Todo puede ser, de Vicente Undurraga (H&O) | por Gema Monlleó
“Quizás recuerde
que en un día como hoy
en una noche como esta
hablamos del futuro”
La silueta de los días, Macarena Valenzuela
Leer por leer. Leer para leer. Leer para escribir. Ser a través de la lectura. Ser escribiendo. Poetizar. Jugar con/desde las palabras. Autobiografiarse en/desde la lectura. Aceptar el desafío. Espejarse abrazando verbos. Definir(se). Ensayar(se). Abdicar, también. Y leer, leer, leer.
¿Existe el concepto ensayo poético? En caso afirmativo esta es la etiqueta que le cuelgo a Todo puede ser de Vicente Undurraga (Viña del Mar, Chile, 1981). En caso negativo, por favor creémosla. O mejor, con toda su polisemia, por hacer honor al gusto por “infinitivar” de Undurraga: creemos ensayar poéticamente.
16 verbos en infinitivo, un compendio de textos literarios que responden a la fórmula T3C3R31LPQAED2+M, verbos “pasados por la experiencia y la reflexión, tocados por la voluntad y la debilidad, la pena y la risa”. Verbos que reflejan el yo íntimo del autor y su complicidad con el azar, ya que él mismo indica que “podrían ser otros. Pero son estos”. Un ensayo poético de verbos que conforman un catálogo personal de pensamientos, acciones (el infinitivo antecede a la acción) y contradicciones (“contradecir es el verbo que, sin estar, está siempre en estas páginas”) y que culmina con un extenso epílogo-diario-de-duelo sobre el verbo último: Morir.
La evolución (o involución, a saber…) del habla ha llevado a situar, a menudo, el verbo en infinitivo al comienzo de las oraciones. Es de la observación de esta práctica con los verbos (“puertas que a lo largo del alma me golpean”, Eunice Odio) de donde nace este ensayo, este baile lírico con la finezza del lenguaje. Undurraga, editor, crítico, ensayista, aboga por la transmutación, por el heraclitismo, por la fuerza viva de las palabras y desde el vórtice de cada infinitivo camina en largos espirales poético-filosóficos filtrados por la propia experiencia (lectora, vital).
Undurraga revisita los verbos escogidos “con una renovada y ardiente conciencia de la finitud que nos acecha” (sobrevuela Cioran, sobrevuela Wittgenstein, sobrevuela Kierkegaard) y, como un insomne flâneur peripatético (“Caminar es respirar”), convierte el desvelo (el trasnochar, primer verbo del ensayo) en la oportunidad para difuminar las fronteras de los significados. El autor renombra y resignifica, recoge el guante de poetas y filósofos y, desde la emoción y la pasión, nos invita a una fiesta que tan pronto es íntima como colectiva. Desde el yo más memorialístico al universal existencial, desde la vivencia íntima (parafraseando a Brodsky y Ryunosuke: “un atado de nervios con cierta capacidad de observación”) al ser-con-los-otros colectivo.
La falta de respuestas absolutas (“no por qué ni para qué sino cómo, en qué creer”), el tira y afloja de “la lucidez y la alerta extremas”, el humor como antídoto contra la rigidez y la trascendencia suprema (“porque el mundo es adverso y la risa es una resistencia”), la levedad y la ligereza como manto protector, forman parte del carácter del libro (¿un libro tiene carácter, personalidad?) convirtiéndolo en un cómplice de nuestros propios pensamientos, de nuestra contradictoria (¿líquida?) actitud vital según cual sea el hoy desde el que leemos (porque Todo puede ser se postula como libro de cabecera, de recurrencia lectora).
Elogio de la ingravidez, del “desasirse, descargarse”, de la simplicidad no-despectiva (“no guardar rencores, no exigir sentimientos”), del exceso (¿dónde compro en Barcelona unos Kegoles, Vicente?), de la “des-prevención” con superávit de humor, del tacto revolucionario (“tocar es esencial para el mundo que viene, frío y a la vez quemante, hostil y competitivo”), del soltar amarras sereno, del desprendimiento, de la aceptación de la pérdida (ahí nos acercamos al Morir), de un cierto descontrol como motor y movimiento (resuena en mi mente el verso de Mario Santiago tantas veces atribuido a Bolaño: “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio”), de la decisión como irrenunciable “pacto con el mundo”. Los verbos de Undurraga se completan y complementan con sentencias de escritores y filósofos, haciendo del leer, de su leer, el núcleo que irradia todo el texto. Gabriela Mistral, los Parra, Thomas Mann, Novalis, Kant, Carlos Martínez Rivas (ya estoy buscando, cual discípula aplicada, La insurrección solitaria), Sebald o Walser o Rebecca Solnit como paseantes ilustres, Monterroso, Nietzsche o Marguerite Yourcenar apuntalan o refutan sus tesis y, desde la tenacidad lectora, el autor lee decidiendo “una vida, un modo de estar, de intuir el propio ser, y serlo”. A lo que yo me atrevo a añadir: y escribirlo. Escribirlo en este ensayo que muestra su linaje con orgullo (“un buen método o un camino lícito es leer poesía pero también leer todo como si se leyera poesía, buscando o extrayendo de todo texto lo esencial”).
“La muerte es individual e intransferible, pero el cuerpo de los que quedan vivos no es ajeno a la descomposición, como si en ese trance se produjese una comunión con el que se ha ido”. Las formas del morir, las formas de vivir el morir. El duelo, la pena, la serenidad postrera. Dedicado a la poeta Macarena Valenzuela, fallecida en un fatal accidente en una piscina en la treintena, hay en este epílogo una reivindicación de la ira tras la muerte (“llorar, desvanecerse, languidecer, ayunar”), un cuidado del tiempo que vuelve a saberse sorpresivamente efímero, y una exposición de la incomprensión y de la falta de recursos (también de lenguaje) para convivir (con-vivir) con nuestros muertos (“Si algo puede enseñar el morir ajeno no es a morir, ni siquiera a sufrir, sino a despreocupar (…) Se trata de una acción de doble desmantelamiento. De deshacer un adelantamiento. De soltar. De desencabalgar los dedos. De una deconstrucción vital”). Así como en los infinitivos anteriores el texto de Undurraga navega entre afirmaciones a las que suma contradicciones (tal vez juego, tal vez provocación, tal vez sencillamente duda), en este largo Morir hay sobre todo preguntas (no sólo propias: “¿Hacia dónde miramos para hablarles a los muertos?”, Sharon Olds) y el reclamo, la necesidad, el deseo de una segunda oportunidad ante la muerte imprevista (“Todo sería muy diferente, tal vez más leve, si existiera una aplicación vital de Una Vez Más, un último encuentro”, conversaciones en sueños, llamados irreales). Undurraga se reconforta en las vivencias literarias con la muerte de otros autores (Joan Didion, Piedad Bonett, Roland Barthes, Lispector –“No llores a los muertos: ellos saben lo que hacen” –, Canetti, Saer, Jünger…) y yo, con luto empático, busco consuelo en sus palabras: “El luto no es debilidad. El luto es enfrentamiento descarnado. El luto es pura concentración. El luto es afrontar”.
En esta contemporaneidad nuestra en la que se mata más que nunca y a la vez se está contra la muerte (sin renunciar a las ganancias del capital, también expuestas), la rebeldía del autor se manifiesta en nombrarla, contarla, expresarla, hacerla pública y patente, desvelarla, desenterrarla, exponerla, auto-ritualizarla, dolerla, esparcirla, sufrirla desde la transparencia, desinvisibilizarla, compartirla, penarla, no-ocultarla, desbocarla, pellizcarla, reflejarla, re-conocerla. Y, a pesar que “con el morir ajeno no hay futuro, no hay donde proyectarse”, en última instancia: escribirla para vivirla.
Díptico del ensayar “infinitivando”, paleta doble entre el vivir (los dieciséis verbos primeros) y el Morir, elogio de la contradicción (sobre todo de la disfrutona), y diálogo entre el tú-vosotros, en el que el autor parece darnos voz para corroborar o refutar o sonreír o filosofar o “flâneurizar” de su mano, y su yo íntimo (en los cameos recurrentes de su abuelo filósofo recuerdo al padre de Nadal Suau en Curar la piel -Anagrama, 2023-). T3C3R31LPQAED2+M. Leer por leer. Leer para leer. Leer para escribir. Ser a través de la lectura. Ser escribiendo. Poetizar. Jugar con/desde las palabras. Autobiografiarse en/desde la lectura. Aceptar el desafío. Espejarse abrazando verbos. Definir(se). Ensayar(se). Y leer, leer, leer.
Dejo mi verbo favorito del ensayo para el final: abdicar (“abdicar, así, como un abrirse al mundo, volverse un naciente”). ¿Abdicar de Todo puede ser? Nunca. O sólo un poquito, lo justo para lo que Undurraga esboza como la duda decisiva. Y es que, parafraseando a Rick, presiento que este va a ser el comienzo de una hermosa amistad literaria.
Coda: Como Undurraga con los Kegoles, yo con H&O.