Sobre literatura y vida [Cartas, pensamientos y opiniones], de Antón P. Chéjov (Páginas de espuma). Traducción de Jesús García Gabaldón | por Juan Jiménez García
Para aquellos tan profundamente chejovianos como yo, la aparición de los Cuentos completos (en cuatro volúmenes y en Páginas de espuma) representó un antes y un después en nuestra vida literaria (cómo poco). Tras años reuniendo su obra a pedazos, lo teníamos todo. Y ese todo era tan maravilloso… Chéjov volvía a estar entre nosotros. Pero Chéjov no acaba en sus cuentos y relatos. Ni tan siquiera en su teatro. También están, por ejemplo, sus cartas, que fueron abundantes, muy abundantes, como correspondía a un hombre de su tiempo, preocupado por su contemporáneos, por todo lo que le rodeaba. Una abundante correspondencia que en su parte literaria nos ofrece buena muestra de sus opiniones sobre qué es escribir, cómo hay que escribir e incluso que hay que leer. Y, además, sentía tanto respeto por su oficio que rara vez contestaba por compromiso. Por ello un libro como Sobre literatura y vida [Cartas, pensamientos y opiniones] (de nuevo en Páginas de espuma, edición de Jesús García Gabaldón) es tan revelador, tan importante para entender un poco más al escritor.
Hay que decir que Antón Chéjov no escribió ensayo. Como confiesa en algún lugar de esta correspondencia, él se dedicaba a la literatura. Y no quería hacer otra cosa. Esto, a su vez, fuera de sus cuadernos de notas, nos hace difícil el acceso a su idea de la escritura. ¿Cómo entendía Chéjov su obra, la obra de los demás y el acto, el oficio mismo de escribir? La respuesta, en buena medida, la encontramos en este libro. Empezando por algo que podemos intuir sin dificultad, pero que aquí formula: la necesidad de ser breve. La brevedad no es una cuestión de espacio (podemos pensar que todo venía condicionado por la publicación frecuente de sus relatos en revistas). Es algo que va a más allá y en el que entran factores como (atención a esto) el cansancio del lector ante descripciones que no le aportan nada a la narración más que eso, cansancio. Es frecuente que le pidan su opinión otros escritores, nuevos y no tan nuevos (Gorki, por ejemplo, con el que mantuvo una abundante correspondencia), y ese suele ser uno de sus caballos de batalla. El otro: la construcción de los personajes. Incluso que unos tengan un oficio u otro le parece algo fundamental. Para Chéjov, las tijeras no son algo importante, sino esencial. Insiste una y otra vez en la revisión de lo escrito, en su depuración, en esa búsqueda de su efectividad.
Otro aspecto importante es el teatro. En esta correspondencia aparecen sus obras y su preocupación por la puesta en escena. Es más: el horror que le produce pensar que se interpreten mal (no en el sentido de la representación sino en la confusión de sus intenciones). Hay que tener en cuenta que obras como La gaviota o El jardín de los cerezos son para él comedias. Rara vez representadas así, pese a su insistencia. La relación de Chéjov con el teatro es muy diferente de aquella que mantiene con la narrativa. El teatro le toma más tiempo y, después de todo, lo escribe para alguien, incluida su mujer, Olga.
La correspondencia abarca desde sus comienzos hasta el año de su muerte. Ahí están, pues, también sus preocupaciones personales, su relación personal con el mundo literario, un mundo que uno debe conocer para luego poder prescindir o no de él. Su amor por Tolstoi (no siempre exento de crítica) y sus diferencias con otros contemporáneos o no. Si hay algo en la literatura rusa que me atrae especialmente es esa relación, ese conocimiento (también respeto) que sentían por los demás, como si las obras de cada uno formaran parte de algo más complejo, es decir, todo un mundo literario. La edición se completa con una tercera parte dedicada a sus pensamientos (a través de, precisamente, su relación con los demás) y opiniones. En definitiva, una especie de armazón sobre la que ver crecer, como enredaderas, su obra.