Muerte con pingüino, de Andrei Kurkov (Blackie Books) Traducción de Atalaire (Mario Grande y Mercedes Fernández) | por Juan Jiménez García

Andrei Kurkov | Muerte con pingüino

Aquello tiempos postsoviéticos que invitaban a la tristeza. No a la melancolía, que es otra cosa, demasiado poética para tanta hambre y tanta mierda, y ni tan siquiera para esa melancolía por el futuro, que tenía un nombre en alemán (como todas estas cosas… un nombre que llevo años intentando recordar, para parecer alguien). Aquellos tiempos postsoviéticos que son un género literario construido sobre el hambre y las vidas minúsculas, un género de muertos vivientes que esperan transformarse en verdaderos hombres o mujeres de provecho, al triste sol del capitalismo de los escapados de comunismo. China: un país, dos sistemas. Rusia: un país, ningún sistema. Un día, unos cuantos millones de personas se despertaron y no había nada tras los cristales. De sus casas, de las tiendas.

Viktor podría ser uno de ellos. Es un escritor incapaz de escribir más de una hoja. Ahora escribiría micro relatos y se sentiría bien, incluso iluminado por la luz de una cierta modernidad. Pero entonces… Entonces no podía ser otra cosa que un escritor fracasado. Vive con un pingüino que se quedó del zoo de Kiev, cuando este tuvo que colocar sus animales por ahí, dado la ausencia de dinero. Se llevan bien. Los dos tienen poco que contar, más allá de mirarse con una cierta perplejidad, no exenta de cariño. Pero un pingüino necesita del frío y un hombre de una vida. Un día las cosas cambian. Le ofrecen un trabajo en un periódico de gran tirada. Escribir las necrológicas de gente que aún no ha muerto. Hay que estar preparados. Y un día, esos mismos empiezan a morir. Y no de muerte natural. Y Viktor se encuentra en un mundo extraño, protegido por invisibles desconocidos, con la hija pequeña de un mafioso. Y el pingüino sigue ahí. La soledad a ratos. Y Ucrania desaparece. Como aquellos murales romanos de ese film de Federico Fellini, que se desvanecían al contacto con el aire. Es decir, de los tiempos modernos.

Muerte con pingüino es terriblemente triste. Y entonces te ríes. Sus personajes atraviesan el invierno, un invierno gélido que aquí no logramos ni imaginar. No lo suficiente para Misha (el pingüino) pero sí para todos los demás. La vida es tan disparatada en ese tránsito desde la nada hasta lo poco que resulta cómica. Luego nos acordamos de Svetlana Aleksiévich y entonces sabemos que aquellos disparates eran la realidad diaria. Y luego de Liudmila Petrushévskaia, y de que las mejores actores de tragedias han sido cómicos. En la novela de Kurkov, todo va de mal en peor cuando todo parece ir de lo bueno a lo mejor. Qué brillante retrato de esos tiempos… Entre la novela negra, porque está el misterio, y la novela negra, porque todo es de una oscuridad de tinieblas. Y luego hay un poco de luz. Misha, el pingüino. Y como en este mundo el destino es ciertamente disparatado, nosotros teníamos una cobaya que se llamaba Andrei, como Kurkov, que también se quedaba mirando vete a saber qué. Y que tal vez no era tan divertida como un perro ni tan fotogénica como un gato, pero la queríamos igual. Y como Misha, Andrei tenía problemas de corazón. Qué pequeño es el mundo y qué pequeños somos nosotros, hombres, pingüinos y cobayas. Perdidos en las revueltas de la historia, siempre a punto de asistir al fin de nuestro j*** mundo.

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