La bestia de París y otros relatos, de Marie-Luise Scherer (Sexto piso) Traducción de José Aníbal Campos | por Juan Jiménez García
Rara vez estamos solos. Tal vez nunca. La vida se mueve alrededor de nosotros. Las cosas. Otras personas. No hay asesino en serie sin víctimas, no hay surrealista sin grupo surrealista, escritor sin personajes, moda sin todo lo que rodea a la moda. Marie-Louise Scherer debía estar (debe) muy convencida de ello, porque sus artículos (relatos, los llama acertadamente Sexto piso), sus historias, buscan aquel nombre al final de los títulos de crédito, que decía Ugo Pirro.
En La bestia de París, Scherer nos cuenta la vida y milagros de un asesino en serie de ancianitas, Thierry Paulin, un jovencito homosexual llegado de la Martinica, que se dedica a malvivir en tugurios y prostituyéndose. Le acompaña al principio en sus aventuras Jean-Thierry Mathurin, llegado él de la Guayana francesa y con parecidas ocupaciones. Estamos en la Francia de François Mitterrand, y la cosa acabó con veintiún asesinatos reconocidos por él. La escritora alemana recorre meticulosamente su vida: su afición a derrochar el dinero, su violencia para con todos, su pasado, su presente, su falta de futuro. Pero, fundamentalmente, se dedica metódicamente a recorrer una a una todas sus víctimas. Todas aquellas ancianitas, los lugares en los que vivían, las calles por las que pasaban, sus pequeñas obsesiones, sus pequeñas o grandes miserias, sus gestos, sus encuentros casuales. Una a una van dejándose caer por las páginas y mueren. Y ni tan siquiera es especialmente importante como mueren, sino como vivieron aquellos últimos instantes antes del encuentro fatal. Ese apasionante desgrane conformará una imagen terrible no ya de los crímenes, sino de las existencias. Como si morir (asesinado o no) solo fuera una consecuencia de vivir. Paulin pudo contar su historia (brevemente, porque murió de sida un par de años más tarde), pero Marie-Luise Scherer, reconstruye aquello que ya no puede contarse. Esa imagen que falta.
Philippe Soupault fue, en palabras de la escritora, el último surrealista. También fue el primero. Junto con André Breton y Louis Aragon funda Litteratures, y junto el primero escribe esa obra fundacional, Los campos magnéticos. Familia del fundador de Renault, no tenía especiales problemas de dinero (algo de lo que no podían presumir el resto), y su personalidad amable invitaba a ser robado de las más diversas maneras. El último surrealista es, bajo el argumento de Soupault, un retrato punzante de aquellos años surrealistas, de sus miserias, de sus pequeñas miserias. Que André Breton era un tipo turbio y personalista no es nada desconocido. Todos los que abandonaron el surrealismo (y fueron muchos), lo hicieron empujados por él, y la lluvia de piedras consecuente no era pequeña. Para alguien que pensaba (siguiendo las palabras de Lautréamont) que «la poesía debe ser hecha por todos, no por uno solo», el egocentrismo del pope del surrealismo no podía llevarle a nada bueno. Así, seis años después de aquella fundación, fue expulsado del grupo, y ni tan siquiera es que le guarde rencor. Retrato, como decíamos, tirando a oscuro, lleno de miserias y no pocas bajezas, Scherer no salva mucho, más allá de su protagonista.
El rodaje de Un amor de Swann, película dirigida por Volker Schlöndorff, sirve para otro apasionante ajuste de cuentas social. El director alemán se lleva unos cuantos capones, pero hay para todos. Cosas sobre Monsieur Proust es pues un retrato ya no solo del peculiar escritor francés, sino también de la aristocracia que tan bien supo retratar (desde su interior), aristocracia recuperada como extras tantos años después para el rodaje de esta película. El fino pincel de Marie-Luise Scherer va recorriendo a todos esos seres prehistóricos, sacados momentáneamente de sus polvorientas mansiones, y el retrato es divertidamente decadente. Para todos tiene unas palabras, una delicadeza quizás no apreciada por esa totalidad. El presente de la película se confunde con el mundo antiguo de Proust, y sus personajes con aquellos modelos reales, que, a su vez, se vuelven personajes en la forma de actores ocasionales. La vida está en otra parte, lejos de ahí. Era lo que asesinaba Thierry Paulin.
Finalmente, como si solo fuera la consecuencia lógica de este desfile de seres humanos que es su libro, toca el mundo de la moda y sus pasarelas, precisamente. Grititos de reencuentro es eso: un paseo por las trastiendas ya no llenas de polvo de la aristocracia, sino llenas de luz, color y vacío. Todo se mueve rápidamente: las modelos, los modistas, los puestos en las primeras filas, los fotógrafos, el dinero. De nuevo como una experiencia colectiva, en el que cada cual, representa su papel, mejor o peor.
La bestia de París y otros relatos es una estupenda colección de seres y lugares, de tiempos y miradas. La escritura irónica, mordaz de Marie-Luise Scherer es golosa. Degusta con un placer evidente todo lo que la rodea, acaricia cada personaje como la oportunidad de decir algo, de construir algo. Como una pieza más que dibujará un instante de la historia, ya sea la de un asesino, surrealista o escritor asmático. Todo tiene su lugar. Todo debe tener su lugar. Porque nadie está solo. Tampoco el periodista.