Birdie (Teatre El Musical, Valencia. 5 y 6 de noviembre de 2016) Una producción de Agrupación Señor Serrano | por Óscar Brox
Probablemente la imagen sonará a más de uno. La tomó el fotógrafo José Palazón a poca distancia de la valla de Melilla, en el momento en el que la guardia civil trataba de apresar a un pequeño grupo de inmigrantes apalancados sobre la parte más alta de la valla. Mientras, en segundo plano, dos personas disfrutaban de las instalaciones del campo de golf de la ciudad; unas instalaciones que supusieron varios millones de euros de los fondos europeos destinados a corregir desequilibrios. La fuerza de esa fotografía, que expone con claridad la separación entre dos mundos, protagoniza Birdie, la nueva propuesta escénica de la Agrupación Señor Serrano. Un proyecto, de nuevo híbrido entre el audiovisual y el teatro, mediante el cual la formación catalana vuelve a incidir sobre algunas de sus inquietudes: la manera en la que se construyen los relatos, las dobleces y pliegues de las imágenes y, fundamentalmente, la vinculación moral (cuando no, también, sentimental) que nos pone en relación con aquellas. O cómo son las mismas herramientas expresivas del teatro de nuevos formatos las que tienen la obligación de trabajar ese vínculo, esa relación.
En su primer acto, ambientado en la casa de Palazón, Birdie enuncia algunas de las claves generales en torno al flujo migratorio, la delicada situación del refugio y asilo a los inmigrantes y las derivas socioeconómicas que, en definitiva, reflejan ese desequilibrio en la respuesta humanitaria. O lo que, en esencia, expresa la fotografía de Palazón en su perfecto ejercicio de composición visual y su habilidad para capturar la hondura moral del suceso; con ese cruce de miradas entre inmigrantes, fuerzas de la autoridad y miembros de la burguesía local; entre lo que sucede, casi, a vista de pájaro y lo que acontece sobre el verde campo de golf. A diferencia de su anterior A House in Asia, Agrupación Señor Serrano parece más preocupada por incidir en la vertiente analítica de las imágenes, en sus pliegues, ecos y rimas, que en la construcción de un relato algo más cerrado. De ahí que Birdie siempre juegue con las metáforas que despierta la migración. Ya sea con los movimientos del vencejo, cuyo trino aparece una y otra vez en la banda sonora, o con el terror que infundían aquellos pájaros hitchcockianos que aquí adquieren, si cabe, una lectura aún más social. Pura alegoría de la descompensada situación entre naciones separadas por fronteras y vallados.
Si uno de los actos principales de Birdie abarca un pormenorizado análisis de los elementos y características de la fotografía tomada por José Palazón, se puede decir que el resto de la obra (aproximadamente, la otra mitad) consiste en trasladar al espectador al lugar de la acción; dentro de esa misma escena. En ese sentido, uno de los recursos más efectivos (y, curiosamente, también más sencillos) que emplean es el uso de una luz estroboscópica que dibuja sobre las paredes laterales del teatro el enrejado de la valla, dejándonos con la sensación de estar a un lado y a otro, en la posición de los golfistas que observan la escena y, también, del inmigrante de la capucha roja que se resiste a bajar y regresar a tierra de nadie. Y es que, si algo subyace en la puesta en escena de la Agrupación, es la voluntad de erosionar las fronteras, también las barreras, morales erigidas en torno a una serie de discursos. Así, las mini-cámaras capturan, en una diestra coreografía de movimientos, esa larga marcha humana y animal que, desde los tiempos remotos, ha explicado la historia de la migración y el asentamiento. De la errancia y las raíces profundas. De la familia y del miedo al otro. Figuras, miniaturas repartidas sobre el verde tapiz del escenario, sometidas a las inclemencias del tiempo, la extinción y el olvido. Figuras a las que el esforzado trabajo de montaje concede, prácticamente, vida propia, identidad, trazando a partir de ellas la relación con ese mundo que está a la vuelta de la esquina, sobre el cual también albergamos una responsabilidad. Una sensibilidad.
Fotografía, inmigrante, vencejo. Imagen estática, proyección, figurita de miniatura, cuerpo en segundo plano. La elaborada propuesta escénica de Agrupación Señor Serrano concede vida y voz a cada uno de los elementos dispuestos. Vida, voz e instancia crítica, enunciada a través de ese agudo juego de espejos con la película de Hitchcock y el doble sentido con unos pájaros, los otros, que quizá no existen. Que en lugar de hablar de amenazas externas ilustran nuestros propios miedos. De esos mismos miedos que dibujan las vallas sobre las paredes del teatro y que, en un último esfuerzo, nos conducen hasta la parte más alta de la fotografía de Palazón. A vista, prácticamente, de ave. Cuando, definitivamente, la Agrupación Señor Serrano nos invita a ponernos en el lugar del protagonista en la sombra de su obra y dejar que el aire nos golpee en pleno rostro (qué brillante el uso de los dos ventiladores enfocados hacia el patio de butacas). Haciéndonos ver, qué duda cabe, que el volar no es solo para los pájaros.
Si la desnudez con la proceden los integrantes de la Agrupación es otra forma de poner de relieve el proceso de construcción de la misma obra, con ese reguero de miniaturas que pacientemente recogen y empaquetan en bolsas transparentes, la acción que narra Birdie refleja las historias, a menudo secretas, que habitan dentro de las imágenes. En sus márgenes. A vista, prácticamente, de pájaro. Y cómo, en la mayoría de casos, esas historias hablan de nosotros, del mundo que construimos y, en definitiva, de la responsabilidad que tenemos en su evolución.
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