La mujer de gris, de Anna Maria Villalonga (Navona) | por Juan Jiménez García
En un mundo gris, lleno de gente gris, tardes grises, grises trabajos, ¿hay algún espacio para la aventura? El cine, la literatura, nos han acostumbrado a soñar con otros mundos o, peor, a ser conscientes de la mediocridad del nuestro. Un mundo mediocre habitado por gente mediocre. Y entre toda esa mediocridad, uno mismo. No, no somos protagonistas de una película medianamente interesante. El protagonista de La mujer de gris lo ha perdido ya todo. No tenía muchas cosas, pero las ha perdido igualmente: un trabajo en el banco, un padre. Entre las cosas que no ha perdido: él mismo. Sigue ahí, persistente. Sin nada, pero vivo. Los espejos aún le reflejan, insoportablemente.
Un día todo cambia. En realidad, apenas nada, pero en la planitud de sus días, cualquier mínima alteración… Una clienta se deja olvidado un pañuelo. Él lo recoge. La sigue para entregárselo. Pero no lo hace. A partir de ese momento la seguirá. Seguirá a esa mujer de gris. Seguirá a su vida y la convertirá en la suya. No quiere hacerle nada, solo eso. No es ningún psicópata, ningún loco peligroso. Solo quiere ir tras ella, saber.
Todo es como en las películas, como en las novelas, pero lo cierto es que nada es así. Está el eco, el eco hitchcockniano por encima de todo. Entonces un día, en aquel seguimiento que no tiene nada de especial ni emocionante, a una mujer que no tiene nada de especial ni emocionante, por un tipo que no tiene nada de especial y emocionante, ocurre algo, algo que lo cambiará todo. El juego se tambalea, pero no, ahora se convierte en algo más intenso. Podrían haber seguido así toda la vida, pero ya no. Ahora viene la curiosidad, las ganas de saber, de entender. Buscar unos motivos en los que antes no había ninguno, sumar nuevos personajes, dar un paso al frente, dejarse ver. Dejar de ser una sombra para ser algo así como un detective privado que solo trabaja para sí mismo y que ni tan siquiera tiene nada importante que investigar.
A no ser que la vida de las personas, incluso las vidas más tristes, desprovistas de todo, sea algo interesante para ese detective. Y también: que cada cosa sea convertida en algo épico y uno mismo en el protagonista de una intensa novela psicológica. Y eso es el libro de Anna Maria Villalonga: una intensa novela psicológica de un detective aficionado que no tiene nada que investigar más que eso mismo, pero en la que al final encontrará a sus víctimas, sus verdugos. Quizás porque aquello de que no tenemos nada que contar no es cierto, y todo el mundo tiene su historia. Una historia para ser contada u observada por algún otro. La aventura indiscreta de un hombre al que ya no queda nada, se convertirá en una invitación a la ternura o en que hay vida más allá de la muerte en vida.