Tar. Una infancia en el Medio Oeste, de Sherwood Anderson (Pre-Textos) Traducción de José Luis Piquero | por Juan Jiménez García

Sherwood Anderson | Los cuadernos de Fritz Kocher

Qué difícil escribir sobre la infancia, dice Anderson. Le dedica todo un prólogo a la búsqueda de una manera de poder hacerlo. Podríamos pensar que no es tan difícil… Lo han hecho tantos. Pero no, encontrar el tono e incluso las razones, eso es otra cosa. Sherwood Anderson, escritor fundacional de tantas cosas, lo sabía. Al final encuentra una buena solución. Será él, pero no será él. Como buen narrador, esta no será una autobiografía, sino una novela. Una novela con un protagonista interpuesto, que es el escritor pero puede no serlo. En definitiva, se está liberando del yugo de sus recuerdos y creándose un espacio donde estos puedan convivir, en libertad, con esos falsos recuerdos o, más simple, con su propia necesidad de contar. Ahí nace Egdar ‘Tar’ Moorehead, nadie en el medio oeste, hijo de un tipo sin demasiada fortuna, sureño que acabó en el norte, y que incluso participó en la guerra de secesión, enfrentándose a sus propios hermanos y padre. Le nombraron capitán y le dieron un sable, pero no fue héroe. Después se dedicó a vender cualquier cosa, a pintar casas y vallados, a beber, a tener siete hijos y una mujer callada. Iban de acá para allá y no se puede decir que representara ningún sueño americano. Por otro lado, en aquellos tiempos, todo estaba por hacer, también las propias vidas. Nos han vendido esto como la tierra de las oportunidades, como si todo estuviera ahí y solo hubiera que cogerlo, pero lo cierto es que fue una época de pobreza, y la familia de Tar era pobre y sobrevivían. La verdadera epopeya no era la de la construcción de un país, sino la de encontrar una manera de llevar adelante aquellas familias. En aquel entonces, animales y hombres eran la misma cosa: Caballos, vacas, cerdos, perros, hombres. 

El hermano mayor de Tar vendía periódicos durante todo el día, y eso hizo él también cuando llegó el momento. Era un paso intermedio hasta llegar a la edad en la que poder trabajar en una fábrica. Mientras tanto, uno se busca la vida como puede. Este es el libro de la infancia de Sherwood Anderson. Ir tirando y descubrir las cosas, porque tantas eran vistas por primera vez, desde el amor hasta la condición humana. Su escritura es puro descubrimiento. Tiene algo de encuentro, y hasta subir a un árbol puede ser una aventura extraordinaria. La infancia aquel territorio donde todo es posible pero incierto. Un periodo de búsqueda de los mecanismos, antes de que nos digan que esto es así o asá o lo descubramos por nosotros mismos. Todo está por conformarse, nada parece estar aún prohibido, y el aire transporta sensaciones y, sobre todo, emociones inéditas. Que mejor terreno para moverse para un escritor como el americano, libre de las ataduras de ser uno mismo. Tar será escritor, como él, y será él, pero más allá de eso, quién sabe. La infancia, del mismo modo, es cuando aún creíamos en el misterio.  

Anderson dice que la carrera de los contadores de historias es siempre una carrera infeliz, pero por suerte nunca saben lo infelices que son. Podría ser una buena definición de la infancia, que iguala al escritor con el niño. Un día, algo se rompe. Tar descubre que ese tiempo del niño acaba en el interior de un vagón de tren vacío. El libro, en ese momento bascula, caemos con él. Cuánta hondura en tan pocas palabras, qué simple belleza. De nuevo, la escritura. Dice: un hombre, si es bueno, nunca deja de ser un niño. Qué duda cabe que Sherwood Anderson lo fue, hombre bueno y niño.


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