Carreteras que brillan en el bosque, de Ramiro Gairín (Reino de Cordelia) | por Francisca Pageo
He abierto la ventana, ya es mediodía, y me pregunto si en el pueblo de Ramiro también ladrarán los perros, si el cielo está cubierto de nubes, si la leve música que ponemos en el interior de las casas se convierte también en eso llamado hogar. Y es que este libro del que hablo, Carreteras que brillan en el bosque, va sobre eso mismo: la construcción de un hogar, de una casa, de un lugar, de una familia a la que le rodea la naturaleza, las montañas, la belleza innata de la tierra.
Con una fuerte inspiración de Louise Glück y su vida de pueblo, con la música del grupo altoaragonés La Ronda de Boltaña y, sobre todo, con la experiencia y la mirada de Ramiro Gairín, nos encontramos ante un libro de poesía, un poemario, que registra los ecos de esa construcción antes hablada. Así, este libro es como un eje narrativo y seductor y sinuoso y efímero de eso que vamos haciendo mientras hacemos la vida, mientras vivimos y compartimos, mientras trabajamos y conducimos, mientras la vida sucede y nosotros la hacemos suceder. Me gusta como Ramiro entrelaza su experiencia vital con la poesía subyacente en la naturaleza y el mundo rural. Digamos que convierte su mirada en el lenguaje de la naturaleza, ésta habla a través de él. Y qué belleza. Pareciera que oímos a un pájaro cantar mientras lo leemos, o escuchamos al ciervo correr por los árboles, o escuchamos la lluvia que hace brillar los bosques.
Carreteras que brillan en el bosque se proclamó como ganador del XXVII Premio de Poesía Ciudad de Salamanca y no es de extrañar. Es un libro en el que esas carreteras son los caminos que Ramiro Gairín ha ido formando. Un camino lleno de poesía, de levedad, de surcos que enmarcan los paisajes aquí mostrados. Me gusta cómo mira a su familia, a su hijo, con la mirada de quien ve crecer lo que ha sembrado. El poeta siembra asimismo una extensa y cauta reserva de lengua y paisaje habitado. El engarzamiento del paisaje con su voz la convierte en algo único, poderoso, digno de recitar hablando, de comentar susurrando. Me susurro a mí misma estos poemas, estos versos nacidos del amor; y es que a Ramiro se le nota mucho amor en lo que escribe. Es la mirada de quien ama, más allá del que está enamorado. La poesía narra los pequeños destellos e historias que suceden en el pueblo en el que vive Gairín, y nosotros le acompañamos sintiendo esos ecos a otro mundo más natural, más amable. Hay que ser amable, diría el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht. Y sí, hay que ser amable con este libro porque es sin duda un libro amable y debemos darle su reciprocidad.
Dice Glück en unas citas en este poemario que la noche es un libro abierto y que es la tormenta quien lava la sangre de la caza del zorro. Ah, propongamos que es este un libro de imágenes, de metáforas vivientes y salvajes. Metáforas que vive ahí fuera pero también dentro nuestro, formando un mundo mítico, lleno de símbolos y señales. Cada poema nos refiere a un aspecto natural del mundo y de nosotros, los humanos. Lo cotidiano nos seduce y nos conduce, lo que logra traspasar el libro es la carne de quien amamos. Sus palabras traspasan nuestro cuerpo y nuestro espíritu llegando a otras cosas, otras personas, otros animales, otros mundos. Hay muchos mundos pero están en este. El mundo familiar y el mundo natural. El mundo del pueblo y el mundo espiritual. Es este libro como una pequeña guía, un pequeño faro entre montañas en vez de entre mares. Me digno a pensar que va a ser un libro al que volveré una y otra vez, pues me interpela, me dice cosas bellas. Es, este poemario, como ese amante al que volvemos una y otra vez deseosos de que nos sane y nos provoque sentimiento.