número dos | nuestro tiempo | imágenes: francisca pageo
Lo nuevo, desde Boris Groys a Ray Bradbury, ha sido objeto de discusión, por su naturaleza escapista o en contraposición a lo viejo. Y, en la mayoría de casos, podríamos concluir que el saldo ha sido negativo: hemos averiguado qué no es lo nuevo, pero su significado ha ido escurriéndose entre nuestros dedos. Si, en efecto, resulta demasiado goloso afirmar lo nuevo como toda implementación -tecnológica, social o estética- de un material conocido; si lo nuevo no tiene por qué confundirse con lo más reciente, ¿qué es, entonces, lo nuevo? Y, sobre todo, ¿por qué, ante su desconocimiento, aludimos tantas veces a lo nuevo?
En la conversación que sigue a continuación lo nuevo, más allá de su (im)posible teorización, ha sido la clave para pensar los movimientos, la velocidad con que se conduce el arte, su impacto sobre nuestras percepciones y, en especial, la obligación que, eventualmente, contraemos para mantener con vida a los productos de nuestra cultura. Tal vez, lo nuevo sea un fantasma o algo tan difícil como atrapar un rayo en una botella. Sin embargo, pensar en sus posibilidades nos ha llevado a discutir sobre cine, arte y escritura, como si a través de este diálogo pudiésemos, en verdad, mantener estables sus constantes vitales.