El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática, de Remedios Zafra (Anagrama) | por Gema Monlleó

Remedios Zafra | El informe

“Y yo, pequeña cosa y cuerpo proscrito,
soy el estallido voraz de los versos sumergidos:
poesía y voz de gas
de las flores submarinas”
Una flor sin pupila y la mujer de nieve, Begoña Méndez 

Cada vez que leo a Remedios Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) siento que estoy frente a un espejo de doble faz que refleja el mundo que nos rodea y mi responsabilidad como agente, activo o pasivo, de las dinámicas por las que gira la rueda del capitalismo salvaje que nos engulle. Ella, pensadora, ensayista, profesora, pone el foco cuando escribe y leyéndola siento que me da la palabra al compartir su rebeldía sosegada. 

En El informe parte de una vivencia personal (iba a escribir anécdota, pero no, aquello nos consume nunca es anecdótico): la solicitud de un ordenador portátil a la administración para la cual trabaja (he ahí ya la primera trama: la administración, el ente, la no personalización). Para conseguirlo el trámite indispensable es la realización de un informe justificando su necesidad, informe que, a su vez, debe escribirse (teclearse) con el ordenador que se está solicitando porque ¿para qué es la solicitud? Sí, bucle kafkiano. Sí, normativa absurda. Sí, burocracia farragosa. Sí, trámite aparente. Sí, inercia indolente. Sí, formalidad aniquiladora. ¿Sí, obediencia automatizada? No. Con Zafra, no (“ningún trabajador ni ningún trabajo soportan naturalizar el hacer sin sentido. Basta.”). Y no porque abogue por la desobediencia sin más, sino porque cuestiona, desde el pensamiento crítico, la búsqueda de sentido, la reivindicación del tiempo como bien irrenunciable y la afectividad de doble dirección. 

“Convertir informe en desinforme y reivindicar un cambio, porque amo la vida y escribo, porque pienso en lo que supone trabajar y vivir y, necesariamente, disiento”. 

El texto es un informe hecho performance escrita, un casi diálogo con la destinataria del mismo (sí, será una mujer, porque hay muchas más mujeres que hombres en los trabajos administrativos de la función pública) en el que la reflexión sobre el trabajo intelectual, el tiempo de vida, los lazos comunitarios, la precariedad laboral, la autoexplotación, las nuevas tecnologías, el teletrabajo… se entremezclan desde una voz poética que desgrana argumentos con contundencia y que se niega a primar una supuesta eficacia tecnoliberal (mecánica y bovina) por encima del valor de la empatía.  

“Cuando el aislamiento de la tristeza burocrática y del trabajo deshumanizado se apropian de la vida, nos arriesgamos a perder la perspectiva de su valor social, el tiempo para la cultura y para la ciencia, el tiempo para cuidarnos como planeta”. 

Del entusiasmo al hartazgo, de la motivación a la impostura. La docilidad como consecuencia de la presión burocrática alimenta la perpetuación de lo absurdo por lo que Zafra expone en esta escritura rebelde otras formas posibles de relación del trabajo intelectual y cultural. Y lo hace convocando diferentes voces que convierten lo autobiográfico en comunitario, lo social en político. Ella, su experiencia, y otras ellas (la directora de una compañía de teatro, la investigadora-pastora -sic-, el estudiante de instituto, la doctoranda enferma, el trabajador cultural…), comparten y confrontan lo que callamos (“nada valioso germina, salvo repetición y cansancio, del desapego con el trabajo de quien se siente pieza de maquinaria”) adentrándose en la complejidad y las contradicciones de unos trabajos que, partiendo de una motivación artística, y creativa y apasionada y satisfactoria y con valor social, terminan convirtiéndose, en gran parte, en un desenfocado y sumiso sinsentido que sólo justifica un sistema que hoy ya deviene no sólo acomplejado sino también un caldo agrio de desconfianza en/con los/sus trabajadores. Generar debate, tomar conciencia (identificar la violencia burocrática), conversar, regresar al “sentido” arrinconando la “apariencia de sentido”, son el bendito efecto secundario de la lectura de este informe.  

“Porque, ¿qué es vivir? ¿Es vivir trabajar y sentirte ocupada la mayor parte de la vida soñando con poder jubilarte algún día, justo cuando enfermas más, incluso todo el tiempo? ¿No es la vida el tiempo?”. 

Somos cuerpos enfermos que han normalizado los ansiolíticos, disfrazados de productividad (“cuadrículas llenas de tinta”), que habitan un planeta enfermo por sobreexplotación. Somos cuerpos aislados y en evaluación permanente, concursantes ad eternum, que han entrado en colisión consigo mismo. Somos cuerpos expandidos en/por/mediante la tecnología y abocados al bloqueo y al vacío. Somos cuerpos que penalizan el descanso y el ocio, los tiempos limpios (tiempos de aparente “nada”), y abocados a un frenesí de actividad, consumo y entretenimiento (¿alienación?). Somos seres contenedores de culpa acechados por la presunción del delito administrativo y el síndrome del impostor. Somos un sumatorio de órganos luchando por el regreso a una visión holística no sólo de las relaciones laborales sino también de las humanas (“nadie puede exigir a un cuerpo exhausto que viva cuando dedica su energía a no sucumbir”). Pero somos también cuerpos transformadores, cuerpos tribales, cuerpos afectivos, cuerpos habitando la imaginación como agente de cambio. Seres invocados para redireccionar la energía y facilitar el tránsito a otro estadio. Y leer a Zafra es la espoleta lúcida que empodera (“todavía usted y yo somos imprescindibles si ejercemos como humanas capaces de cuestionar y preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos”), la llamada palpitante a la acción para contribuir al cambio social que resitúe el tiempo de trabajo y el tiempo de vida. 

“Esta apropiación del tiempo implica una distinta apropiación o vivencia del planeta, una forma diferente de vivir en él, la tentativa de salvar el mundo porque estamos salvando un concepto de vida y el cuidado de uno, que implica el cuidado de todos”. 

Los capítulos de El informe se abren con citas de Simone Weil, Faith Wilding, Laura Bey, Alicia Maguey… y en sus páginas supura el compromiso de otros autores contemporáneos como Marta Sanz y Azahara Alonso (sus Clavícula y Gozo me resonaban en muchos momentos de la lectura), Belén Gopegui, Elvira Navarro, Marina Garcés, Eudald Espluga, Azahara Palomeque o Eloy Fernández Porta. Todos ellos han tratado de un modo u otro el vacío existencial provocado por el desbordamiento laboral y la despersonalización con que nos trata un sistema que prima la rapidez al pensamiento, las métricas a la humanidad. Al igual que ellas aborda el feminismo y la sororidad (“creo con pasión que somos interdependientes y solo sobrevivimos cuidándonos y antecediendo la pregunta por el otro”) como ejemplo empírico de transformación y apoyo, y la toma de conciencia como elemento disruptivo frente a un tecnocapitalismo que no favorece la libertad laboral-personal ni la construcción de un mundo más igualitario. La sombra de Virginia Woolf y su reivindicación del cuarto propio le permite a Zafra afirmar que la conquista del espacio (especialmente gracias al teletrabajo) ha dado paso a la cesión involuntaria del tiempo, del “todo el tiempo” (la trampa de la autogestión) además de convertirnos en proveedores de datos para fuerzas económicas que se benefician de la hiperproductividad mientras, de nuevo, nuestro yo personal-laboral se desdibuja. 

“Fracasar no es “no alcanzar” el objetivo, es dejar de amarlo”. 

El informe retroalimenta y amplía el discurso ya proyectado en otros ensayos (de El entusiasmo a Frágiles, de El bucle invisible a Un cuarto propio conectado), reitera preguntas en tiempos distintos que obtienen respuestas recontextualizadas y que construyen, en su totalidad, un pensamiento sobre este nuestro tiempo de trabajo y de vida de hoy que habita, reflexiva y afectivamente, la conciencia intelectual, política, poética y emocional de Zafra.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.