijaremos rápidamente en el carácter interrogativo de muchos de los textos; también, en la sensación de que ha faltado poco para no contarlo. Se habla de respiración artificial, de un año en el que el sector vivió peligrosamente o de una crisis cultural para la cual todavía no se ha proporcionado una reformulación efectiva. En vísperas del Estado de alarma, À Punt, nuestra radiotelevisión autonómica, llevaba a cabo un giro de timón con el recambio de Alfred Costa como director del ente en sustitución de Empar Marco. ¿El objetivo? Virar la programación y los contenidos hacia otro tipo de espectador, lo que se traduce en más Alqueria Blanca y televisión de proximidad y menos Plaerdemavida y ejercicios de cultura algo más exigentes con el espectador. La divisa de que otra televisión es posible enfrentada a una dictadura del share y a la casi siempre ominosa sombra de ser un instrumento político.

Las entrevistas que incluye el anuario, por otro lado, son bastante jugosas. La de Raquel Tamarit, secretaria autonómica de cultura, está enfocada a reiterar el esfuerzo que desde Administración e Instituciones se está llevando a cabo para evitar que el andamiaje del sector cultural se debilite todavía más. Juan Pedro Font de Mora y África Ramírez ponen el acento sobre los enemigos reales del sector del libro (una vez más, Amazon, pero también los retos de la transición digital), y Camen Amoraga reflexiona sobre el fomento de la lectura en un paisaje en el que la Feria del Libro había sido cancelada. Tanto Ángela Verdugo como Chema Cardeña ofrecen sendos comentarios lúcidos sobre el presente de las artes escénicas, desde el lado de la creación, la programación y, por supuesto, el público.  Y sería conveniente destacar la entrevista a María Ángeles Arazo como ejemplo de periodista cultural en una época, la actual, marcada por la hibridación y la producción de contenidos, que han llevado unos cuantos pasos más allá el oficio en busca de una (necesaria) reinvención laboral.

Además del perfil periodístico de la publicación, el anuario cuenta también con la participación de sociólogos, expertos en cultura y economía y trabajadores culturales a los que se les proporciona una plataforma para exponer los más y los menos de un año de excepción. Asimismo, el lector puede encontrar una exhaustiva tabla de estadísticas que peinan la realidad cultural del 2020 desde prácticamente todos sus frentes, amén de informes y memorias que plantean los desafíos tras la desescalada y el necesario rearme de un sector en estado, casi siempre, crítico.

Hablar de una cultura en plural sería lo suyo, dado que cada uno de los actores ofrece tanto un nuevo matiz como una visión complementaria del asunto. Por supuesto, no todo son malas noticias, pues también se habla del impacto positivo que han experimentado centros como el CCCC o del papel que las publicaciones digitales han ocupado dentro del marco de una prensa cultural afectada por los recortes. En este último apartado, con todo, se echa en falta un poco más de análisis a propósito de la precariedad con la que se lleva a cabo el trabajo, siendo a veces imposible reconocer la profesión por culpa de una situación lastrada por la falta de ingresos o, directamente, su total ausencia. Es esa una cuestión pendiente, que no sé hasta qué punto existe o está recogida en algún plan cultural o iniciativa política, pero que sin duda afecta a muchos de los altavoces o medios de difusión con los que cuenta la cultura valenciana (y también, huelga decirlo, la del estado español). Sea como fuere, este anuario supone una herramienta estupenda para conocer la realidad del pasado año y, también, para diagnosticar sus problemas y recetar algunas respuestas para construir su futuro. Y ahí es donde empieza todo.


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